lunes, 29 de diciembre de 2008

El Poder

La historia de la humanidad, es la historia de la lucha por el poder. Esa fuerza que, de alguna u otra manera, todos usamos para imponer nuestra voluntad. Nadie es ajeno a los efectos del poder, por eso la necesidad de entenderlo, y evitar que nos arrastre en su camino. Con ese objetivo, cabe preguntarse: el poder, ¿es bueno o malo?, ¿cuáles son las herramientas con las que se manifiesta o se ejerce?, ¿de qué manera, el apetito por el poder puede llegar a controlar nuestros pensamientos y acciones y transformar nuestra identidad?, ¿cuánto puede afectar el ejercicio abusivo del poder a los que nos rodean, y muchas veces a quién más queremos?, ¿dónde estaremos seguros de sus tentáculos? ¿podemos vivir sin el poder, sin la necesidad de someter a los demás y a nosotros mismos?. Trataré de contestarme estas preguntas, a partir del relato de mi propia experiencia con el poder, vivida durante más de nueve años, en mi trabajo con varios Ministros de Estado, altos funcionarios públicos, nacionales e internacionales, políticos y empresarios poderosos. Durante esos años, navegué en las profundidades de los laberintos más oscuros del poder, pero gocé también, hasta el éxtasis, la luz centellante de sus posibilidades.
Las insignias
Las insignias militares, siempre despertaron en mí una atracción especial. Me imagino que por la influencia que ejerció sobre mí, la imagen de mi querido hermano Félix, que fue militar por muchos años, hasta que se retiró en medio de la lucha antiterrorista, allá por los 90’s, a pedido, casi suplicatorio, de nuestra madre y de todos sus hermanos. La violencia terrorista había recrudecido y amenazaba al Estado Peruano, que se mostraba inoperante por carecer de una estrategia antiterrorista integral, habiendo entrado a una imparable espiral de violencia generalizada, en la que la constante violación de los derechos humanos de todos los afectados por la lucha, era el pan de cada día. No queríamos tener ningún héroe colgado en un retrato enmarcado de la pared de la casa, su familia, quería simplemente, tenerlo vivo, como un simple ciudadano más, que lucha día a día su propia batalla para salir adelante en la vida, y eso, en un país como el Perú, es una forma estoica de heroísmo civil.
El policía
La primera atracción que sentí hacia las insignias de mando, fue cuando tuve 9 años, y cursaba el tercer año de primaria. Uno de esos lunes de cada semana, en la que las monjas de mi colegio nos hacían formar, con orden militar, en el patio central para cantar el himno nacional, y orar, en voz muy alta, para que Dios nos escuche, se apareció imponente, con su 1.98 mts. de altura, vestida con su impecable sotana azul oscuro, dirigiéndose hacia el estrado caminando como “Darth Vader”, la temida por todos los niños del colegio, Sister Mary John Rita. Cogió con rudeza el micro, y mirando desafiante a los alumnos con su impenetrable, adusto y frío rostro de oficial de la “SS” alemana, anunció que a partir de esa fecha, iban a seleccionar a los mejores alumnos de cada salón de clase, para ser designados como “policías escolares”, cuyas funciones serían, “mantener el orden” de los alumnos, tanto en el salón de clase, como en el patio de recreo, así como, ayudar a cruzar la pista a los alumnos, “parando a los autos” a la salida del colegio y “avisar” a las monjas cualquier “acto lesivo a la moral” y a las normas del colegio, y diversas funciones, todas dirigidas hacia el “control total de cada uno de los movimiento de los alumnos”.

En ese momento, no estaba todavía en condiciones de percatarme, de las verdaderas y nocivas intenciones de las monjas de mi colegio, de aplicarnos un inmoral sistema de control policíaco-escolar, función que desnaturalizaba cualquier formación auténticamente cristiana, incluyendo la clara violación a los derechos consagrados en la Convención Internacional de los Derechos del Niño. Recuerdo el momento preciso en que la Sister John Rita, con su pésimo castellano, dijo a través del viejo altavoz del colegio: “Alumnos, a partir de hoy serán entregadas éstas bandas y placas de policía escolar a los mejores alumnos de cada salón, como símbolo de autoridad, para cautelar y mantener el orden dentro del Colegio”, mostrando con las manos en alto, con una mirada y sonrisa de esquizofrénica, en estados alterados, una banda plástica color naranja fosforescente, con una placa metálica de policía escolar, color plateada, que brillaba con la luz solar. Todos los alumnos, aplaudimos la violatoria y arbitraria medida, y yo, simplemente, al ver la banda y la placa, me quedé embelesado de las mismas. Es que, realmente, eran simplemente preciosas. Al mirar la placa, me dije en mi interior: “yo la quiero”. Y así fue. No pasó ni dos meses, y me hice acreedor de dicha banda y placa de policía escolar, por haberme sacado 20 de nota en conducta. Y así, me convertí en el más orgulloso policía escolar de mi colegio, y por ende, en un niño poderoso, ya que todos mis demás compañeros tenían que obedecerme. La indudable belleza de la banda y esa placa, así como el poder que ellas representaban, me habían seducido, y yo caí rendido, por primera vez en mi vida, en los brazos de la sensualidad del poder.

El Boy Scout

Mi segundo acercamiento con las insignias de mando, fue cuando a los 13 años, me inscribí, en el ahora inexistente, “Grupo Scout Miraflores 7” (http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/08/scouts-del-mundo-siempre-listos.html). Allí lideré, por primera vez en mi vida, a un grupo de personas: la patrulla “Las Águilas”. No había pasado ni dos meses desde mi incorporación al Grupo, cuando el Jefe del Grupo Scout, me llamó a su oficina, y delante de toda la directiva compuesta por “Rovers” del grupo (grado scout), me designa, para mi absoluta incredulidad y sorpresa, como nuevo Jefe de Patrulla, dándome la correspondiente insignia de mando, consistente en un parche de tela para ser cosido en el bolsillo del pecho de mi camisa reglamentaria de mi uniforme scout, que me identificaría como scout “líder de patrulla” ante todos mis compañeros scouts. Yo me sentí feliz, porque me encantaban, y me siguen encantando, las insignias y los pines (tengo una colección de ellos). Siempre he creído que dichos aditamentos, encierran toda una simbología de la vida. Años después descubrí en los espléndidos escritos del gran psicoanalista analítico, Carl Gustav Jung, que la simbología que usan las organizaciones humanas, responden a “arquetipos” que revelan su “conciencia colectiva”. La sola aplicación de la insignia en mi pecho me dio “instantáneamente” un poder sobre los demás, ya que como Jefe de Patrulla, todos sus integrantes tenían que obedecerme. Confieso que la sensación que sentí al dar órdenes, fue muy agradable. Empecé entonces a gozar de esa muy peligrosa sensación de someter a los demás a mis disposiciones, de acuerdo al reglamento scout, por supuesto.
El piloto
Mi tercer acercamiento, con las insignias de mando, lo tuve cuando estuve a punto de ingresar a la Fuerza Aérea del Perú. Eso se debía a mi afición por los aviones y a los coloridos parches que llevan los pilotos de guerra en sus verdes casacas de reglamento. De niño coleccioné aviones a escala, entre los cuáles, mi preferido era ese magnífico avión inglés de la Segunda Guerra Mundial, el "Spitfire”, que fue el primer avión de mi colección y que soñaba pilotearlo en medio de contorneos y piruetas acrobáticas que hacía con mi cuerpo, mientras corría a lo largo del hermoso parque que está ubicado frente a la casa de mi madre.
El día que le dije a mi madre que quería ser piloto, y que postularía a la Fuerza Aérea, ella entró en profundo silencio. Sin embargo, lo que hizo después, fue las más increíble lección de estrategia militar que pude haber conocido, ya que esa misma tarde invitó a todas sus amigas a tomar el té en la casa, y cuando estaban en medio de una típica tertulia victoriana, de madres escandalizadas, “que traman algo”, me llamó delante de todas para que escuche el testimonio de una de ellas, que era viuda de un piloto de guerra, que se había estrellado en un “Hawker Hunter”, diez años atrás, dejándola con tres hijos pequeños. La viuda me miró a los ojos, y con su rostro triste y frío, me dijo: “Hijo, no desperdicies tu vida, tu eres muy inteligente como para meterte en un pedazo de fierro, y matarte por nada. Mírame a mí, jodida, con tres hijos, sin esposo, sin dinero, y el Estado ni siquiera lo ascendió póstumamente. No vale la pena hijo, no pierdas tiempo, ni tu vida”. Luego de esas palabras, reconsideré mi decisión y concluí que para volar y amar a mi país, no era necesario tener una insignia de mando, prendida en el pecho.
El universitario
El año 1982, ingresé a la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, Decana de América, una época muy convulsiva y signada por los atentados realizados en todo el territorio nacional, por los grupos terroristas, Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). “San Marcos” estaba literalmente, tomada por los estudiantes, en su mayoría de tendencia marxista, leninista, maoísta, troskista, mariateguista, aprista, y todas las variantes de “istas” que se puedan imaginar. Los estudiantes tenían un poder absoluto respecto a la administración de la universidad. A pesar de la intensa actividad y discurso político de la mayoría de los estudiantes, nunca estuve tentado a inscribirme en ningún partido político, ni de izquierdas, ni de centros, ni de derechas. En realidad siempre fui un iconoclasta de la política, con mis propias ideas políticas, que estuvieron, están y estarán de manera inalterable, ligadas al servicio público eficiente y al diálogo concertador, como elemento central de acción política. Siempre desconfié de los “partidos políticos”, tal vez por la sana y temprana influencia de mi hermano Oscar, que en ese maravilloso y espiritual viaje a Cuzco (http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/09/la-seal.html), me enseñó, entre otras cosas, que el Perú estaba suficientemente “partido”, como para seguir “partiéndolo” con más “partidos políticos”. Esa ha sido, lamentablemente, la historia política de mi país, una historia que ha girado alrededor de los fracasos de los partidos políticos, muchos de los cuáles, ya han desaparecido, y los que todavía están en pié, son porque han sabido reciclarse, pero vendiendo a su electorado, los mismas ideas políticas, que nunca realizarán, el mismo discurso obsoleto, que no tiene aplicación en la práctica, las mismas falacias, que no llevan a nada, y en fin, las mismas conscientes e irresponsables mentiras que tanto daño le hacen a los ciudadanos de a pié, y sobre todo, a los más pobres de mi país (47% de la población total). En ese sentido, hay que reconocerle a los “partidos políticos” de mi país, el haber desarrollado un especial “expertise” consistente en destruir las esperanzas y la fe de los peruanos, y a pesar de eso, seguir gozando de su voto. Es una especie de “esquizofrenia electoral” o “Síndrome de Estocolmo” de la población urbana y criolla de Lima, que es la que siempre decide las elecciones en mi país. Muchos de los líderes políticos que actualmente conducen los destinos de mi país, de alguna u otra manera, se han formado en Universidades, incluso el actual Presidente de la República, que es abogado graduado en la Universidad Mayor de San Marcos. Las Universidades son el primer lugar donde los jóvenes reciben sus primeras lecciones sobre la naturaleza y el uso de las herramientas del poder. En mi caso, puedo dar fe que en “San Marcos” y en las otras universidades en las que hice mis estudios de postgrado, conocí y aprendí a usar, una de las más letales armas que sirven al poder: La Ley. Fue allí en las aulas universitarias, donde percibí los primeros indicios de los que después confirmaría en mi práctica profesional, que: “La Ley, es la voluntad del poder”.
El litigante
El año 97, la empresa donde trabajaba quebró por los efectos de la recesión económica que sufrió Perú en ese año, producto de la inestabilidad política, los efectos de la crisis asiática en las economías emergentes, y para coronar, los devastadores efectos climáticos que trajo consigo la corriente del Niño, afectando a todos los productos de exportación no tradicionales. Fue así como, después de haber dedicado casi diez años de mi vida, a la actividad empresarial privada, en el sector exportador, de la noche a la mañana me convertí en un desempleado. Sin embargo, Dios tenía un camino para mí, y así, un día de diciembre del año 97, me llegó una llamada de “Jorgito”, mi querido amigo y compañero de promoción de la maestría, para ofrecerme el puesto de abogado litigante en una Procuraduría Pública del Estado, donde él, ya trabajaba hacía tres años. El puesto estaba libre, ya que la persona que lo ocupaba, viajó a España a estudiar un doctorado en Leyes, en la Universidad Complutense de Madrid. “Jorgito” es una de las personas más especiales que he conocido, ya que aparte de ser un brillante abogado, y unos de los pocos magistrados honestos y probos del Poder Judicial del Perú, es una extraordinaria persona humana y de esos amigos incondicionales que me ayudó en todo momento con su sabio consejo y su inigualable talento jurídico. Todos los que lo queremos le decimos “Jorgito” por su tamaño pequeño, y su “cara de bebe”. Siempre le estaré agradecido a “Jorgito” por haberme enseñado “los secretos del litigio judicial”. Mi actuación como abogado litigante, en varios juicios ganados a favor del Estado Peruano, ante la Corte Suprema de Justicia y el Tribunal Constitucional de mi país, llevan indudablemente, el sello de la formación que tuve, a partir de los sabios e inteligentes consejos de mi querido amigo “Jorgito”. El mismo agradecimiento le tendré por siempre a su hermano “Fernán”, que trabajaba con nosotros en la misma oficina. “Fernán” era igual de decente y correcto que “Jorgito”, ambos provienen de una muy unida y sólida familia arequipeña. Fernán, a diferencia de Jorgito, tiene un carácter, seco y por momentos duro, pero ha pesar de su temperamento, siempre fue muy generoso conmigo, al igual que “Jorgito”. Actualmente “Fernán” es un muy respetado y probo Presidente de una Sala Penal de la Corte Superior de Arequipa. A ellos dos les estaré eternamente agradecido, por todo lo que aprendí de ellos y por la ayuda que me brindaron en todo momento. Ellos fueron para mí, esos ángeles que Dios me mandó para cuidarme y guiarme en mi camino.
Después de trabajar tres años como “abogado litigante” de la Procuraduría Pública del Estado, un día quedó vacante la plaza de Procurador Público Adjunto, es decir, el número dos de la Procuraduría. Fue así como el Procurador Público Principal, “el Recitador”, un afable y culto abogado, de mucha experiencia, que tiene un talento extraordinario para recitar la poesía de Abraham Valdelomar, uno de los más importantes poetas y novelistas latinoamericanos, así como los poemas de Cesar Vallejo, el gran poeta universal, me ofreció el cargo de Procurador Público Adjunto. Yo me quedé helado frente a ese importante ofrecimiento. Ya que siempre consideré que “Jorgito” siempre fue, es y será mejor abogado que yo, y que lo que correspondía era que “Jorgito” asuma el cargo. Además él me había llevado a la Procuraduría. Como tengo una firme formación ética, le conté a “Jorgito” y le dije que él debería asumir ese cargo y no yo. “Jorgito” demostrándome esa nobleza, madurez y entereza que muy contadas personas tienen y practican, se alegro enormemente, me abrazó, y me dijo: “Muy bien, Ojoavizor, tú te lo mereces, ya que me has demostrado ser un hombre íntegro, honesto, inteligente, pero lo que más admiro de ti, es tu creatividad para desarrollar estrategias procesales para el litigio. Vamos amigo, acepta el cargo, yo te apoyaré en todo lo que necesites de mí. Estaré encantado que seas mi jefecito.” Cuando me dijo todo eso, quede profundamente conmovido, y lo abracé fuertemente. No podía creer tanta nobleza de su parte. Los años no han hecho más que confirmar y ratificar esa nobleza y don de gentes de mi querido amigo “Jorgito”, así como de su hermano “Fernán”.
Así las cosas, acepté el cargo, y me convertí a los 36 años, y por primera vez en mi carrera profesional, en un funcionario público con el poder de decidir respecto de las acciones que tenían que realizar 46 personas bajo mi mando, entre abogados y personal administrativo, respecto a más de 7,000 procesos judiciales a nivel nacional. Recuerdo que lo primero que me dieron fue mi Resolución Suprema firmada por el Presidente de la República y el Ministro del Ramo, publicada en el diario oficial “El Peruano”. A eso se sumó, la “insignias de mando”, una cinta con la medalla del Consejo de Defensa Judicial del Estado, un carné forrado en cuero con el sello oficial del Estado Peruano, que me acreditaba como Procurador Público Adjunto, la asignación de un auto con chofer, una amplia oficina y, para coronar, un excelente sueldo. Recuerdo el día de mi juramentación al cargo, ante el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Lima, en presencia de Nefertiti, mi madre y hermanos, que me miraban orgullosísimos. Yo me sentía en las nubes. Después de la juramentación fuimos a almorzar a la casa de mi madre, y en medio de la alegría, hice un brindis por la memoria de mi padre, quien me estaba mirando orgulloso desde el cielo, ya que él siempre valoró, y me enseñó a valorar, el “servicio público”. Todo me sonreía. El poder estaba en mi mano.
La tentación
Cualquier persona que tenga poder estará expuesta a muchas tentaciones, que se presentan en múltiples formas, unas burdas y otras muy sofisticadas. Cuando fui Procurador Público, la tentación se presentó ante mí en ambas formas. Un día, un ex - Ministro de Estado, ya fallecido, me citó a su despacho para preguntarme “qué acciones se podrían realizar” para resolver “de mejor manera” una demanda de indemnización por dos millones de dólares americanos planteada por un particular contra el Estado Peruano. Estaba pues, ante un sofisticado pedido de favorecimiento a dicho particular, es decir, de una sofisticada propuesta de corrupción. Mi respuesta fue contundente: “Señor Ministro, estamos precisamente haciendo todas las acciones que prevé la ley, para la defensa irrestricta de los intereses económicos del Estado. No se preocupe que le estaré informando cuando ganemos el proceso, ya que el Estado tiene todas las normas a su favor, y que como Procurador, no iba a permitir, bajo ninguna circunstancia, que esos particulares obtengan esa indemnización, ya que era una demanda con visos de fraude”. El ex Ministro se quedo pálido, pero volvió a la carga, y me preguntó si podía recibir a esos particulares para ver alguna posibilidad de solución extrajudicial al juicio, y le respondí que no habría problema, ya que yo creía en los mecanismos alternativos de solución de conflictos, pero que como condición para recibirlos, dichos particulares tendrían que pedirle por escrito a su despacho, su interés de desistirse de la demanda y buscar una solución negociada al problema, de acuerdo a las normas legales pertinentes. Dicho esto, el ex – Ministro nunca más volvió a llamarme para pedido similar, y ese día me gané su respeto, y la obvia ojeriza de parte de toda la corte de “adulones” que lo rodeaban.

A lo largo de toda mi función como Procurador, recibí llamadas y pedidos de diversos funcionarios de la administración pública peruana, de Congresistas de la República, de connotados líderes políticos de nivel presidencial, en fin, de personas que usan el poder para servirse a sí mismos, renunciando a servir a los ciudadanos que los eligieron, en el marco de las normas legales. Así, poco a poco, me convertí en un “Eliot Ness” del Sistema de Defensa Judicial del Estado”. Respetado por muchos, y odiado profundamente por todos aquellos Procuradores y funcionarios corruptos del “establishment” político y judicial, por haber mostrado mi firme posición en contra de la corrupción, sin temblarme la mano, usando únicamente mi firme posición de respeto a “la ley”, como único referente ético-normativo de mi actuación pública.

Como es natural, nadie en el Ministerio comprendía, o no querían aceptar, mi posición. Para los corruptos siempre fui, lo que en el Perú llamamos, “un bicho raro”. Me convertí en el más “disfuncional” de los funcionarios públicos. No encajaba en el modelo corrupto y mediocre de la administración pública. Dichos funcionarios, así como los particulares que “coimeaban” (pago de dinero fuera de la ley), a dichos funcionarios, no comprendían como podía desperdiciar mi influencia y posición de poder, que cualquiera de ellos, hubiesen querido tener para hacerse millonario de la noche a la mañana. Para ellos, “Ojoavizor” era un reverendo idiota que estaba dejando pasar la “oportunidad de su vida” para hacer dinero, dado que para ellos, esas oportunidades no se presentan dos veces en la vida. En fin, era lógico que pensaran así. En los últimos diez años, la administración pública mundial, ha experimentado un gravísimo deterioro de su institucionalidad y comportamiento ético, a manos de la corrupción organizada, y el Perú no podría estar ajeno a ese deterioro. El nivel de corrupción a nivel mundial, ha llegado a límites tan peligrosos, que los mejores estudios sobre la corrupción, son hechos por instituciones como el Banco Mundial, que han experimentado graves casos de corrupción institucional en sus más altas esferas (contratación de la amante del Director General de dicho banco, con sueldos estratosféricos y otras prebendas y favores políticos internos), es decir, los corrupción edita y publica, los mejores libros sobre la corrupción. Las paradojas que tiene la vida.

El cáncer
El Palacio de Justicia del Perú es una de las más impresionantes joyas arquitectónicas que tiene el Estado Peruano. Se pudo construir, allá por los años 30’s, en la época de la bonanza económica peruana, basada en la minería y la agricultura, que dio lugar a la denominada “República Aristocrática” del gobierno de Augusto B. Leguía. Es realmente un magnífico y bello Palacio, hecho a imagen y semejanza del Palacio de Justicia de Bruselas.

Lástima que tanta belleza contraste con tanta corrupción. En el Perú la justicia solo se obtiene con el poder del dinero o el de la influencia política. En realidad, el poder de la corrupción en la administración de justicia, es un fenómeno mundial, pero en el Perú, por los bajos niveles de preparación de sus Jueces, que en los últimos años se ha intentado mejorar en algo con la creación de la Academia Nacional de la Magistratura, se ha llegado a niveles verdaderamente alarmantes de corrupción judicial, que impide que los ciudadanos de a pie, veamos nuestros juicios demorados en muchos años, o perderlos en manos de abogados conectados con la estructurada red de corrupción de magistrados judiciales, que están al servicio del poder de turno, sin importarles el gravísimo daño que le hacen al tejido social del Perú. En realidad, el Poder Judicial peruano es un gran tumor canceroso, con algunas células buenas, que son la excepción, entre ellas las de “Jorgito”, “Fernan”, magistrados probos que junto a otros más, serán la reserva moral y de futuro de éste Poder Judicial que ha sido tomado, desde su creación, por el lado oscuro del poder político y económico. Se han intentado varias “supuestas” reformas del Poder Judicial, pero ninguna a funcionado, ni funcionará, mientras que dichos poderes no renuncien a seguir financiando e influyendo sobre magistrados incultos y amorales, y apuesten por un Poder Judicial realmente nuevo, transparente, predecible, prestigioso, que solo podrá ser construido por las nuevas generaciones de peruanos, imbuidas de ese sentido de responsabilidad social, que solo se puede formar, en esa educación diaria en valores recibida en los hogares de aquellos peruanos de buena voluntad.
Mientras ejercí el cargo de Procurador Público Adjunto del Estado, confié ingenuamente en la justicia de mi país. Realmente, creí por un momento, que mi función era tan importante, que podía lograr que se haga justicia en todos los casos que defendí. Quería cambiar esa mala imagen que tienen los procuradores del Estado, que tradicionalmente pierden sus juicios, muchas veces por falta de capacidad técnica y otras por coludirse con el poder económico o político imperante. Lo que siempre tuve presente, es que el Estado es una entelequia, un mero concepto jurídico. En realidad, cuando hay corrupción estatal, los verdaderos perdedores somos todos los peruanos, que con nuestros impuestos, pagamos esa corrupción. Por eso, para mí era imperativo no perder ningún juicio, y cautelar como fiel guardián el dinero de todos los peruanos, para que se destinen a fines sociales eficientes y no lleguen a los bolsillos de los mafiosos del poder político y económico. Y así fue como me hice conocido en los estrados judiciales como un Procurador “duro de roer”, implacable en sus argumentos, sólido en su información y sobretodo estratégico en sus movimientos. En mi carrera de tres años como Procurador del Estado, de los muchos procesos que personalmente manejé, sólo perdí un juicio, pero lo perdí únicamente como producto de la influencia directa de uno de los Estudios de Abogados más antiguos y corruptos de Lima, quien se reunió con el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Lima, cuyo triste nombre no vale la pena nombrar, para cambiar de la noche a la mañana, a un Juez probo, que me estaba dando la razón en un juicio en defensa de tres millones de dólares del erario nacional. Mi defensa le había ganado en las tres instancias al cliente de ese Estudio influyente. Como no pudieron conmigo, no les quedó más alternativa que usar su influencia con dicho Presidente de Corte, para cambiar abruptamente a dicho Juez, y con una nueva Jueza, entre gallos y medianoche, cambiar artificiosamente, el sentido de la sentencia en contra del Estado para llevarse ese dinero y repartírselo entre todos por supuesto. Ese día, sentí la fuerza del lado oscuro, en mis narices. Despertaron toda mi indignación, pero todo estaba consumado. Cuando denuncié el hecho ante las autoridades de control del Poder Judicial, solo obtuve indiferencia. Todos estaban coludidos. La justicia era una farsa, y así fue cómo aprendí que el hermoso Palacio de Justicia de mi país, estaba con cáncer generalizado.
La llamada
Ha pesar que la corrupción institucionalizada enfiló su poder corrupto y organizado para desaparecerme del mapa público, con ese ya conocido poder aplanador que le brinda sus conocidas y fortísimas “argollas” (grupos de personas unidas para defender su “status” frente a extraños), a las 11 de la noche, de un día del año 2004, después de haber sido ratificado, durante tres años, por dos ministros de Estado, en el cargo de Procurador Público Adjunto, y haber realizado una severa y exitosa reingeniería institucional de la Procuraduría Pública, que significó un notable incremento de procesos judiciales ganados, con respecto a otras gestiones, recibí la llamada telefónica del Ministro de Estado, designado ese año, para ofrecerme un ascenso: el cargo de Secretario General del Ministerio.
Me quedé estupefacto. Me estaba ofreciendo algo que si bien es cierto lo deseaba, porque me consideraba capaz para ejercerlo con eficiencia y honestidad, realmente me sorprendió, porque me parecía imposible que un funcionario como yo, tan disfuncional para la corrupción institucionalizada, fuese llamado por un Ministro de Estado, sin haber sido vetado por esa “argolla” político-administrativa. Años después me enteré que ese grupo corrupto de personas, que siempre estarán enquistados en el poder público, se opusieron tenazmente a mi designación, logrando incluso, que la Resolución Suprema de nombramiento fuese paralizada, deliberadamente, durante más de un mes en el despacho del Secretario General saliente. Sin embargo, Dios lo había decidido, y punto. Al Ministro de Estado que me llamó para designarme como Secretario General, le respondí: “Señor Ministro, para mí es un honor haberme elegido para éste tan importante y delicado cargo, y acepto con humildad ejercerlo de acuerdo a la ley y los principios que mis padres me formaron, de profundo amor a mi patria”. Al Ministro le gustaron mucho mis palabras, y me preguntó si yo era del partido de Gobierno, y yo le respondí: “No Señor Ministro, no soy del partido de Gobierno, ya que soy un institucionalista, es decir, pienso que el Perú debe contar con funcionarios públicos que no dependan del poder de turno, que tengan la libertad de acción y expresión para el mejor desempeño del servicio público al que deben estar abocado conforme a las leyes y a la ética personal”. El Ministro se quedó sorprendido por mi franqueza, y con voz cálida me dijo, “Muy bien Doctor, no hay problema, me han dado las mejores referencias de su performance técnico, y eso es precisamente lo que necesito para mi gestión. Bienvenido al equipo”. Y así de la noche a la mañana, me convertí en la máxima autoridad administrativa del Ministerio, de gerenciar 46 personas, pasé a gerenciar a 2,500 personas, con poder de firma respecto al uso de más de 300 millones de dólares. Había llegado a los 39 años al zenit de la carrera administrativa de mi país. Era un salto meteórico a la cima, a la que llegué, sin un tanque de oxígeno.
El Rey sin corona
Efectivamente, el cargo me cogió por sorpresa y sin la experiencia política y administrativa del caso. Allí aprendí, que en primer lugar, un cargo público nunca debe aceptarse por teléfono, y menos aún a una persona que uno no lo conoce. En realidad, no existe persona que no le guste el poder. Todos de una u otra manera queremos tener poder, hasta que maduramos. El problema es que esa madurez siempre llega con los años, pero nunca a los 39 años. Pero una vez que la madurez llega, uno aprende que “el cargo no hace a la persona”, que “el poder es un medio mas no un fin en si mismo”, que “la paciencia debe ser la principal virtud del hombre poderoso”, que “la sabiduría del poder no está en los libros, sino en el conocimiento extraído de un debido procesamiento de la experiencia en el ejercicio de ese poder”, que “el poder del lado oscuro, es una intensa fuerza que desgasta, opaca y debilita al espíritu”, que “nuestras acciones tendrán sus reacciones”, que “tendremos enemigos declarados, ocultos o gratuitos”, y otras enseñanzas que uno procesa y entiende, solo cuando se aparta del poder. Hice lo mejor que pude en el cargo de Secretario General, mantuve obviamente mi línea ética y profesional, y por eso soy actualmente uno de los pocos ex Secretarios Generales de ese Ministerio, que no tiene procesos judiciales o denuncias penales pendientes, como los tiene la mayoría de ellos, por corrupción. Cuando dejé el cargo, la corrupción organizada se concentró con desesperación en buscarme alguna ilegalidad, como era de esperarse, después de haber tenido varias auditorias a mi gestión, tanto de Procurador como de Secretario General, siempre concluyeron que mi gestión fue transparente, eficiente y conforme a las leyes.
Mi experiencia como Secretario General, fue muy desagradable ya que conocí cara a cara, por la cercanía con el poder en su más alto nivel, la envidia abierta o encubierta, la maledicencia, la emboscada política, la mentira en todas sus formas y macabros modos, el silencio cómplice, el poder de “las argollas”, el ataque político artero, la falta de reconocimiento, el “robo” de ideas y proyectos ajenos, y en fin, toda aquella podredumbre que caracteriza a la miseria humana. No aprendí nada bueno en mi ejercicio del cargo de Secretario General. Todo fue oscuridad, soledad y miseria. En esa época, mi hijo “Manzanilla” tenía un año, y "Manzano" acababa de nacer hacía unos meses, y me estaba perdiendo el crecimiento de los dos, dado que salía de casa, todos los días, a las 7 a.m. y llegaba a las 11 p.m. “Nefertiti” sufría mucho, mi carácter cambió, me volví una persona irritable y temerosa, veía enemigos políticos por todos lados. Me sentía como tomado e inmovilizado por una fuerza oscura superior a mí. Ninguna de mis ideas positivas fueron aceptadas, a pesar de tener el cargo administrativo más alto de la organización. Todas mis órdenes eran boicoteadas. Me hacían creer que gobernaba, pero en realidad, no era más y nada menos que, “un rey sin corona”.
Posteriormente me enteré que el propio Ministro, se había arrepentido de designarme como Secretario General, ya que él no sintonizaba con mi estilo transparente y dinámico de servicio público y yo, no sintonizaba con su sinuosidad y silencio cómplice. El era, lo que se denomina un “ministro netamente político”, y en consecuencia, un “Secretario General técnico” no le era útil para sus planes “políticos”. Por ese motivo, despachaba muy poco conmigo, y solo se reunía con un grupito de “adulones”, que lo rodeaban, gente corrupta que emanaba un “aura” oscura. No pasó más de tres meses de mi designación, y ese Ministro tuvo que renunciar en medio de uno de los más escabrosos escándalos éticos de dicho Gobierno. Y así, de un día a otro, me encontré literalmente en la soledad del poder. Tuve que acompañar al ex Ministro, hasta la puerta principal de Palacio de Gobierno, después de ser despedido por el Presidente de la República. Nunca olvidaré lo que me dijo, allí en esa puerta, y mirando ambos, la hermosa Plaza de Armas de Lima, iluminada, viendo a lo lejos a la gente pasar, con la guardia de honor a ambos lados de la puerta, me dijo con aire de revancha: “Ojoavizor, yo regresaré al poder, ya veras, y cuando lo haga destruiré a todos mis enemigos, a los que me han hecho renunciar, y tú estarás a mi lado otra vez, no te preocupes”. Yo, sin creerle lo último, lo miré fijamente y le dije: “Ministro, espero haberlo apoyado en su gestión, en la medida de mis posibilidades”. Él me miró y se quedó en silencio. Obviamente, era consciente que el poder y sus “adulones” lo habían abandonado. Se había dado cuenta, paradójicamente, que yo era el único funcionario público que lo estaba acompañando hasta el final, a pesar de haber sido durísimo conmigo, con su silencio, con su indiferencia durante toda su corta gestión. Nunca me tuvo confianza, y yo tampoco se la tenía a él, aunque hice todos mis esfuerzos para colaborar transparente y sinceramente con él. Yo por alguna razón inexplicable, sentí mucha pena por él, y por mí también, ya que se terminaba un ciclo de mi vida, sin haber hecho nada de las cosas que yo consideraba trascendentales para nuestro país. En realidad, los dos habíamos sido dos Reyes sin corona, víctimas de la volatilidad del poder y la irracionalidad de sus fundamentos.

Las condiciones

Mientras alistaba mis cosas para irme, el nuevo Ministro entrante me llamó a su despacho para pedirme que me quede por tres meses y después ver qué pasaba. A ese Ministro yo ya lo conocía de su gestión anterior, y el también me conocía a mí, lo cual me hacía el camino más fácil. Y así sucedió. Me quede tres meses adicionales como Secretario General hasta que los nuevos “adulones” del poder, esos que se mueven como “malaguas” en el Estado Peruano, en busca de nuevas víctimas a quién succionarle poder y recursos, me hicieron una emboscada política para sacarme del cargo. En realidad, me hicieron un favor, ya que el cargo de Secretario General fue para mí una desagradable experiencia en el paso por la administración pública. Lo único positivo que obtuve de dicho cargo, fue aprender lo negativo que puede ser tener un cargo de ese tipo, cuando no se tiene el apoyo “total” del Ministro, y sobre todo, la experiencia requerida. Son cargos en los que se privilegia tener habilidades en el “juego político” más no la performance técnica o profesional, y yo, obviamente, no tenía la más mínima experiencia política y menos aún sus apetitos. En ese cargo aprendí, que para escalar y mantenerse en la cumbre del poder, se necesita “querer escalarla y mantenerse en ella”, es decir, se requiere “desear el poder con todo el alma”. No concibo a un político que no desee el poder hasta el tuétano. Esa “Nietzscheana” voluntad de poder es indispensable para conquistarlo. Adicionalmente, se requiere un buen equipo de escalamiento, es decir, un buen tanque de oxigeno para mantenerse en las alturas (recursos económicos), una buena carpa para protegerse de las repentinas e intensas tormentas (equipo de personas con afinidad ideológica o, simplemente, con intereses comunes, buenos o malos, pero comunes), buenas “estacas” que afiancen la posición (soporte político suministrado por otros poderosos del sistema político), un par de buenos lentes, que nos protejan la retina de los luminosos y nocivos rayos del poder, esos que pueden cegar a cualquiera (experiencia y madurez política). Yo debo reconocer que no tuve, ni las ganas de querer tener poder político, ni el equipo, ni los padrinos, ni el dinero, ni la experiencia, ni la madurez política indispensable para mantenerme en las alturas del poder. Solo tenía mis buenas intenciones de servir a mi país, en forma transparente, democrática, dialogante, y honesta. Pero como me enseñó la realidad, lo que tenía, no fue suficiente.

El Asesor

A pesar de todo, en el mismo momento que el nuevo Ministro me pidió el cargo de Secretario General, me ofreció el cargo de “Asesor del Despacho Ministerial”, puesto muy importante e influyente, en el que estuve dos años, y que fui ratificado por tres gestiones ministeriales adicionales. Este puesto, confieso que me dio muchas satisfacciones profesionales. En esos años encontré mi verdadero “perfil” profesional, y lo exploté al máximo. Me convertí en un “temido” estructurador y sustentador de proyectos de leyes, ante diversos Consejos de Ministros, en presencia del Presidente de la República, muchos de los cuáles se convirtieron en leyes aprobadas por el Congreso de la República y publicadas en el Diario Oficial de Normas Legales. Muchas de esas normas, son el marco para el desarrollo de diversas actividades productivas a favor de los más pobres de mi país.

Descubrí también, que tenía una particular habilidad de analizar contextos políticos institucionales, así como para el desarrollo de planes operativos para convertir “la palabra” en “acción concreta”. Pasé de una etapa del manejo del poder político “sin sentido”, al manejo de otro tipo de poder: “el de la palabra convertida en consejo oportuno y eficiente” que se plasmaba en resultados concretos. Descubrí que todo aquello que aconsejaba a los Ministros con los que trabajé como Asesor Ministerial, era escuchado y ejecutado, muchas veces al pie de la letra. Por primera vez, sentí que mi trabajo tenía un sentido práctico, y que podía ayudar a los más pobres, en el sentido más concreto posible. Observé que mis ideas se reflejaban en acciones ejecutivas del Estado Peruano, y eso me fascinaba enormemente, ya que me sentía útil para mi país, muy lejos de los juegos políticos “circulares” que no producen nada, solo retraso y empantanamiento de la acción pública.
En el cargo de Asesor Ministerial desarrollé toda mi creatividad al servicio público, además me permitió conectarme con los más pobres. Como nunca antes, me reuní, por encargo de los diversos Ministros de Estado a los que asesoré, con mucha gente humilde de mi país. Nunca dejé de atender a ninguno de ellos. Los recibía a toda hora, y siempre traté de solucionar sus problemas en la medida de lo posible, y muchas veces de lo imposible. Eso era lo que más me encantaba, estar en contacto con la gente pobre de mi país, y sentirme su instrumento, su defensor, alguien en medio de tanta indiferencia social que los escuchaba y les solucionaba sus problemas, con la verdad en la mano, sin mentiras, sin traiciones y sobretodo, sin utilizarlos políticamente, ya que como le dije, nunca milité ni militaré partido político alguno.
El Poder de la luz
Mi actuación como Procurador Público Adjunto, y como Secretario General, le había dado a mi nuevo cargo de Asesor Ministerial, un peso específico muy valioso, ya que me convirtió en un “asesor” muy influyente, dentro y fuera del Ministerio. Fue así como empecé a gozar del aspecto luminoso del poder. Un día, uno de los Ministros a los que asesoré, me llamó a su despacho y me pidió que viaje a Ayacucho con el encargo específico de visitar a una asociación de pobladores muy pobres que estaban asentados terrenos del Estado. El asunto era que un supuesto dueño de esos terrenos, quería desalojarlos para construir allí una “moderna” urbanización. Grande fue mi sorpresa cuando llegué a la zona, y comprobé que en esa zona vivían más de 3,000 personas entre ellos, 600 niños, en la más absoluta pobreza. Ellos eran huérfanos o viudas productos de la violencia terrorista de más de 25 años, que habían tomado posesión de esos terrenos en el marco de un programa social de reinserción social de desplazados por el terrorismo. Estaban a punto de ser desalojados, y lo único que podía evitar ese desalojo, era la expedición de una Resolución Ministerial. Yo no lo podía creer. Me preguntaba a mí mismo, cómo era posible que en el Perú haya tanta pobreza, fue muy impactante, y sin embargo todos me recibieron con mucho cariño, visité casa por casa, y observé que dormían en el piso, y que comían solo una vez al día, solo papa y agua. Había cientos de niños desnutridos y ancianos enfermos. Era literalmente inhumana la falta de solidaridad y codicia del presunto dueño del terreno, que de dueño no tenía nada, ya que los terrenos eran de propiedad del Estado, es decir, de todos los peruanos, pero en forma fraudulenta había logrado que un funcionario corrupto de la administración pública en Ayacucho le diera un falso documento de propiedad, a cambio de dádivas, sin importarles el destinos de miles de personas, y dejarlas en el más absoluto desamparo. Eso yo no lo podía permitir, y decidí usar todo el poder que el cargo de “Asesor Ministerial” me otorgaba, para ayudar a toda esa gente desvalida y hacer justicia con ellos. Así las cosas, regresé a Lima, hablé inmediatamente con el Ministro y logré paralizar la ilegal operación del supuesto fraudulento dueño, que solo estaba interesado en lucrar a costa del sufrimiento de miles de seres humanos. Siempre le estaré reconocido a ese Ministro, haberme escuchado y hacer justicia, con esas personas desamparadas. No podía ser de otra manera, ya que ese Ministro era un importante Maestro de la Orden Masónica del Perú, y por eso, era un hombre comprometido con los desvalidos.
Esa población me lo agradeció mucho, y esa fue la más importante acción, de toda mi carrera pública, en la que Dios me usó de instrumento para hacer justicia. Comprobé que el poder también tiene un lado luminoso, siempre y cuando se usa con justicia. Yo me sentí un instrumento de Dios, la herramienta que ellos necesitaban para que los defiendan del abuso y la prepotencia. El “samurái” que llevó en mí, me sirvió para enfrentarme a los poderes económicos que reaccionaron contra mí por hacer ese acto justiciero. Les malogré el negocio, y no pudieron conmigo. No pudieron con ellos. El Ministro me apoyó hasta el final. El acto justo se había consumado, Dios estaba con nosotros, yo me había convertido en un auténtico guerrero del lado claro de la fuerza, tenía el “poder de la luz” de mi parte, y era completamente feliz.
El arte de lo imposible
El año 2006, Alan García, llegó al poder por segunda vez, por eso que llaman “el mal menor”. Se había postulado nuevamente, después de perder las elecciones con al Presidente Alejandro Toledo en el 2001. Asumió la Presidencia, recibiendo una vigorosa economía, gracias a muchos años de estabilidad económica y jurídica, que ha hecho del Perú, la “vedette económica de América Latina”, con un crecimiento económico sostenido promedio del 6 %. En realidad, al inicio de esas elecciones presidenciales, García tenía un discreto 7%, que no le auguraba, ni siquiera en el mejor de sus escenarios, una victoria electoral. Pero la política no conoce de lógicas ni de cifras. Ya Platón nos enseñó que “la política es el arte de lo posible”, yo modificaría esa frase para decir, “la política es el arte de lo IMPOSIBLE”. Y eso sucedió. García, con todos los pronósticos en contra, con un currículo vitae que ningún político envidiaría (primer gestión de gobierno marcada por una inflación del 3,000% el año 1987, descontrol total de la seguridad interna, corrupción generalizada, responsabilidad política por ordenar la matanza de 200 reclusos por terrorismo rendidos después del motín de la prisión "El Frontón", etc., etc.,), gana la Presidencia de la República del Perú por segunda vez, enseñándonos que en “en política no hay que ser ingenuos” (frase acuñada por él), fundamentalmente porque no había otra alternativa, frente a un desbocado e inexperto comandante del Ejército Peruano, “Ollanta Humala”, líder del “Partido Nacionalista”, grupo político de izquierda, afín y supuestamente financiado por el Gobierno del Presidente venezolano Hugo Chávez. El peruano tiene esa especial virtud del “olvido”. Somos un pueblo “amnésico”. Siempre olvidaremos todos los males que nos hicieron, si es que nos vuelven a prometer una inexistente “tierra prometida”. Por eso ganó García, por su extraordinario olfato político de focalizar su campaña electoral en captar a esa nueva generación de jóvenes peruanos, que representan el 30% de la población peruana, que no sufrieron su desastroso gobierno en los 80’s, y que cayeron rendidos ante su inigualable oratoria y magnetismo personal, condiciones que hacen de él, un “animal político” sin precedentes en la historia política latinoamericana, en palabras literales del ya fallecido “Amauta” (máxima condecoración civil que otorga el Perú a sus intelectuales), Luis Alberto Sánchez, uno de los fundadores del aprismo auroral.
El poder de la estrella
El APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) es el partido político más organizado del Perú, y tal vez de América Latina. Dentro de poco, cumplirá 100 años de fundado en México, por su líder Víctor Raúl Haya de la Torre, un intelectual de clase media alta que canalizó el clamor de justicia social, de la clase obrera del norte del país, allá por el año 1924. Haya de la Torre estructuró un partido bajo una doctrina y discurso antiimperialista, que para el Perú de aquélla época, era una visión eminentemente subversiva, y por esa razón, el aprismo fue perseguido durante décadas, por las dictaduras militares que gobernaron el Perú durante los últimos cien años, con algunos gobiernos civiles intermitentes, persecución política que los obligó a desarrollar un muy eficiente mecanismo de “disciplina interna” que les permitió sobrevivir como organización política hasta la actualidad, aunque en las últimas décadas, esa disciplina les haya servido muy poco para fortalecer su propia unidad interna. Durante los años 40’s, se adhirieron al aprismo lo mejor de la intelectualidad de las clases medias altas del Perú, que aportaron importantes recursos financieros y operativos, que le permitieron a la dirección política del aprismo moverse de manera clandestina durante muchas décadas, y realizar una intensa e importante labor de proselitismo nacional e incluso, internacional, fundándose sucursales políticas del aprismo en México, Colombia, Venezuela y en buena parte de Centroamérica. El aprismo también logró concentrar a la mayoría de la clase obrera, que hasta el día de hoy, es una de sus bases sociales más importantes, compitiendo con las bases obreras de la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP), que han sido tomadas por atomizados partidos de izquierda y algunas facciones políticas pro senderistas. En fin, García es producto de un largo proceso político formativo, ideado e instrumentalizado por su líder máximo Víctor Raúl Haya de la Torre, del que fue su más dilecto discípulo.
El ingenuo
García llegó a su segundo gobierno el año 2006, con muchas promesas. Una de ellas, fue que respetaría a todos aquellos funcionarios técnicos con experiencia en el manejo de la Administración Pública. Lamentablemente fue una promesa incumplida. En el Ministerio en que trabajé durante nueve años, apenas asumió el cargo el nuevo ministro aprista, despidió a todos los funcionarios técnicos más experimentados del Ministerio, menos a mí. Me pidió que me quede a trabajar un ambicioso proyecto que yo había diseñado para apoyar a los más pobres del país, ante el nuevo reto que iba a plantear, la aplicación del Tratado de Libre Comercio suscrito con los Estados Unidos. El proyecto fue presentado al Presidente García en un Consejo de Ministros y aprobado por unanimidad, por su viabilidad económica, jurídica y política. Era un gran proyecto, sin embargo, a pesar que el panorama se vislumbraba prometedor, sucedió, lo que sucede cuando el poder muestra su verdadera faceta irracional. Primero, ocultaron mi autoría del proyecto, lo cual en realidad no me importaba, ya que todas las leyes de la que soy autor, no llevan nombre propio, es decir, nadie sabrá nunca quién realmente las hizo, salvo los que la hicieron, y eso me bastaba. En realidad siempre he valorado mi anonimato, incluso para hacer éste blog. Lo que si me dio mucha pena, fue que al enterarse los asesores apristas del Presidente García, que el autor no había sido un aprista, y a sabiendas que si lo implementaban me iban a seguir necesitando, decidieron aplicarme por segunda vez en mi carrera pública, la famosa política del “hielo”, que consiste en mantener al funcionario en un estado de “congelación”, es decir, no consultarle, no llamarlo, no tomarlo en cuenta, con el objetivo de cansarlo y obligarlo indirectamente a renunciar por voluntad propia. Yo, lamentablemente en ese momento, no tenía muchas alternativas. Cometí el error de creer en la promesa del Presidente García, de que su gobierno respetaría a los funcionarios que no eran apristas, y que no iba a “apristizar” el aparato público. Cometí el error de no recordar las palabras del propio García, años atrás: “en política, no hay que ser ingenuos”. Y así, me convertí en un ingenuo más de su lista de electores.
El copamiento
Por un momento quise creer que el APRA había madurado políticamente, que habían aprendido de sus errores del pasado, que iba a ser un gobierno concertador, que iba respetar la burocracia técnica, necesaria para cualquier país moderno, que apuntaba a convocar a los mejores funcionarios públicos, a los más eficientes, a los más experimentados, y sobre todo a los más probos. Pero me equivoqué. La primera medida tomada por el gobierno aprista fue reducir el 50% del sueldo de todos los funcionarios públicos, con una obvia motivación política de mostrar que el nuevo gobierno sería un gobierno “austero”. El verdadero objeto de esa medida fue en realidad, desmotivar a la burocracia técnica, la experiencia y la creatividad, para reemplazarla por apristas sin trabajo, esos que tienen mucha experiencia en movilizaciones políticas panfletarias, juegos políticos menudos al servicio de la cúpula aprista, y en otras a palabras, las mismas prácticas nocivas que el partido aprista había tenido en su primer gobierno, y que repetía, en éste su segundo gobierno, de una manera absolutamente irresponsable, pero de una manera más sofisticada. Ahora el “copamiento” aprista de los ministerios, se realizaba bajo el pretexto de “la austeridad”, la cual nunca se dio, ya que actualmente el aparato público, ha sido copado por funcionarios con un bajísimo performance técnico, inexpertos, y con denuncias de corrupción por todos lados. En mi caso, de nada sirvieron mis nueves años en el Ministerio y haber trabajado para nueve gestiones ministeriales y tres Presidentes de la República, y sobre todo, haberme especializado en temas legales muy complejos, y tener una foja de servicios impecable, sin ninguna queja ni denuncia judicial alguna, habiendo recibido más bien, felicitaciones por haber obtenido logros concretos durante todos esos años. Nada de eso sirvió. La maquinaria partidaria del aprismo, simplemente me congeló primero y luego me aplastó. Nunca tuvieron el valor de pedirme mi renuncia, ellos esperaban la mía, y yo no podía renunciar, por tres razones, primero porque el Estado no era de los apristas, sino de todos los peruanos; segundo, porque no tenía porqué renunciar a mi labor de ayudar a los más pobres de mi país, hacerlo hubiese significado claudicar a mis principios; y tercero, porque tenía la responsabilidad de mantener a mi familia, y no era justo que ellos sufran las consecuencias de las decisiones arbitrarias de terceros. El "copamiento" del aparato público por los apristas, se había iniciado, estaban en el pleno ejercicio de su poder, y nadie podía evitarlo.
Los verdugos
Hice mi propia lucha contra la política del “hielo” que me aplicaron los apristas. Aunque en esa lucha, de nada me sirvió haber sido hijo de un aprista. Mi padre fue un aprista comprometido, desde los años 40’s. Mi familia, por el lado de mi padre, fueron apristas comprometidos con los ideales apristas. Mi abuelo financió muchas veces al partido aprista en los años de persecución política. Mi tío fue deportado 15 años a Argentina y Chile, por seguir la ideología aprista. Mi padre era una de los pocas personas que tenía “salvoconducto” para ingresar a la embajada de Colombia en el Perú, donde estuvo asilado allá por los años 50’s, el líder máximo del aprismo, Víctor Raúl Haya de la Torre, perseguido impecablemente por la dictadura del General Manuel A. Odría. Mi padre arriesgó su vida y la de su familia entera, con esas visitas que tenían como objetivo entregarle mensajes políticos de otros líderes apristas perseguidos, así como muy finos y elegantes trajes hechos con los mejores cortes ingleses de la sastrería de mi abuelo, que vendía las más exclusivas y elegantes lanillas de Lima, libros de historia y política y cualquier cosa que el líder aprista solicitaba. Nada de eso sirvió. Ni siquiera por un elemental sentido del famoso "compañerísmo aprista", respeto, gratitud y solidaridad, por la memoria de mi padre, que fue muy conocido y respetado en el partido aprista. Los "compañeros" ya no existían, ahora eran "verdugos" de su propia historia.
La decepción
La decepción más grande me la dio, el único líder histórico vivo del aprismo. Pedí por teléfono, innumerables veces, a su secretaria, una breve cita de 10 minutos para hablar con él, para pedirle que se respete mi trabajo, no por política, ni amiguismo, sino porque era de justicia, y sobre todo porque el Presidente García había prometido respetar el trabajo de los funcionarios técnicos expertos, y que su gobierno no repetiría esa práctica de cambiar a todos los funcionarios cada vez que hay un cambio de gobierno, que se respetaría la institucionalidad y la carrera pública. La respuesta fue realmente decepcionante. Ni siquiera por una elemental explicación, me devolvieron la llamada. El amigo de mi padre, desde los 10 años de edad, es decir, su amigo de infancia, y compañero de partido por más de 60 años, me estaba dando inexplicablemente la espalda. Me enteré después que dicho líder histórico, supo quien era yo, y a pesar de eso, no quiso concederme la entrevista. Ni a él, ni al Ministro aprista, les importó nada. No cumplieron con las promesas electorales ni con los propios principios del aprismo. No quisieron hacer justicia con el hijo de un fiel luchador aprista que arriesgó su vida para ayudar al líder máximo del aprismo cuando lo necesitó, en época de tenaz persecución de la dictadura militar. Recuerdo vivamente, cuando mi padre me dijo, cuando yo era un joven universitario, que siempre que necesite apoyo del partido aprista, lo busque a ese líder histórico. Mi padre lo admiraba y confiaba en él. Al final, ese ingrato líder histórico, me mostró el actual nivel ético del aprismo. Gracias a Dios mi querido, principista y honesto padre, no vivió para ver este deterioro ético, y sobre todo mi profunda decepción por el aprismo.
La aplanadora

La irracional maquinaria aprista y su conocida soberbia en el ejercicio por el poder estaba en funcionamiento, y yo fui aplastado por ella, a pesar del buen trabajo realizado y de mi honestidad a prueba de balas. Estaban “aplanando” a un funcionario, que lo único que quería, era apoyar a salir de la pobreza a los desvalidos de mi país, a través de normas y acciones ejecutivas específicas, pero una ingenuidad de ese tamaño, definitivamente, no podía ser perdonada por el aprismo. El partido de gobierno me había mostrado en toda su dimensión, ese “sectarismo”, tan criticado por todos sus viejos y nuevos opositores políticos. Ese sectarismo, no solo se manifestó conmigo, sino que en paralelo, el Ministro despidió a más de 400 técnicos calificados del Ministerio, dejando en la calle, a funcionarios expertos con más de 10 años de experiencia, y privando al Ministerio de una indispensable dirección técnica, que tanto necesita un país en despegue económico y ad portas de una reforma total del Estado, que no es posible dejarla en manos de políticos improvisados e inexpertos, en detrimento de los más pobres del país, ya que el proyecto que presenté y que incluso había sido aprobado, se paralizó, evitando que madure y tenga éxito, y todo porque no había sido hecho por un “aprista”. El poder aprista me había mostrado su rostro más duro, y así, por creer en las promesas de un Presidente aprista, me quedé de la noche a la mañana, después de nueve años de servicio público eficiente y transparente, literalmente en la calle, con deudas pendientes, sin ahorros producto de corrupción alguna, y una familia que alimentar, y lo peor de todo, en la cama de una clínica, porque me tuvieron que intervenir quirúrgicamente de emergencia, por las lesiones en mi columna vertebral por el accidente que sufrí, precisamente en horas de trabajo en el local del Ministerio, el cual no solamente no pagó ni un céntimo de los gastos de la misma, ni siquiera enviaron funcionario alguna para ver mi estado de salud. Tampoco me pagaron compensación laboral alguna. Y así fue como terminó mi carrera pública en manos del aprismo, después de haber entregado nueve años de mi vida al servicio de mi país, con mis mejores intenciones y esfuerzos. Había pagado caro el precio de mi propia ingenuidad, y el peso del aplanamiento psicológico que sufrí, por mi propio error de creer en el gobierno aprista, fue devastador.

El entendimiento

La vida me había golpeado de nuevo, igual que en aquel campamento en el que tanto sufrí de niño (Ver: http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/09/el-lado-oscuro.html). Sentí que había perdido todo. Perdí mi trabajo, en forma injusta y arbitraria, después de tantos años al servicio de mi pais, y con tanto por aportar. Perdí mis ingresos económicos para mantener a mi familia. Perdí mi salud que se resquebrajaba, cada vez más. No me sanaba. Los tratamientos médicos no funcionaban. Las infecciones y el dolor aparecían por todas las partes de mi cuerpo. Me tuvieron que intervenir quirurgicamente cuatro veces, en operaciones de 5 horas. Aparecieron más complicaciones y otras enfermedades. Sentí que todo era injusto conmigo. Había mucho resentimiento en mi corazón. El odio contra los apristas empezó a apoderarse de mí alma, hasta que una noche, con varias jeringas incrustadas en mis brazos por las que me suministraban suero, antibióticos y analgésicos, con el sonido del contómetro del gotéo que golpeaba sistemáticamente el silencio de la noche, con el rostro vendado, y en medio de la oscuridad de la habitación y de mi alma, miré hacia la ventana, por la que entraba el reflejo de una tenue luz amarilla y lejana, y de repetente, en forma casi mágica e instantánea, empecé a entender que, lo que me estaba sucediendo era un mensaje de Dios.

Todo eso aparentemente malo, me estaba sucediendo, para que yo me diera cuenta de mis propios errores. Y así poco a poco, comprendí que en todos esos años en mi convivencia con el poder, mi personalidad había cambiado. No me había dado cuenta, hasta ese momento. Nefertiti había captado ese cambio en mí, desde el inicio, y ella sufría en silencio porque creía que no había alternativa, y que en fin, era mi trabajo. Me había vuelto una persona dura, con juicios muy duros hacia los demás. Mi dureza y firmeza para defender "el bien", me había hecho perder la perspectiva de la grandeza y complejidad de la vida y lo minúsculo de nuestras voluntades. Me había convertido en un "eficiente y honesto burócrata", con habilidades para mantenerme en el poder político, y en consecuencia, había absorbido toda esa negatividad muy propia de los "poderosos". Por más buenas que eran mis intenciones, mi alma se había contaminado silenciosamente, con el lado oscuro de la fuerza.

Fue así como me llegó el entendimiento. Dios tenía un plan para mí. Quería que sienta el dolor y la injusticia en "carne propia", para que pueda entender el dolor real de "los otros". Quería que sienta personalmente la escasez económica, para que comprenda la escasez de "los otros". Quería que sostenga el peso de la irracionalidad, el sectarismo, la ingratitud, la mentira y la irresponsabilidad de los apristas para entender que mi pensamiento debe estar libre de esos lastres del poder político, para que de una manera sabia y comprensiva, esté en la capacidad de ayudar a otros a conducirse por el camino de la solidaridad, la gratitud, la verdad y la responsabilidad de sacar a nuestro país adelante. Dios me había enseñado de una manera intensa, que para ejercer el poder político, no bastaba ser eficiente y honrado, sino que además, había que que tener sabiduría, no la sabiduría de los libros, sino la sabiduría de la vida. El imperativo era entender a mi prójimo, sin importarme si era eficiente o deficiente, corrupto o honrado. Entender, solo entender, Dios me estaba enseñando que para ejercer el poder hay que esencialmente, entender la interioridad de la gente a la que se lidera o dirige, ya que cada uno de ellos encierra una historia de vida y que juzgarlos a partir de sus conductas meramente políticas, podia incluso ser más injusto, que la injusticia propia del ejercicio irracional del poder.

Esa noche, empecé a sanarme. Lo sentí. Mi alma después de muchos meses de dolor, se sintió aliviada. Y así fue como, poco a poco, empezó mi recuperación. Extrañamente, poco después de salir del Ministerio, el 100% de los funcionarios que me hicieron daño, fueron despedidos, incluyendo el Ministro aprista y el local del Ministerio donde laboré por nueves años, fue declarado inhabitable por los efectos del último terremoto que sufrió el Perú, es decir, todo desapareció, con local y todo. Y así, terminó un ciclo de mi vida en el que conviví con el poder político, ciclo que me ha marcado para siempre y en el que aprendí mucho sobre el funcionamiento de los mecanismos del poder en general. Aprendí, por ejemplo, que el poder no es bueno ni malo en sí mismo. Que es una “energía” que todos los seres humanos tenemos dentro de nosotros mismos. Es parte de nuestra naturaleza y puede manifestarse mezclada de mentira, soberbia, abuso, vanidad y otros lastres humanos, pero también, puede venir de la mano de la solidaridad, verdad, lealtad, integridad, del compromiso social, y en general, de muchas otras virtudes humanas que dignifican al poder. El dinero, el conocimiento, la ley, las armas, el sexo, la religión, el amor, y en general, cualquier expresión de la acción humana pueden servirle de instrumento al poder y canalizarlo hacia su objetivo, que puede ser positivo o negativo. Por lo mismo que los seres humanos somos entes espirituales, plenos de “energía”, positiva y negativa, es que nos constituimos en la principal fuente de poder del mundo. Cuando logramos “conectar” esas “energías” a través de las herramientas del poder, es cuando, aparecen los seres poderosos. Unos más que otros. Dependerá del nivel de “conexiones” de energías, el grado de poder que ostentemos. Por eso, es que es muy importante que seamos conscientes que el poder está en nosotros mismos. En nuestra propia energía espiritual interna. La energía del poder que habita dentro de nosotros, que se expresa en nuestro día a día, con nuestros semejantes, y en absolutamente todos los ámbitos de la vida, tiene sed de sí misma, y dependerá de nosotros mismos que esa sed, ese apetito de gobernar nuestros propios actos o los actos de los demás, se dirija hacia fines nobles o repudiables. Si no "entendemos y “educamos” a esa poderosa “energía” interior, ésta puede terminar controlando nuestros pensamientos y acciones y llevarnos por la vida como un barco sin timón en medio de una tormenta, afectando la vida de los demás y la nuestra. No podemos escondernos de la energía del poder. Está allí, nos envuelve en sus fuertes tentáculos, y la única manera de convivir con ella, es aceptarla, conocerla y usarla positivamente, generando "empatías energéticas" a nuestro alrededor que faciliten la evolución y la pacífica y justa convivencia del ser humano. Los blogs juegan un papel fundamental en esa tarea. No podemos vivir sin el poder, pero si podemos aprovechar sus potencialidades, usarlo por ejemplo para fortalecer nuestra creatividad, para afirmar nuestros valores, para dignificar nuestra humanidad, para defender lo justo y proteger al desvalido, para someter a nuestras propias oscuridades y miserias, para mantener nuestra relación espiritual con Dios, y en general para dotar de energía todo aquello que valga la pena crear, construir, luchar, defender y que nos permita crecer en espíritu.

Actualmente me encuentro en plena etapa de desintoxicación espiritual, por haber ejercido el poder durante tantos años. Ahora necesito "educar" mi propia "energía". Tengo mucho que aprender, mucho que perdonar, mucho que perdonarme. Me quedarán en el recuerdo momentos durísimos pero también momentos maravillosos, como cuando logré defender con éxito a esas miles de personas que estaban desamparadas a expensas del abuso. Desearía, en lo que quede de mi vida, estar alejado del poder político, aunque soy consciente que la voluntad de Dios siempre será la que prevalezca, y si su voluntad determina que deba regresar a ejercerlo nuevamente, espero hacerlo con la sabiduría del aprendizaje de mis propios errores y con un entendimiento de la naturaleza humana que me permita ver en cada persona, un infinito haz espiritual de posibilidades. Si es así, el ejercicio del poder no debería ser algo esquivo, sino una maravillosa oportunidad de seguir aprendiendo.

Ojoavizor

domingo, 14 de diciembre de 2008

Los misterios de la Navidad

La Navidad siempre fue para mí, un misterio por revelar que estaba ligado no solamente a los regalos que me dejaría "Papa Noel", sino a todo el misterio que la rodea. Uno de los misterios era "la ruta", y las viscisitudes que habrían tenido José y María en su viaje hacia Belén donde nacería del "niño Manuelito". Otro de los misterios era, "la ruta" seguida por los "Tres Reyes Magos", en base al mapa de las estrellas, para ofrecerle a "Jesús", los elementos de valor de la época, como muestra de respeto y reverencia, y anunciar al mundo de la época, el nacimiento de "el Salvador" del mundo. Tambíen fue un misterio para mí, "la ruta" que seguiría "Papa Noel", desde el Polo Norte, antes de llegar con su carroza y sus renos, a la chimenea de mi casa, para dejarme los regalos anhelados. Como verán, el hilo que unían los tres misterios de todas mis navidades, siempre ha sido "la ruta" seguida por todos ellos.
Recuerdo la noche que me regalaron mi bicicleta "Spider" de la marca "Sears", que tenía un maravilloso color azulino, con su asiento escarchado que parecía un cielo estrellado, su gran timón en forma de "V", que la hacía parecer una "Harley Davidson". Ese fue el regalo más hermoso que tuve de niño. Y sobre todo por la forma como mis padres y mis hermanos, complotaron para hacerme creer que Papa Noel me la había dejado. Me bajaron con los ojos tapados por la escalera de mi casa hasta llegar a la sala, donde al abrir los ojos, me encontré con mi hermosa bicicleta, en medio de las lucecitas multicolores que iluminaban mi hogar. Esa noche creí en Papa Noel, como hasta ahora sigo creyendo, cada vez que veo el bello rostro de mis hijos haciendo sus cartitas, a ese hombre bueno de densa barba blanca, al que hace dos navidades, traje a mi casa para que lo conozcan en persona.
Todas las navidades, mi madre nos hace soñar a toda la familia, con el grande y hermoso nacimiento que ella arma, con amor y paciencia. Tiene montañas llenas de pastorcitos, animalitos de campo, flores, pasto artificial y una estela de guirnaldas plateadas que emanan de una gran estrella escarchada que pega en lo más alto de la chimenea. Tiene un arbolito "enano" que cuando éramos niños, todos lo veíamos inmenso. El establo es el hueco de la chimenea de mi casa, en donde está José con su vara de madera y María mirando el bello "niño Dios", que es el más hermoso que he visto en mi vida, ya que tiene sus ojos de cristal que miran con una ternura infinita.
En la casa de mis padres, se acostumbraba a celebrar la Navidad el mismo 25 de diciembre por la mañana. El desayuno navideño se prefería a la cena de Nochebuena. Yo siempre preferí la cena al desayuno, pero bueno, me conformaba con prender luces de bengalas en la noche, para despertarme por la mañana y ver los regalos que "Papa Noel" me había traído. La Navidad en la que me regalaron mi bella bicicleta, fue una de las pocas navidades que mi familia celebró la Nochebuena. El desayuno navideño era delicioso. Mi madre servía un chocolate de los dioses, acompañado con panetón "Donofrio", al puro estilo italiano, también tajadas de pavo y panes recién horneados y presentaba su larga mesa, con un blanquísimo mantel bordado, adornado con unas velas con cintas doradas, que resaltaba con el amarillo menaje inglés, las almendras y la fruta confitada. Cada cena o desayuno navideño, se realizaba en medio de risas y alegría, para luego abrir los regalos, para la alegría de los niños y niñas de la familia, con el fondo musical de la, ya clásica, canción navideña de Luisito Aguilé:
Tuve también navidades muy tristes. La primera, en la que "Javier", el mejor amigo de mi hermano, murió el mismo día de Navidad, en un accidente de moto a tres cuadras de mi casa. Él tenía solo trece años, y su muerte destrozó la navidad de todo el barrio de San Antonio, pero sobre todo la Navidad de mi hermano "Pito", que hoy en día, es un poeta consumado. En su poesía, siempre está presente el recuerdo de Javier, su compañero de aventuras. Nunca olvidaré el rostro de Javier, en la mañana del mismo día 25 de diciembre en el que murió horas después, cuando me lo encontré mientras estrenaba mi bicicleta, y me dijo: "Hola Ojoavizor, que bonita tu bicicleta". Nunca imaginé que nunca más lo volvería a ver. La segunda navidad triste, fue en la que murió un 22 de diciembre del año 1997, mi querida sobrina María Eugenia, hija de mi hermano "sábana", y llamada con cariño por todos nosotros "Queñita". Ella murió en un terrible accidente, que fue una tragedia de la que hasta ahora la familia no se recupera. Era una carismática y artística niña que iba a cumplir 15 años, el 24 de diciembre de ese trágico año, es decir, dos días después de su muerte. Ese día, la velamos y la enterramos, cantandole "Happy Birthday", con nuestros corazones completamente rotos. Estoy seguro que cuando algún día me toque emprender mi propio "gran viaje", comprenderé la existencia de hechos tan dolorosos y crueles como estos, estoy seguro que deben tener un significado, que mi limitado desarrollo espiritual, todavía me lo impide entender. La tercera navidad triste, la viví cuando falleció mi tía "Julia", una maravillosa mujer que tenía 90 años, y partió unos minutos antes de la Nochebuena. En su caso, fue una muerte natural, ya que cumplió su ciclo de vida, pero como dicen, "los que se quedan son los que sufren", y sobre todo si se van en Navidad. Otros de los recuerdos de cada Navidad es el beso que mi Madre le da, así como cada uno de nosotros, a la muñequita de "Norita", nuestra querida hermanita que murio antes que yo naciera, allá por el año 52. Mi madre la mantiene y conserva, en perfecto estado, en la sala de su casa, con su vestidito blanco de encaje. Ella es feliz así, y mientras que así sea, nosotros también lo seremos. Por eso, "Norita" siempre estará presente en nuestras Navidades, ya que la familia es un círculo de luz que jamás se debe romper.

El más importante misterio que la Navidad guardó para mí, es el hecho que la mujer de mi vida, mi esposa "Nefertiti", cumpla años el mismo 25 de diciembre, es decir, el mismo día de Navidad, y lo que es más curioso, el mismo día que nació mi abuela materna, que nunca conocí. "Nefertiti" se pone muy melancólica ese día. Ella no es de hacer celebraciones, solo quiere estar a solas conmigo y con nuestros hijos. Es una Capricorniana de pura sepa. Manzanilla, Manzano y yo, hacemos todo nuestro esfuerzo para darle nuestro amor ese cabalístico día. Para tí mi amada "Nefertiti", te regalo ésta canción de Joe Cocker, "You are so beautiful", que es tan hermosa como tú:

Ahora a mis 44 años, me toca recibir esta Navidad solo con mis hijos y mi esposa, ya que la mayoría de mi familia está en otras regiones de mi país o en el extranjero, agradeciendo a Dios por haberme dado la vida y la familia que tengo, y orando para que su voluntad, sea que todos ellos tengan salud y alegría, en ésta y en todas la Navidades que vengan. Después de tantos años, he comprendido que los misterios de la Navidad, siempre me llevarán al mismo lugar: al infinito amor que Dios siente por nosotros, y que éstos días, son la mejor oportunidad para recordalo.

¡Feliz Navidad, Manzanilla y Manzano, y nunca olviden que Papa Noel siempre existirá en sus corazones!

¡Feliz Cumpleaños Nefertiti, toda tu familia te ama y te cuidará por siempre, ese es nuestro mejor regalo!

¡Feliz Navidad y un Año Nuevo lleno de espiritualidad, les deseo a mis amigos "bloggers" del mundo!

Ojoavizor