sábado, 28 de marzo de 2009

El vacío

Entre la idea y la realidad
entre el movimiento y el acto
cae la sombra.
(T.S. Eliot, Los hombres vacuos)
Hay días en que nos sentimos solos. Sin nadie que nos acompañe, sin razones o sin rumbo. Son días en los que estamos llenos de preguntas sin respuesta, días en los que nos sentimos “vacíos”. Todos los seres humanos, en algún momento de su vida sentirán esa sensación de vacuidad. Nadie puede escaparse del “vacío”. Pero, ¿Es bueno a malo sentirse vacío?, ¿Porqué estar “llenos” o “plenos” de “algo” o de “alguien”, es una necesidad insustituible?, ¿Porqué no podemos estar “vacíos” sin sentirnos miserables, culpables o sufrir por ello?, ¿Porqué el ser humano le teme tanto al vacío?. Trataré de ensayar algunas respuestas a estas preguntas, aunque tenga que despojarme de todas mis creencias o argumentos, y quedarme literalmente “vacío”, por lo que los invito a todos a dejar, por un momento, toda su carga y a ingresar ligeros, en el leve mundo de la “vacuidad”.
El eco
Cuántas veces hemos escuchado el eco de nuestra voz. Eso sucede cuando estamos en una habitación o ambiente completamente vacío, y hablamos o gritamos y escuchamos como nuestra voz se repite varias veces. Eso es así porque nuestra voz son ondas que se despliegan en el aire y produce una determinada “longitud de onda”, que se puede medir en “decíbeles”, que solo son percibidas por nuestro oído. En realidad, este fenómeno nos revela que “el vacío”, por lo menos desde el punto de vista científico, en realidad no existe. Desde la perspectiva de la física, las “leyes naturales” lo gobiernan todo, así no las veamos, aceptemos o lo creamos, más allá de nuestra voluntad, dichas leyes están allí, entre nosotros, como un lenguaje secreto que nos envuelve y que espera ser descifrado. De la misma manera, pienso que funcionan las “leyes del espíritu”. Cuando percibimos cosas, sufrimos, nos alegramos, o cualquier otra expresión espiritual, desplegamos algo así como “ondas espirituales”, que son percibidas por nosotros mismos, y por los demás. Lo más difícil es percibir “el silencio”. Solo algunos privilegiados perciben el silencio o lo que es mejor, “la no-acción” o la “inacción”, como prefiramos llamarla. Estas “conductas omisivas” son las que se relacionan más con lo que conocemos como “la sensación de vacío”. Así nos sentimos cuando creemos que nuestra vida no tiene sentido, cuando creemos o nos hacen creer, que no tenemos nada de valor, cuando carecemos de posesiones materiales a partir de las cuáles, la sociedad determina el “valor” de una persona. ¿Alguna vez hemos intentado entender nuestro “vacío”?. ¿Hemos percibido el eco de nuestro espíritu, en medio de nuestra soledad, en medio de la nada?. Intentemos recordar aquellos duros momentos en los que a todo ser humano le toca vivir. ¿No recuerdan haber escuchado una especie de voz lejana y vacía, que no dice nada, pero que está allí?. ¿Recuerdan haber estado en lo que creían “su límite” de resistencia, y luego haberlo pasado sin haberse dado cuenta?. En mi caso, lo he experimentado innumerables veces y lo sigo experimentando actualmente. Me siento como una antena de radio, que capta el eco de mi propia interioridad, y es en ese momento que siento que no hay nada “vacío” para el espíritu. El “vacío” es solo una referencia material. Todo está conectado, lo que ocurre es que, el actual nivel de desarrollo espiritual del ser humano, no nos permite por el momento, entenderlo. No hay nada que hagamos o que “no-hagamos” que no produzca un “eco” de amplio espectro, en la vasta dimensión de nuestra espiritualidad. El eco es transparente y silencioso pero viajará y llegará a todas partes. Conectará con otros “ecos” y formarán “el gran eco”, que será parte de una “gran armonía” espiritual.

Todos estamos conectados. Hay una “energía” que nos sostiene. En la historia, las civilizaciones le han puesto un nombre distinto a dicha “energía”. Las conceptualizaciones podrán ser distintas, pero el efecto es el mismo. La cultura Nazca, por ejemplo, que se desarrolló en la zona Sur del Perú actual, allá por el siglo I d.c., fue una cultura que expresó a través de su magnífica cerámica policromada, sin parangón en las culturas antiguas de América, una concepción espiritual del “vacío”, no dejando ningún espacio libre de color o de imagen en sus vasos ceremoniales. La cosmovisión de esta maravillosa cultura pre-hispánica, era una de “plenitud”. Los Nazcas le tenían “horror al vacío”. Concebían la vida presente, como un puerto existencial, en el curso de un “gran viaje”. Había un sentido muy claro de la vida, por ese motivo, enterraban a sus muertos, con sus pertenencias en vida, no por el valor material de ellas, sino por su creencia en su utilización en la nueva vida “en otro mundo mejor”.

Actualmente, la civilización moderna se ha sumido en una visión absolutamente materialista que ha reducido nuestra capacidad de percibir, sentir y soñar. La vida moderna, lamentablemente ha obstruido nuestras antenas que nos permiten percibir “el eco” de las diversas manifestaciones de nuestro espíritu. Los valores sociales y los mecanismos que los sustentan, han generado seres solitarios y sin amor propio. “Dime lo que tienes y te diré quien eres”, es la fórmula para tasar el valor del ser humano actual. Esta cruel medida y valoración, en una economía que no garantiza la igualdad de oportunidades, ni auténticos y reales canales de participación social, ha generado seres “escaneados” de acuerdo a su raza, cultura, situación y posición social, cercenando cualquier posibilidad de desarrollo del espíritu en nuestra sociedades. La industria armamentista, alimentaria y energética, en coordinación con los “magos de las finanzas mundiales”, tienen la misión de decirnos qué debemos comer, cómo debemos divertirnos, cual es el comportamiento “política y socialmente correcto” que debemos adoptar, cuando y cómo iniciar una guerra, para lo cual, reclutan a sus mejores soldados entre nuestros niños, formándolos en la cultura de la guerra, a través de los juguetes que simulan armas, que muchos padres, sin darnos cuenta y erróneamente, hemos comprado a nuestros hijos en alguna Navidad o cumpleaños, donde se debe festejar el amor y no la guerra. El “eco” lo escucharemos cada vez que nuestro espíritu esté abierto para escucharlo o sentirlo. El se explayará no porque haya “vacío”, sino porque viajará a través de esa inconmensurable red de conexiones armoniosas que nos envuelve cada día, y que no la vemos o notamos, porque diariamente nos llenamos de bienes materiales y de racionalidad, esa que justifica todo. Para percibir “el eco” de nuestro espíritu, debemos estar “vacíos” de todo egoísmo, envidia, poder, codicia y otros lastres. Solo así estaremos listos para escuchar, entender, y gozar la inmensidad, el equilibrio y la complementariedad de la vida o de la muerte. Llenemos “el vacío” de nuestra vida material con el eco de “la plenitud” de nuestro espíritu, limpiemos pues, nuestras antenas.
La soledad
¿Estamos solos?.¿Cuántas veces nos hemos sentido solos?. Golpeados por una desilusión amorosa, la traición de alguien que considerábamos nuestro amigo, la muerte de un ser querido o por ser excluidos de la sociedad por no compatibilizar con los cánones impuestos, y ser literalmente “muertos en vida”. ¿Cuántas veces hemos renegado de la vida, de nuestra “suerte” o de lo que nos ha tocado?. La soledad se convierte en esas situaciones en una salida. Los seres humanos tienden a aislarse cuando no son aceptados o cuando no son felices en comunidad y prefieren crear su “propio mundo”.
Allí encuentran la paz que no encuentran relacionándose con los demás. Esa sensación pacífica y agradable de los seres solitarios, en mi opinión, tiene una explicación. Es en ese espacio donde ellos pueden escuchar el “eco” de su propio espíritu, aunque no se percaten de ello. Estar solos es una buena oportunidad para “vaciarse” de materialidad y “llenarse” de espiritualidad. Las religiones, en ese sentido, son la expresión “organizada” de ese fenómeno. Tratan de dar a sus fieles, en sus Iglesias, ese momento de solaz y soledad espiritual que el tráfago de la vida diaria no puede brindar por su extremada “materialidad”. Pero la espiritualidad no solo puede desarrollarse en las iglesias o centros de oración, cada ser humano también puede generar su propio “espacio espiritual”, a su manera y de acuerdo a su propio sentir. Lo importante es que nuestra soledad nos ayude a crecer espiritualmente, y ha entender y tratar de descifrar el porqué de las acciones humanas, de los eventos inesperados, de la ley que mueve y organiza todos los movimientos y los silencios. Todo tiene un sentido. Nada está fuera del espíritu. El lo mueve todo, lo crea y recrea todo. La soledad es el estado natural del espíritu, por eso no debemos temerle. Debemos aprovecharla para expandirnos. Ella nos puede ayudar mucho a liberarnos del temor, que tanto daño hace al espíritu. Cuando somos conscientes y sentimos que nuestro espíritu trasciende, entonces no le temeremos a nadie ni a nada. Los seres humanos nos equivocamos constantemente, y siempre tenemos la oportunidad de re-crearnos, de nacer de nuevo, en éste o en otros niveles de vida. Cuando nuestros actos no son comprensivos y piadosos, inevitablemente nos alejamos del entendimiento de la arquitectura de la vida, y nos sumergimos en una “soledad espiritual”, esa que nos vuelve seres resentidos, llenos de razones y argumentos para no ser felices y no dejar ser felices a los demás.
El rompecabezas
Siempre he creído que los elementos de la vida son como un rompecabezas cuyas piezas esperan ser armadas para formar la imagen original. Dichas piezas antes de ser cortadas para ser piezas fueron parte de una misma pieza mayor, hecha con el mismo cartón. Así, cada vivencia del ser humano tendría su propia forma, esperando ser acoplada a otra vivencia de sí mismo y de otros seres humanos, y así, formar parte de un todo. Los actos erróneos del ser humano vendrían a ser piezas que no se complementan con la pieza matriz, y así, mientras más piezas fallidas, más tiempo tardaremos en culminar la imagen original.

Estimo que pasaran muchas generaciones más de seres humanos, hasta tener una noción más clara de la imagen original del rompecabezas de la vida. El reto es poder en nuestra vida terrenal, encajar la mayor cantidad de piezas. Cada pieza lograda será un avance hacia el conocimiento de nuestra interioridad. Así como cuando armamos un rompecabezas, cuya imagen final hemos perdido, y que a través de la fracción de imagen que cada pieza contiene, nos hacemos una vaga idea de la imagen final, podríamos ir identificando y encajando cada una de nuestras acciones de nuestra vida, que formarán parte de la imagen final de nuestro espíritu, que a su vez, tendrá un espacio específico en el rompecabezas mayor, todavía inaccesible a nuestros sentidos. Aunque las piezas de nuestro rompecabezas estén desordenadas o perdidas incluso, siempre tenemos la oportunidad de rehacerlas o volverlas a ordenar y encajar. Nada es definitivo. Esa es la maravilla espiritual del ser humano. Nada es definitivo, nada es absoluto, todo cambia y se regenera. Nada permanece inmóvil. Siempre podremos comenzar de nuevo. No hay fatalismos ni castigos ni pecados, el ser humano siempre podrá redimirse y volver a empezar, aunque ya no sea el mismo cuando lo haga, pero el cambio siempre estará esperándonos a la vuelta de la esquina. Por eso es que no debemos aferrarnos a la materia. Si ya el gran Einstein nos enseñó que ella está en una permanente transformación, nuestros espíritus son la expresión más vívida de esa transformación y mutación indestructible. No temamos al cambio, ni a la vida ni a la muerte. Cada evento en la vida es parte de un evento mayor. Solo seamos parte del cambio, fluyamos como el río, sin apegos, sin temores, no hay nada más libre que nuestro espíritu. Nuestro cuerpo es solo un vehículo, podemos trascender, percibir y ser parte del gran rompecabezas de la vida. Que dicen, ¿encajamos nuestras piezas?
La plenitud
No hay nada más pleno que el amor. Cuando una persona ama de verdad se llena de una especie de energía revitalizadora. La plenitud del amor es una de las mayores dichas que pueden tener el ser humano. Además, es el mejor transmisor de sabiduría, ya que si no fuera por el amor no sabríamos nada del perdón, del desprendimiento y de la creación de la vida. Cuando no tenemos o sentimos amor hacia alguien, nuestra vida se torna “vacía”.

El amor es fuente inagotable de espiritualidad. Por eso es tan importante amar y ser amado. Con amor se puede construir todo, es la materia prima para la elaboración de piezas del rompecabezas de la vida. Aquellos que no han encontrado el amor, no deben darse por vencidos, el amor les llegará en el momento menos pensado, solo deben tener paciencia, esa paciencia que como virtud del espíritu, se desarrolla en la espera. Todos podemos amar y ser amados, solo hay que abrir nuestro corazón a la vida, los seres humanos somos en esencia seres de amor, la energía del amor es inagotable y se distingue de la energía de la materia. Cuando morimos y dejamos esta vida material, nuestro espíritu trasciende por el amor. El espíritu es indestructible por la fuerza del amor. Cuando nuestro espíritu está pleno de amor, no habrá vacío espiritual. Por eso, cuando creamos que estamos solos y que nuestra vida está vacía, recordemos que el amor siempre estará disponible para nosotros, para recordarnos que, nuestra vida es una fuente infinita de posibilidades para construir todo lo bueno y bello que hayamos soñado.

Ojoavizor