martes, 30 de septiembre de 2008

El Karaoke

Siempre me gustó cantar. No lo hago bien, pero tampoco mal. Recuerdo mis primeros bemoles, en la ducha, cuando era niño. La vecina, que era muy amiga de mi mamá, la Señora "Teresita", fue mi primer público incondicional. Me escuchaba todos los días a través de la ventana de mi baño, que daba a su patio. Le gustaba mucho como cantaba. Decía que mi timbre de voz era muy especial, y que a veces, se demoraba en salir a hacer sus cosas, solo para terminar de escucharme. Mi canción favorita era "Ata una cinta amarilla al viejo roble" del cantante argentino, Juan Ramón, canción que estuvo muy de moda en Perú, el año 1973. Por esos años, era un niño de nueve años, y mis cantantes preferidos eran los inigualables, Nino Bravo, con su canción "Libre", Adamo, con su romántica "La Noche" y el carismático Rabito con su cadenciosa "Estrechándome", canciones que estuvieron muy de moda, en esas épocas, en el Perú, cuando la música era una fuente de inspiración romántica, y no como la mayoría de la música, de los muchachos de ahora, que es una mezcla de bulla y aturdimiento. Posteriormente, gracias a la positiva influencia de mi hermano Oscar, incursioné en la música de "Los Beatles" (de la cuál nunca más me aparté hasta la actualidad). La música de Simon & Garfunkel, Cat Stevens, Bread, Neil Daimond, Joan Manuel Serrat y la Nueva Trova (Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, Vicente Felliú y otros), vendría bajo la refinada y exquisita influencia musical de mi hermano Manuel, junto con toda la maravillosa música de esa época: Los Bee Gees, Queen, The Police, Supertramp, Fleetwood Mac, The Eagles, Electric Light Orchestra, Wham y otros. Recién por los 90`s, descubrí mi gusto por esas joyas vivientes de la música de los 40´s y 50´s, tales como Frank Sinatra, Charles Aznavour, Nat King Cole, Tony Bennet, Ella Fitzgerald, y otros. Para aquellos que deseen hacer un agradable viaje por la música de esos “años maravillosos”, les recomiendo que visiten mi videoteca virtual en mi canal youtube: http://es.youtube.com/ojoavizorperu).
El trovador
En los 80`s, fui un trovador de pequeños auditorios. Con mi guitarra en mano, deambulé por distintos escenarios de Lima, teatros, universidades y el distrito bohemio de Barranco. Mi hermano Oscar me había enseñado a tocar guitarra, a los nueve años, de la manera más simple. Me dijo: “Mira hermanito, para tocar guitarra solo tienes que aprenderte tres notas, LA, RE y MI, ya que todas las canciones tienen esas notas, de una u otra manera. Lo demás viene solo”. Y así lo hice. Ensayé 22 horas al día esas tres únicas notas, hasta que me convertí en “un experto” del “método de las tres notas”, y efectivamente, cada vez que improvisaba, confirmé que esas famosas tres notas, estaban presentes, atravesando la melodía de todas las canciones que ejecutaba. Me gustaba mucho cantar, era como una liberación artística de mi alma. Los cantantes profesionales, no me dejarán mentir, cuando digo que, cantar frente a un público generoso, es una experiencia casi mística. En el fondo, soy un cantante frustrado, pero cantante al fin de cuentas, y eso me basta porque, me hace muy feliz cantar, aunque no lo haga con el nivel artístico y profesional que quisiera.
El Teatro Segura
En el año 1987, la Facultad de Medicina de “San Fernando” de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, Universidad Decana de América, fundada en el año 1512, mi querida Alma Máter, organizó un festival de la canción en el Teatro “Manuel Ascencio Segura”, unos de los más importantes y bellos teatros históricos de Lima, y uno de los más antiguos de Latinoamérica (1909), en el que fui invitado con mi grupo de amigos, todos músicos aficionados, para participar y cantar lo que quisiéramos.
Preparamos un repertorio de canciones de la "Nueva Trova”, corriente musical que impactó profundamente en la generación de los 80´s en el Perú, sobre todo entre en los universitarios idealistas, como yo. El grupo no tenía nombre, por lo que tuvimos que improvisar un nombre, para poder ser presentados al público presente, bautizándolo con el nombre de “Prisma”. Elegimos ese nombre, porque el prisma, permite desplegar los siete colores de la luz, y como éramos siete, entonces el nombre era perfecto. Todo iba bien, el movimiento logístico, que habíamos hecho para esa presentación, fue extraordinario. Pudimos contar con los mejores equipos, y yo, pude prestarme una guitarra acústica maravillosa. Era nada más y nada menos que una “Ovation”. Un “delicatessen” para cualquier guitarrista. La solo imagen y presencia de una “Ovation” era garantía de un buen sonido e impacto ante la audiencia. La “Ovation” la usaban músicos de la talla de Paul Simon, Eric Clapton, entre otras luminarias. La que tenía ese día, era color rojo atardecer con negro, y con el reflejo de las luces, parecía un “Stradivarius”.
Todo era perfecto. Luz, sonido, público delirante, y la cabalística presencia en el Teatro, de la que, años después, sería mi esposa. Sí era “Nefertiti”, con toda su sensual belleza. Nos habíamos encontrado después de 4 años de habernos conocido en otro lugar, y ni ella ni yo, imaginábamos que años después seríamos esposos. Solo Dios sabe cómo ejecuta sus designios. Actualmente, guardo una premonitoria foto, en la que ella está parada en la parte interior del escenario, entre el telón y el público, mirándome fijamente, a unos pocos metros de mí, como una reina egipcia, en una noche llena de estrellas, y yo interpretando la famosa canción “Yolanda”, del cubano Pablo Milanés, más o menos de la siguiente manera, salvando las grandes distancias, por supuesto: Esa presentación, nunca la olvidaré. Fue un éxito total. Cerramos el concierto y nos pidieron que repitamos. Esa noche, me sentí, por unos mágicos momentos, todo un artista. Un trovador de la vida. Me despedí de “Nefertiti”, y no la volví a ver hasta siete años después. Ese concierto fue el último que di, "guitarra en mano", ante el público. Había cerrado con broche de oro, mi corta carrera de trovador.
El paraíso
Pasaron los años, y era el año 1993. En aquella época trabajaba, en cuerpo y alma, para una empresa exportadora y trabajaba casi 20 horas diarias, sin descanso. Sólo los viernes por la noche, podía destinarlos a algún tipo de relax, ya que trabajaba incluso los domingos. En realidad, me había vuelto adicto al trabajo. Uno de esos viernes, me llamaron a mi celular, mis dos mejores amigos. Uno de ellos, era “el Flaco". Él es un inteligente y famoso comentarista deportivo de mi país, con el que compartimos el gusto por la poesía y la buena conversación; y el otro, era "El Ángel", un colega de profesión, pero sobre todo, un amigo de esos que se aparecen en tu vida, sólo cuando estás en las “malas”, y cuando estás de “buenas”, desaparece, porque, él tiene como filosofía, que la amistad sirve solo para los momentos difíciles. Por eso, es uno de mis dos mejores amigos. Ellos, me llamaron, ese viernes, precisamente porque, hacía algún tiempo que no me veían, y cuando yo me desaparecía era porque me había vuelto adicto a alguna actividad. Ellos me dicen siempre que, no permitirán nunca, que “el artista” que llevo dentro de mí, se muera para siempre; y tienen razón, ya que la monotonía del trabajo, y de la vida en general, siempre será el peor enemigo y cruel verdugo de los artistas. El hecho es que, casi a la fuerza, lograron convencerme para salir a tomarnos un trago, y salvarme de las garras del “workaholicks”. Lo acepté a regañadientes, y me recogieron de la oficina, diciéndome que tenían una sorpresa para mí. Jamás imagine que me llevarían a donde me llevaron. El lugar quedaba en el “Hotel Country Club”. El "Country”, fue desde los años treinta, uno de los mejores y más exclusivos hoteles de Lima, ubicado en el, también exclusivo, distrito de San Isidro. Fue fundado por empresarios ingleses afincados en el Perú, en la época del “boom” minero y ferrocarrilero, que se dio en el Perú, por esos años. El "Hotel Country Club” ha sido inspiración de una de las más importantes novelas del famoso y talentoso novelista peruano (y residente part-time en Barcelona), Alfredo Bryce Echenique, llamada “Un mundo para Julius”. En dicha novela, Bryce relata, de manera magistral e irónica, la vida social de la aristocracia limeña de los años sesentas.
En los noventas, el hotel había caído en desgracia. Los 10 años previos, de terrorismo, habían pulverizado la economía del hotel, al reducirse abruptamente, el turismo hacia el Perú. Por ese motivo, los trabajadores del hotel, habían tomado judicialmente su administración, como acreedores del mismo, para hacerse pago de sus beneficios sociales devengados, por todos esos años de servicio. De esta manera, decidieron alquilarlo a un grupo de inversionistas coreanos que, en la práctica, no invirtieron un dólar en el hotel, concentrando su inversión, en la instalación de un “Casino”, donde se despilfarraban pequeñas y medianas fortunas, todas las noches. Uno de sus negocios colaterales, fue la introducción en el Perú, de uno de los negocios de entretenimiento más lucrativos de los países asiáticos, que siempre están anexos al negocio hotelero: “El Karaoke”. Fue la primera vez en mi vida, que pisaba un “Karaoke”. Cuando ingresé, al local, con el fondo musical de la canción de Roberto Cantoral, “Sabor a mí”. Mi primera impresión fue de un total y absoluto impacto. No podía creer lo que mis ojos veían. Me encontré con uno de mis sueños más deseados, que se hacia realidad ante mis ojos. Un escenario con un haz de luz azul estrellado, que nacía en lo alto, varias mesas, una espectacular barra de madera enchapada, un barman profesional con una blanquísima e impecable camisa blanca con un “michi” color negro, olor a bohemia, ambiente a media luz, unas pocas parejas, hombres solos, mujeres solas, un grupo de atentas y cordiales anfitrionas, siempre dispuestas a dar el mejor servicio de bar, y lo más importante: un escenario, un micro, una pantalla de televisión con la pista musical, de las melodías de las canciones que todo cantante puede soñar. Mi rostro era de encantamiento total. Se me había concedido, uno de mis más caros deseos: poder cantar, mis canciones favoritas, con las mejores pistas musicales, y con las letras pasando lentamente, por la pantalla, coloreadas y acompasadas, para seguir la canción, y sobre todo, con un público generoso que siempre aplaudía, la valentía de cualquier mal cantante que se atreviera a salir al escenario a cantar, o caer rendidos y extasiados con la voz, de algún improvisado, divo o diva del canto. En fin, me quedé largo tiempo, mirando todo, detenidamente, una y otra vez, embobado. Era literalmente, como haber encontrado “el paraíso”. Sí, el paraíso de los cantantes.
La adicción
Y así empezó mi adicción al karaoke. Esa noche fue inolvidable. Habré cantado, unas 40 canciones. Todos me pedían que cante. No sé si, porque estaban borrachos, alegres, deprimidos, o cualquier razón atendible, pero esa noche, fue mí noche. Las parejas se me acercaban y me pedían que les cante su canción preferida. Los hombres y/o mujeres solitarios, de esos que se fuman dos cajetillas de cigarrillos en una noche, se me acercaban, emocionados, diciéndome que les había tocado el corazón, que les había hecho recordar a su amor fallido, el abandono, la reconciliación, el dolor de la infidelidad, en fin, cualquier dolor que era digno de ser cantado. Mis amigos, se mataban de risa, por mi repentina popularidad. Estaban totalmente orgullosos de mí y totalmente felices. Felices de verme feliz. Habían logrado desempolvar “el artista” que llevo dentro. Y lo festejaban también, porque la noche les salió gratis, ya que recibí tantos pedidos para cantar, que el público espontáneo, terminó pagándonos la cuenta. Esa noche, me volví un, incondicional, súbdito de la tecnología japonesa, que en el año 1990, creó el “karaoke”, por lo que me puedo considerar, cronológicamente, como uno de sus primeros usuarios en el Perú. El local del “Karaoke”, tenía un encanto muy especial. En primer lugar, estaba ubicado dentro del “Hotel Country Club”, el cual, si bien es cierto, “no era lo que es ahora”, (un hotel de infinitas estrellas), mantenía su prestancia y dignidad arquitectónica e histórica. “El Country” está situado frente a un hermoso campo de Golf, con laguna artificial incluida, que de noche, parece un mini Central Park de New York City, enclavado en pleno San Isidro, y constituye uno de los tres “pulmones” verdes que quedan de “la selva de cemento”, en la que se ha convertido Lima, por eso que los expertos llaman “modernidad”.
Con ese encuentro y encanto inicial, fue inevitable que me convirtiera en un asiduo cliente del Karaoke del “Country”. Me había cautivado la generosidad del público, y adicionalmente, descubrí con satisfacción, que “el karaoke”, era un extraordinario método para combatir el “stress”. Así las cosas, primero empecé a asistir solitariamente, y sin falta, los viernes de cada semana, luego los Miércoles y Viernes, para terminar, concurriendo, todos los Lunes, Miércoles y Viernes, por las noches. Mis amigos, “El Flaco” y “El Ángel” nunca más regresaron conmigo al “Karaoke”. Ellos pensaron que la noche de mi éxito fugaz, había sido una anécdota en el camino, que me había divertido y listo. Pero se equivocaron. Todos aquellos que han probado el encanto y la magia de El “Karaoke”, estarán de acuerdo conmigo, que una vez que se le prueba, ya no se le puede dejar nunca más. Solo años después, mis queridos amigos, se enteraron que me había vuelto, literalmente, un “adicto” al karaoke, y ya no pudieron hacer nada. Sí, me había vuelto un adicto al “Karaoke”, y tenía que saciar toda mi sed de canto. Es que así son, para bien o para mal, mis procesos de auto-conocimiento. Siempre trato de vivir intensamente la vida, con sus alegrías y problemas. Exprimo las sensaciones, experiencias y conocimientos de las cosas, hasta lograr un entendimiento cabal y total de su esencia primordial, luego, le busco un sentido, y finalmente, después de haberles exprimido todas las enseñanzas que puedan contener, las hago mías, y sigo mi camino, totalmente fortalecido. Esa es la forma, que empleo para conocerme a mí mismo, y mi entorno, y hasta ahora, el método me ha resultado. Por lo menos, eso creo.
Las estrellas
En los dos años en que fui un asiduo concurrente del karaoke del “Country”, conocí a muchas personas, con personalidades e historias de todo tipo. Haré una breve descripción de algunos de esos personajes, para tratar de graficar el “espíritu artístico” que se generó en el karaoke del “Country” durante ese tiempo. Fue algo así como una “Sociedad de los Cantantes Muertos”.
El Loco
No podría empezar, sin mencionar a nuestro admirado, respetado, estimado y querido “Loco”. Él es un espíritu especial. Es una de esas personas que le alegran la vida a cualquiera, por su don de gentes y carisma sin límites. “El Loco” era “el cantante de los cantantes”. A pesar de tener la pantalla al frente, nunca leía las letras de las canciones. No se pueden imaginar, las letras que le inventaba a las canciones, con un idioma que era una mezcla de tailandés, ruso y japonés, con un matiz anglosajón, o sea, una cosa masticada, que cuando uno lo escuchaba, era inevitable, caer en carcajadas. Además, para cantar se ponía lentes oscuros, a pesar de la oscuridad del Karaoke, que le daba un “caché especial”. “El Loco”, era extraordinario. Sus gestos, su rostro haciendo muecas, sus poses de divo, en fin, era todo un espectáculo verlo cantar, y hacer vibrar a su público incondicional, que con unos tragos de más, lo cargaba y lo paseaba por todo el pub, gritando al unísono: ¡Loco, Loco, Loco!. Yo siempre lo observaba extasiado desde la barra, que era mi lugar preferido del “Country”, aplaudiéndolo y riéndome a rabiar. “El Loco” era como el “Toulouse Lautrec” del “Moulin Rouge”. Pero “El Loco” es, mejor aún como persona, que como artista. Es un alma noble y maravillosa. Todos sus pensamientos eran bondadosos, positivos y desinteresados. Era el típico hombre que las chicas siempre abandonan. Demasiado bueno para ser amado. Más de una vez, lloró en mi hombro, por un amor no correspondido. Siempre estaba a su lado, la mujer equivocada, que lo usaba para algo. En fin, guardo los mejores recuerdos de “El Loco”. Él es un “ángel caído” en esta tierra de lobos. La última vez que me encontré con él, era el hombre más feliz, porque había encontrado a la mujer sensible que su alma necesitaba para vivir, tenía ya, dos bellos hijos, que me imagino, deben tener la misma chispa artística de él. “El Loco” había padecido de adicción a las drogas muchos años (adicciones que muchas personas sensibles y buenas, cargan en su vida). Me contó que ya las había dejado y que estaba totalmente recuperado. Todos sabemos que de esas adicciones uno nunca se recupera físicamente del todo, pero estoy seguro que “El Loco” lo ha logrado. Un hombre con su enorme corazón y espíritu, siempre encuentran un amor que los salva. "El Loco”, cantaba siempre, "Diana", una de las más melodiosas canciones del famoso Paul Anka:
El Saltador
Algunos cantaban como auténticas y consumadas estrellas del canto, otras eran personas muy sensibles, con sus vidas interiores llenas de soledad, pero también había las personalidades vanidosas y egocéntricas, como la que ostentaba “El Saltador”. Un extraordinario cantante que padecía de muchos complejos e inseguridades ligados a su “status” social. Tiene, sin lugar a dudas, un talento portentoso para el canto. Yo siempre fui y seré, un admirador de su voz pero, no de su conducta. Actualmente se ha convertido en un político en ascenso, que ha sido capturado por “el lado oscuro de la fuerza”, ya que de haberlo conocido con una posición económica precaria, se ha convertido, “en menos de lo que canta un gallo”, en un político adinerado. A pesar de eso, me resisto a olvidar, a ese “Saltador” sensible y de gran talento, que conocí en el karaoke de el “Country”, regalándonos lo mejor de su espíritu, y de su extraordinario talento, en esas mágicas noches del “Country” en la que, cantábamos juntos, como buenos amigos del canto, y arrancábamos ovaciones inacabables del público. "El Saltador", cantaba las canciones rockeras de Elvis Presley, como nadie. Allí va "Heartbreak Hotel", una de sus preferidas:
La medusa
Entre las damas, recuerdo vivamente a “La medusa”. Ella era una modelo muy cotizada en el ambiente “snob” de Lima. Tenía una personalidad muy fuerte, conflictiva y desbordante. Siempre había caballeros pretendiéndola, todo el tiempo. Hombres de todo tipo y calaña. Ella tenía ese poder, inevitable, de atraer a todos, poder, que sólo tienen las “femme fatale”. Era una sirena que, con su canto encantador, siempre atraía a los incautos, para hacerlos naufragar estrepitosamente a sus pies. Con ella desarrollé una cordial, relación de amistad, por lo que me tenía mucho respeto, llegando incluso, a contarme, en confidencia, algunos de sus historias con los hombres que la acechaban. Con ella, me gradué de “psicólogo de barra de karaoke”, llegando a tener una importante ascendencia entre todos los parroquianos que asistían religiosamente al “karaoke”, para hacer culto al canto. “La medusa” llegaba al “karaoke”, emanando los perfumes más caros de moda, tomaba el micro y cantaba la siguiente canción, en versión de John Lennon:
La Ronca
Otra de las damas más populares del famoso karaoke del “Country”, era “la Ronca”. Ella tenía una voz aguardentosa, pero que era muy agradable al oído. Muy bien entonada, melodiosa, fuerte y clara. Una vez se organizó un concurso en el karaoke del “Country”, en el que tuve el honor de ser jurado, elegido por el dueño del pub, un coreano llamado “Koo”. Él era un hombre parco y seco, pero que me tenía mucha estimación y respeto, y además, le gustaba mucho, cuando cantaba las canciones de “Los Beatles”. En fin, “La Ronca” ganó el concurso por unanimidad, por su extraordinaria interpretación de “Hacer el Amor con Otro”, de Alejandra Guzmán, con la que “La Ronca” tenía, no solo una identificación de tipo de vida, sino que su voz se parecía mucho a la de ella. Allí va:
El soñador
¡Ah!, el soñador. El tiene una pinta como la de esos actores de “Hollywood” de los años treinta. Todas las chicas tenían que mirarlo. El problema que tenía es que cuando empezaba a hablar, nadie lo paraba. Sin embargo, a pesar de eso, a mí me parecía una persona muy culta y bien educada, por eso, siempre tuve la paciencia y el respeto de escucharlo, pero para algunas almas menos cultivadas del “karaoke”, sus conversaciones eran, no solo anticuadas, sino insoportables. “El Soñador” era definitivamente, muy querido y bien cuidado. Siempre andaba con su padre a todos lados. Si estaba con una chica besándose, allí estaba el padre al costado, mirando su reloj y diciéndole que se apure, que ya era hora de irse. “El Soñador” también era compositor. Más de una vez, sentó a los amigos del “Karaoke”, para que escuchen sus últimas composiciones, que si bien es cierto, eran muy románticas y melodiosas, en la mayoría de personas, causaban bostezos, sobre todo en aquellas personas que no saben nada de arte, ni de corazones. Recuerdo vivamente cuando una vez me hizo escuchar, en la “cassetera" de su carro, un tema que él denominó, “El Lobo Enamorado”. En realidad, mi estimado amigo “El Soñador”, tenía mucho de enamorado, pero absolutamente nada de “lobo”. Su perseverancia era admirable, llegó incluso a cantar su canción, en un famoso y muy sintonizado programa de televisión y todo. Su canción preferida no podía ser otra que, “El Gato en la Oscuridad” del gran Roberto Carlos:
Los asiáticos
De los asiduos concurrentes al “Karaoke” del “Country”, no podía dejar de mencionar a “Los asiáticos”. En realidad, ellos fueron los precursores del “Karaoke” y les gustaba mucho estar solo entre ellos, por esos fuertes lazos de nacionalidad que ellos desarrollan cuando viven en otro país que no es el suyo. La colonia asiática en el Perú, es muy cerrada y no deja ingresar, así no más, a ciudadanos de otro país. Yo tuve mucha suerte de ser respetado y estimado por muchos de ellos, sobre todo del dueño del “Karaoke”. Muchas veces me invitaron a sus círculos cerrados e incluso, cuando me encontraba con ellos en otros karaokes, de los distritos de Miraflores o de Santiago de Surco, me invitaban a participar en su “Karaoke Box”, que era un cubículo adaptado para diez o doce personas, que tenía una consola de mil canciones de Karaoke, a disposición del grupo que lo rentaba esa noche. Los asiáticos, eran fundamentalmente coreanos y japoneses. Casi todos eran propietarios de chifas, casinos, y karaokes en varios lugares de Lima, y gastaban ingentes cantidades de dinero en divertirse. También se encontraba pescadores de Alta Mar, que anclaban en el puerto del Callao, con las billeteras repletas de dinero por el reciente pago, de una buena faena de pesca en alta mar. Con ellos había que tener mucho tacto y cuidado, sobre todo cuando se emborrachaban, ya que tenían encima, muchos meses de stress y sobre todo de abstinencia sexual que los hacían particularmente peligrosos para las damas asistentes al “Karaoke” del “Country”. “Los asiáticos” siempre pedían la canción "Sukiyaki", para calmar su sed de amores y temblores:
Oh Darling
Tuve muchas noches magistrales, en el “karaoke” del “Country”, pero ninguna como la noche en la que canté ¡Oh Darling!. Fue un viernes muy especial. El karaoke estaba literalmente repleto. Mucho humo, un público con ganas de divertirse, el intenso olor de los antiguos, pero elegantes y clásicos, enchapes de madera del “Country”, que se mezclaba con el olor de la cerveza, el whisky y los “cubas libres”. El ambiente no podía ser mejor. Al haberme vuelto adicto al “karaoke”, había desarrollado un cierto conocimiento de sus reglas, y sobre todo una rutina de comportamiento dentro del mismo. Siempre llegaba al karaoke y me dirigía directo a la barra. Nunca me gustó estar ni cantar en mesa. La barra era especial, no solo porque tuve extraordinarias conversaciones con el barman, sino porque tenía una vista panorámica del local, que me permitía moverme de acuerdo al tipo de noche. Las noches del “karaoke” nunca fueron iguales. Mis amigos ya me habían bautizado como “el Caballero de la Barra”. Siempre le tuve mucho respeto al público. Nunca me emborraché en el karaoke (ni en otros lugares), ya que cantar con tragos adentro, no solo es una falta de respeto a los demás, sino que la voz termina traicionándote. Además, siempre me cuidé de mantener una conducta respetuosa, conmigo mismo y con los demás. Ese viernes me sentía juvenil, fuerte y libre. Era una noche que prometía sensaciones totales. Yo, me había hecho conocido por cantar canciones de “Los Beatles”. Muchos me decían que mi voz se parecía a la de John Lennon, en fin, todo era parte del espectáculo. Tenía un amigo, “El Cabezón” que siempre me acompañaba en algunas canciones, ya que, pienso que las canciones de “Los Beatles”, se escuchan mejor a dúo, y mejor aún en cuarteto, por razones obvias. El era un economista, sin suerte para las mujeres, y no por ser cabezón, sino por no tener una personalidad propia y esa falencia, las mujeres jamás lo perdonan. Adicionalmente, las chicas decían que la naturaleza no había sido generosa con él, por eso le pusieron un apodo, que se hizo muy popular. Le llamaron "Karaoke" (¿Cara o qué?). Una de las tácticas que siempre usé para poder ganarme el aplausos del público, era, no solamente hacer mi mejor esfuerzo para cantar bien, sino, que adicionalmente, había que elegir “la canción adecuada” para el momento. El otro “truquito”, era elegirla “en el momento preciso”. Ya había aprendido, con mi asiduidad al “karaoke”, que los mejores cantantes, fracasaban estrepitosamente, cuando cantaban a un público “en frío”. Había aprendido que el público tenía que estar “a punto”, dado que el público, por autonomasia, "siente y piensa" como una mujer. Siempre reacciona en base al sentimiento. El público, se entrega, en el momento que él decide, en el lugar que él decida, y en la forma que él decide. Igual que la mujer, es muy cierto ese refrán que dice “el hombre propone, la mujer dispone”. Así las cosas, esperé que el público esté “caliente”. Eran como las doce de la noche, y le pedí a “El Cabezón” que me acompañe a cantar ¡Oh Darling!, una de las canciones más intensas que he escuchado a “Los Beatles”. Esa canción tiene esa extraña mezcla de fuerza, suavidad, y sobre todo, ese punto cumbre de éxtasis, que cualquier público, quiere alcanzar. Y así, desde la barra, calculando el momento preciso de cantarla, le pedí a una de mis amigas anfitrionas, que me haga el favor de ingresar mi pedido de la canción, en los siguientes minutos. Ella, sabía que, cuando yo pedía una canción, era porque estaba gestándose una explosión interpretativa, y en esa complicidad, ingresó mi pedido, dándole prioridad, en medio de toneladas de pedidos de esa noche, que estaban en espera. Me miro a lo lejos, alzó su mano dándome la señal, y empezó la función. Me acerqué al escenario, haciéndome espacio entre el público, que había atiborrado el local, subimos al estrado, cogí el micro, cerré los ojos, tomé respiración y juro que me creí, que era uno de “Los Beatles”, cantando en “The Cavern” en Liverpool, esa potente canción llamada ¡Oh Darling!: Lo que ocurrió durante la canción fue indescriptible. El público, “la mujer”, literalmente se entregó totalmente al “El Cabezón” y a mí. Fue nuestra noche, lo habíamos logrado. Todo fue un griterío interminable. Durante la canción sentí lo que los artistas llaman, “la conexión”. Sentí el alto voltaje que puede generar en el público, una canción interpretada con precisión e intensidad. El público nos abrazaba, y por unos segundos, les pertenecíamos a ellos. Realmente, me sentí uno de “Los Beatles”. Era inmensamente feliz. El cantante, que habita dentro de mí, había despertado y, estaba en su mejor momento.
El concurso
El punto máximo de toda esa generación de cantantes del karaoke del “Country”, tuvo su "zenit", en un concurso que organizó la empresa “Electrónica Wynk”, que representaba la marca “Laser Karaoke Pioneer” en el Perú, con su inconfundible logo del "lorito cantando". Fue un concurso a nivel nacional donde seleccionaron a doce cantantes, entre más de 400 candidatos. Entre ellos tuve la suerte de ser seleccionado. El concurso estaba muy bien publicitado, y consistía en recorrer todos los karaokes de Lima, seleccionado noche a noche, a los mejores exponentes del canto, en el uso del karaoke.

Fui seleccionado cantando la canción “Help” de “Los Beatles” y me obsequiaron un equipo de sonido “pioneer” para el auto. Esa noche, de la precalificación, fue muy intensa. Además, fue la primera vez que invité a mis hermanos Oscar y Manuel, y a sus esposas Irene y Rocío, quienes se quedaron roncos de tanto gritar, ovacionándome. Me vestí todo de negro para dar un impacto “beatlemaníaco” al momento. La canción me salió muy bien, pero, lo que mas me gustó, fue el panorama que tenía desde el escenario. Parecía un pequeño “Albert Hall Theatre” de Londres, guardando las abismales distancias por supuesto. El público estaba vibrante, por la emoción del concurso, el ambiente no podía ser mejor, así que me anunciaron, me subí al escenario y, con firmeza y seguridad, cogí el micro, y empecé a cantar con mucha energía:

Luego de tres meses del inicio de la etapa de preselección, seleccionaron a doce cantantes aficionados a nivel nacional, de los cuáles, seis éramos de la “Sociedad de los Cantantes Muertos” del “Country”. Nunca olvidaré la solidaridad, la camaradería y el compañerismo, que hubo en los ensayos de los cantantes seleccionados, entre los cuáles estaban “El Salteador” y el popular “Simba”. Él era el típico muchacho carismático, de buena presencia, que tenía el desagradable defecto de mentir permanentemente a los demás. En el karaoke del “Country” les decía a todas las chicas que era soltero, pero era casado. Que era millonario, y sin embargo, pedía prestado dinero para pagar sus cuentas en el bar y nunca lo devolvía, en fin, era un mitómano, con la típica característica de todos los mitómanos, caía bien. En el momento que nos pidieron que eligiéramos nuestras canciones, pedí, a propósito, una canción que no era de “Los Beatles”, pedí cantar “My Way”, canción popularizada por Frank Sinatra. Todos me criticaron por haber pedido una canción tan triste, y que además, nunca había cantado, lo hice, por una simple razón: necesitaba una canción que me describiera como soy, y sobre todo, que expresara lo que mi espíritu estaba sintiendo en ese momento. Ya no quería calcular, quería ser yo mismo, sin importarme el resultado del concurso. Estaba triste. Mi espíritu me estaba avisando que tenía que partir, y para eso, era necesario que dejara, a la “Sociedad de los Cantantes Muertos”. Mi vida tenía que seguir. Mi etapa de cantante de karaoke, había terminando. Y fue así. A pesar de cantar esa gran final nacional, frente a un auditorio de mas de 500 personas, en el que, incluso, mi madre había ido a verme, con varios de mis hermanos y sus esposas, y a pesar que “Nefertiti” estaba también entre el público, sentí que mi espíritu ya no estaba allí. Así que, consciente que iba a cantar mi canción de despedida, de esa hermosa etapa del “Country”, del público delirante, de los aplausos, de las luces, de los segundos antes de cada canción, del inigualable momento del clímax que tiene toda “conexión” con el público, en fin, de todas aquellas maravillosas sensaciones que había sentido durante los dos años de mi vida que fui adicto al “karaoke”, sensaciones que hacen el alimento diario del artista, es que tomé el micro, y con mucha tristeza, dignidad y entereza, empecé a cantar: Como era de esperarse, no gané el concurso. Quedé sétimo de los doce concursantes, pero no me importó. Sentí que había sido coherente con mis sentimientos, y eso me bastaba. Además sentí que me quité, un gran peso de encima. El concurso tampoco lo ganó “El Saltador”, ya que, no solo cantó mal, sino que hizo una muy mala interpretación de “Bailar Pegados” de Sergio Dalma, pero imitando al gran “Rafael”. Esa desatinada mezcla, definitivamente no podría dar un buen resultado. El que ganó fue, para la sorpresa de todos los presentes, y como siempre ocurre en todos los concursos de canto, el más carismático de la noche, es decir, “Simba”. En realidad, esa noche fue la noche de “Simba”. Fue lo único verdadero que había hecho en su vida. Decir que era un ganador de un concurso de esa magnitud, no era una mentira, era una feliz realidad. “Simba” no cabía en su pellejo, estaba feliz, y se lo merecía, porque esa noche cantó muy bien. Ganó con la canción “Noelia” de Nino Bravo, canción que en los ensayos le propuse a “El Saltador” que la cantara, pero como es tan egocéntrico, no me hizo caso, y perdió. En teoría “El Saltador” era el favorito, pero, los favoritos no siempre ganan. Siempre he pensado que la victoria para cualquier cosa, es producto de la insistencia y el esfuerzo, por eso, y desnaturalizando, la famosa frase del gran filósofo francés René Descartes, siempre he creído que todo hombre debe decir, “Pienso, luego INSISTO”.
Nefertiti
Si bien perdí el concurso, gané un amor. "Nefertiti" había aparecido otra vez en mi vida, después de cinco años desde que la vi en el “Teatro Segura”. Yo le mostré, por primera vez, el mundo del karaoke. Ella también quedó encantada, y más que eso, también se volvió adicta al karaoke, tanto así que, en los dos años que frecuentamos el karaoke del “Country”, nos hicimos muy amigos. Allí entre canciones, nos conocimos y nos convertimos en confidentes, uno del otro. Nos cuidabamos mutuamente. Cuando ella llegaba al karaoke, todo se paralizaba. Los chicos volteaban a mirarla, por esa sensual belleza que emana, así que me convertí en su "guardián", con el matamoscas en la mano, para espantar a cada "moscardón" que se aparecía en el horizonte. Ella pedía siempre, ésta canción de Olivia Newton John: Con el tiempo, comencé a sentir sentimientos encontrados hacia ella. Me empezó a fastidiar que otros la miren, y mi papel de “guardián” se comenzó a transformar en el de un “Jealous Guy”, pero como era mi mejor amiga, no podía manifestarlo. Un día decidí decirle todo lo que sentía, cantándole ésta precisa y oportuna, canción de John Lennon: La respuesta fue inevitable, nos habíamos enamorado. Comenzamos a salir solos. A descubrir nuestros mundos interiores. Ya no había nadie entre nosotros, solo éramos ella y yo. Entramos en una locura de amor desenfrenado. Nada ni nadie pudo detenernos. Era como si cada uno de nosotros, había guardado durante años, una intensa fuerza amatoria, el uno hacie el otro, y solo quedaba gozar de ella. Fue maravilloso. El amor había llegado a nuestras vidas y éramos felices.
La despedida
A los cantantes del “Country”, les causó un tremendo “shock”, vernos a "Nefertiti" y a mí, como pareja, ya que siempre nos habían visto como grandes amigos y además, a algunos no les gustó, porque sus esperanzas de amor con "Nefertiti" quedaban descartadas, y a algunas, porque ya no sería más, el solitario “Caballero de la Barra”. Todo pasó muy rápido, y el hecho es que, de una manera casi cronométrica, puedo decirles que, la final del concurso, significó el final de nuestro querido karaoke del “Country”. Por esa época, comenzaron a abrir nuevos karaokes en Lima, y los cantantes comenzaron a dispersarse. Después de unos meses de amores locos, "Nefertiti" y yo, regresamos una noche al karaoke, y con mucha pena nos dimos cuenta que el público ya no era el mismo. Había sido tomado por otra generación de cantantes, más jóvenes que nosotros, por supuesto, y así fue como, decidimos dejar de frecuentarlo. El ciclo se había cerrado definitivamente. Mi adicción al “karaoke” se había convertido en mi adicción por “Nefertiti”.
El recuerdo
Pasaron unos dos años, desde la última vez que "Nefertiti" y yo, estuvimos en el karaoke del “Country”, y un día viernes, nos animamos para ir a cantar al "Karaoke" del "Country", y recordar buenos tiempos, pero nos dimos con la triste sorpresa que nuestro querido "Karaoke" del "Country", ya no existía. Había cerrado, para dar paso a la remodelación del hotel, que había sido alquilado por una franquicia hotelera mexicano-argentina. Con mucha tristeza, vimos que la entrada había sido clausurada. Nos quedamos en silencio, cogidos de la reja, como resistiéndonos a perder, nuestros maravillosos recuerdos. La nostalgia nos invadió ya que nuestra historia de amor tuvo su génesis en nuestro querido karaoke del “Country”, y fuimos testigos de innumerables historias de amor, soledad, ilusión, y alegría. El karaoke del "Country" cobijó con generosidad en su escenario, a toda una generación de cantantes, que fuimos felices bajo sus reflectores y que, sin importar que tan lejos estemos, ni el tiempo que transcurra, lo recordaremos por siempre. La tristeza nos embargó esa noche, allí parados los dos solos, frente a esa inolvidable puerta negra de hierro forjado. En medio de nuestra profunda melancolía, y desbordados por nuestros recuerdos, reaccioné, y le dije a "Nefertiti": “Vamos amor, no nos pongamos tristes, el karaoke del “Country,” jamás desaparecerá de nuestros corazones. Su magia nunca la olvidaremos, ya es parte de la magia de nuestra vida. Hay que dar gracias a Dios que tuvimos el privilegio de haber sido artistas, de este gran escenario del mundo. Siempre recordaremos, en cada canción, aquellas noches en las que soñamos con ser grandes estrellas, así como, el fresco aroma de las gardenias que adornaban su entrada, y que lo olimos tantas veces, al entrar y al salir, de éste hermoso hotel antiguo, en el que nuestras almas se encontraron para siempre.” Ojoavizor.

viernes, 26 de septiembre de 2008

El lado oscuro

Todos los seres humanos tenemos un lado oscuro en nuestro mundo interior. En mayor o menor medida, pero lo tenemos. El mundo sería un eterno paraíso, si no existiera ese lado oscuro. Lo importante es reconocerlo y, adoptar una posición frente a él. Si bien es cierto que, más allá de nuestra voluntad, el lado oscuro ocupa un lugar en nuestra vida, eso no significa que debamos resignarnos a convivir con él, o renunciar a vivir, en "el lado claro" de nuestra vida. Como mis reflexiones, se basan fundamentalmente, en mis experiencias de vida, en esta oportunidad, y a partir de una oscura, triste y dolorosa experiencia que me toco vivir, hace muchos años, trataré de explicar, cuáles son los mecanismos de ese lado oscuro, que captura nuestras almas, a veces por breves momentos, y a veces, para siempre.
El colegio
Corría el año de 1978, y yo era un aplicado y entusiasta estudiante de tercer año de media, en un prestigioso colegio católico de Lima. Pasaba por una buena etapa escolar, en la que siempre fui, uno de los alumnos, con las más altas calificaciones. Mis compañeros de clase, eran muchachos alegres que vivían, como yo, cerca del colegio, en el distrito de Miraflores. Nunca fui muy popular en el colegio, pero era conocido por mis habilidades matemáticas, que hacía que mis compañeros, se me acerquen a pedirme apoyo para que les ayude a hacer sus tareas o cualquier explicación adicional, que no le habían comprendido al profesor. En general, se podría decir, que mi etapa escolar, quitando las diversas deficiencias, y contradicciones institucionales, del Colegio, había sido relativamente agradable, hasta que llegó esa oscura y tristísima Semana Santa del año 78.
El campamento
Todo empezó ese mes de Abril del año 78, en plenos preparativos para las celebraciones de la Semana Santa, cuando se me acercaron unos seis "amigos" de clase, para invitarme a un campamento en "Santa Eulalia". Un bonito lugar campestre, ubicado a dos horas de Lima, que se caracterizaba, en aquélla época, por ser el lugar ideal para acampar, lejos del bullicio de la ciudad. La idea sonaba muy bien, por lo que acepté entusiasmado a viajar con ellos, con los permisos previos de mis padres. El campamento fue organizado por una persona de aprox. 25 años, que, en adelante, le llamaré "Atila". Él era el hermano mayor de uno de mis compañeros de clase, que le pondré el seudónimo de "El Cuervo" (lo importante creo yo, no son los nombres, ni juzgar personas, lo importante es poder encontrar enseñanzas de las acciones, buenas o malas de nosotros mismos, o de los demás). Todos los "amigos" que íbamos al campamento teníamos entre 13 y 14 años, a ellos les pondré también los seudónimos de, "La Serpiente", "El Gallina" y "La Zanahoria Agria", que junto a "El Cuervo", al líder "Atila", y yo, formábamos un grupo de seis alegres campistas, dispuestos a pasar tres días de sana diversión y esparcimiento. Nunca voy a olvidar las buenas maneras y la cordialidad que tenía "Atila" conmigo, y las bromas que nos gastábamos durante el viaje en el auto de su papá, quién luego de dejarnos en el sitio para acampar,regresó a Lima, deseándonos que nos divirtiéramos mucho.
El día 1
El primer día transcurrió entre el armado de la carpa y la repartición de las responsabilidades que debíamos asumir cada uno de nosotros durante el campamento. Les demostré mis habilidades como campista, por haber sido "scout" (ver mi el spot: http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/08/scouts-del-mundo-siempre-listos.html), por lo cual, no solamente armé correctamente la carpa, sino que preparé un delicioso almuerzo, quedando todos contentos. Por la tarde, nos fuimos a caminar por los alrededores, encontrando un hermoso campo de fresas, conversamos con el agricultor muy jovial, que las cultivaba, y que generosamente nos regaló varias bolsas. Por la noche, después de una opípara cena a base frejoles, tocinos, salchichas, fresas y "marshmellos" (asados con el fuego de la fogata), y, entre bromas sanas y no tan sanas, empezamos a contarnos historias de terror. Y así venían las historias, una más terrorífica que otra, hasta que nos dio sueño y nos metimos en nuestras bolsas de dormir, protegiéndonos del intenso y húmedo frío rural, temblando de miedo, por las historias escalofriantes que nos habíamos contado, y yo sin presagiar que al día siguiente, el horror que viviría, sería de verdad.
El día 2
El segundo día, "el lado oscuro" cubrió con su pesado manto, todo el campamento. Los "buenos muchachos" con los que habíamos ido al campamento a divertirnos, sana y alegremente, se transformaron. Empezaron, sin explicación alguna y sin haberles hecho absolutamente nada, a tratarme con mucho desprecio y agresividad. Fue algo inexplicable. Parecía una verdadera pesadilla. Ahora, años después, puedo comprender lo que realmente paso, pero en ese momento, siendo un niño de 13 años, no comprendía nada. Realmente sentí miedo, mucho miedo. Estaba lejos de mi casa, desprotegido, y sobre todo absolutamente confundido, así que opté prudentemente por quedarme callado, en silencio, para no provocar un acto violento de ellos hacia mí. Pero fué inútil. Por la noche, además de no dejarme cenar, mientras que dormía en mi bolsa de dormir, "El Gallina" junto a todos ellos, se me acercó con un encendedor en mano, y comenzó a quemarla por el lado de mis pies. Gracias a Dios (que siempre me protege), la bolsa de dormir era de algodón, por lo que me dio tiempo a despertarme por el olor a quemado, en medio de las carcajadas de todos, liderados por un "Atila", que de ser una persona cordial se transformó en un ser indolente, abusivo y sobretodo agresivo. Logré rápidamente, apagar el conato de incendio, que hubiera significado mi propia muerte, por graves quemaduras. Esa noche, fue la más terrorífica de mi vida, ya que hacía grandes esfuerzos por no cerrar los ojos, pensando que si lo hacía, no iba a despertar nunca más. Ya no estaba entre "mis amigos" con miradas sencillas e inocentes, estaba frente a una especie de "mutantes del lado oscuro".
El día 3
En el tercer, terrorífico día, las cosas en vez de mejorar, empeoraron. Muy temprano, me fui a caminar por los alrededores, tratado de no estar al lado de ellos, en lo posible. Busqué al agricultor que el primer día nos había regalado fresas, pero lamentablemente no lo encontré. Me quedé allí sentado, sólo, abrazando mis propias rodillas, con el alma en vilo. Las fresas fueron mis compañeras. Comí algunas, ya que no había cenado el día anterior, ni desayunado por la mañana. No tenía mucha hambre. Sólo sentía mucho miedo, y angustia. Quería estar en casa, sentir el calor familiar. Después de pensar y pensar, qué podría haber hecho o dicho, que les haya mortificado tanto como para odiarme de esa manera, sin piedad alguna. No encontraba una respuesta lógica a mis preguntas. En fin, estaba solo, y tenía que arreglármelas hasta la tarde de ese día tercer día, en que vendría el papa de "Atila" a recogernos, para llevarnos de regreso a Lima. Regresé caminado al campamento, no sin antes, traerme en la mano, cuatro plantones de fresas, con la idea de llevárselos a mi madre, para que los siembre en su hermoso jardín, donde actualmente, tiene sembrados algunos frutales y muchas flores. Estar en ese bellísimo campo de fresas, fue lo único amigable de ese terrorífico campamento de Semana Santa, que de "santa" no tuvo absolutamente nada. Mientras caminaba de retorno al campamento, y atravesaba un pequeño riachuelo, sentí un impacto en mi mejilla izquierda, que me empezó a doler, y luego a sangrar. Al escuchar unas carcajadas diabólicas, comprobé con estupor, que mi amigo "La Serpiente", con el que habíamos jugado fútbol tantas veces, el amigo que yo más admiraba de mi salón, el estudiante más popular de la promoción, y el más respetado por todos (incluso llegó, tres años después de éstos hechos, a ser "el Presidente de la Promoción"), el que me había contado con lágrimas en los ojos, sus confidencias familiares, si, él, mi amigo, "La Serpiente", me había disparado con una pistola neumática, de esas que se usa para matar animales. Me había disparado, con la clara intención de dejarme ciego para toda la vida, disparo que gracias a Dios, no llegó a su verdadero objetivo, y me dio en la mejilla. Fui muy duro para mí, darme cuenta que mi "amigo, "La Serpiente" quiso dañarme. Mi corazón se aceleró. Sentí la muerte cerca. Pensé que lo que estaba pasando, estaba fuera de todos los límites. Pensé en un momento, que me iban a matar. Si lo pensé. Probablemente, o estaban drogados (cosa que no me constaba, porque no los vi drogándose), o algún tipo de demonio había tomado posesión de ellos. No terminaba de entender nada, cuando, de pronto, se me acerca "Atila", mientras me limpiaba la sangre del rostro, y poniéndome su cuchillo de "Rambo", en el cuello, me dijo con una risa burlona y una mirada diabólica: ¿Tienes miedo?, "ahora sabrás lo que es el miedo", mientras se reía a carcajada limpia, junto a las risas de todos los demás "mutantes". El miedo que sentí, fue indescriptible. Mi otro "amigo", conocido como "La Zanahoria Agria", con su ya conocida actitud de "Poncio Pilatos", solo me miraba, sabía lo que estaba sufriendo, pero no decía nada, tal vez por miedo a que le hagan lo mismo, pero no intervino para poner fin al abuso, al que todos estaban sometiendo, a su amigo de infancia. Solo casi al final, me dijo al oído: "Sígueles la corriente, no hagas resistencia porque es peor". Me habló literalmente como esos "comisarios" judíos de los campos de concentración, que ayudaban a los alemanes a torturar y matar a sus propios hermanos judíos, con tal de recibir dádivas, o tal vez proteger sus vidas, siendo cómplices del dolor causados a un hermano. Aquí les muestro una foto que grafica muy bien, la imagen real de "Atila".

El retorno
Mientras retornaba a Lima, en el auto del papa de "Atila" y de "El Cuervo", el miedo que sentía, comenzó a transformarse en rencor, impotencia y, finalmente, en odio. Tenía 13 años y aprendí lo que era el odio. Nunca antes lo había sentido. Nunca. En mi hogar, yo siempre había recibido amor y comprensión. Era lo que se puede decir, "un buen muchacho de casa". Nunca había experimentado, esa situación límite de terror e inseguridad física y psicológica. Nunca había visto tanta violencia, tan cerca. El odio empezó a dominarme, y de allí a la sed de "venganza con justicia", había un paso. Comencé a creer que lo justo era vengarme. Que "Atila" y los demás, merecían un duro castigo por el abuso psicológico al que me habían sometido. Cinco personas contra una, aprovechando, en forma abusiva, la lejanía y la oscuridad, para dañar a un niño de 13 años. Lo más duro de todo, era tener que aceptar que "mis amigos", con los que me quedaban más años de estudios, con los que me había conocido desde los 6 años, desde el inicio de nuestra vida escolar, muchachos provenientes de "familias conocidas en la comunidad católica de Miraflores y, de un nivel cultural, supuestamente, superior". Sí, los "mejores hijos" de esas familias, quisieron dañarme, física y psicológicamente, actitud oscura y abusiva, que mi alma y mi corazón, no lo podía comprender, por lo que mi sufrimiento y dolor interior, era inevitable. Cuando llegamos a Lima, se despidieron de mí con sonrisas falsas, como si nada hubiera pasado, simulando nuevamente, una cordialidad inexistente, falsa e hipócrita, frente al padre de "Atila" y de "El Cuervo", para que, supuestamente, nunca se enterara de nada. Aunque, nunca estuve muy seguro, si ese señor, no se imaginaba, ni lejanamente que sus hijos, tenían serios problemas psicológicos, o si, era plenamente consciente, de ser el responsable directo, de tener hijos con esas conductas anormales. Eso nunca lo sabré.
El samurái
No lo pude evitar. El odio me había capturado. Mi "lado oscuro" tomó el control de mis actos. Tenía 13 años, y había aprendido, en menos de 72 horas, a odiar profundamente. Bastaron 72 horas para que un niño, con ilusiones, que había sido "Boy Scout", que le gustaba estudiar, que hacía todas sus tareas escolares, que era solidario y que participaba en las colectas públicas para recolectar fondos para los niños con "Síndrome de Down" del Perú, se pase al "lado oscuro". Todo se había ido. Mi primera experiencia dura de la "maestra vida", me había convertido, inevitablemente, en un "samurái", deseando vengarme de todos ellos de la siguiente manera:
Pensé muchas formas de vengarme, desde denunciarlos a la policía, hasta tomar la justicia por mis propias manos, sin decirle nada a mi familia, ni a nadie. Al final, tomé la segunda opción, porque, ya desde esa edad, no me gustaba molestar o cargar a nadie con mis problemas. Quería solucionar y cargar con mis propios problemas. Era una manera de "endurecerme" para la vida. Además, dentro de mí sentía que, el dolor y la humillación que sentí en ese campamento, me habían endurecido, rápidamente, y lo suficiente, como para soportar cualquier cosa en la vida. No quería que mi familia, sufriera por el dolor que yo sentía, quería protegerlos de tanta oscuridad y dolor. Tal es así, que cuando llegué a la casa, les dije que el campamento había sido de maravilla. Incluso le llegué a entregar a mi madre, los plantones de fresas que le había traído de Santa Eulalia, para que los siembre en su bello jardín. Eso pensaba en ese momento. "El lado oscuro" me había fortalecido.
La venganza
Tomada la decisión, puse como objetivo de mi venganza, a "Atila". El más desalmado y abusivo de todos. Agravaba su situación, el hecho de doblarme la edad. El que debió liderar positivamente el campamento, y cuidarnos a todos, se encargó de hacer de él, la pesadilla más grande, manipulando a todos para hacerle daño a un ser humano. No lo podía perdonar. El objetivo de mi venganza, definitivamente, era "Atila". El espíritu más oscuro de todos. Si bien me sentía un "samurái" con sed de "justa" venganza, quería ejecutarla con inteligencia. Años después, confirmé que la estrategia que diseñé para ejecutarla, están reflejadas en las reglas milenarias de la guerra, de Sun Stzu en su famoso libro "El Arte de la Guerra". Eso significaba que dentro de mí, incluso en momentos de ira, había un sentido del equilibrio y de la justa proporción de la confrontación. En ese sentido, hice un análisis de mis propias fuerzas y concluí que si yo, personalmente lo enfrentaba en una pelea a "Atila", iba a perder inevitablemente, ya que "Atila", no solo era mayor que yo por 12 años, sino que pesaba el doble, y cada uno de sus músculos era como para desanimar a cualquiera. Literalmente, "Atila" era un toro. Así que era inútil una venganza, con aspiraciones de victoria. Estaba claro, el objetivo alternativo era "El Cuervo". El hermano menor de "Atila". "El Cuervo" si era de mi edad, de mi mismo peso, era más alto, pero en líneas generales, una lucha con él, era mucho más razonable, que enfrentar a "Atila". Así que, con la decisión tomada, empecé, en secreto, a preparar mi acción vengadora, que debía estar orientada a causar a "Atila", el mismo dolor psicológico, al que me había sometido durante el campamento. Quería que sintiera, con la misma intensidad, cada minuto del horror que yo había sentido en ese campamento, a través del daño que yo le causaría a su hermano "El Cuervo". Dentro de la oscuridad de todo lo que sucedía, pensé que mi decisión era justa.

La confrontación
Lo esperé a "El Cuervo", como dos horas, a varias cuadras del Colegio. Conocía la ruta que el tomaba de regreso a su casa. El plan era encontrarlo solo, sin sus otros amigos "los mutantes". Ya me estaba impacientando cuando apareció en el horizonte, a casi dos cuadras desde dónde yo estaba. Me paré y comencé a caminar lenta y pausadamente hacia él. Éramos él y yo. Nadie más. Era la oportunidad para ejecutar mi venganza. Por mi honor. Por mi dignidad. Me sentía un "samurái", alistándose para un "lucha justa", y sentía que nada, ni nadie, iban a poder detenerme. Cuando estaba a unos 10 metros de él, me paré, y lo miré fríamente como todo un guerrero, decidido a "vencer o morir". "El Cuervo" me miro, me saludó con una risa nerviosa, y cómo habrá sentido mi mirada, que vi que su cara comenzó a evidenciar el sentimiento de terror total. Una vez que lo sometí con mi mirada, di mi grito de guerra, como si fuera un filoso sable cortando el viento:"¡Hey Cuervo! Ahora estamos solos, pagarás por lo que me hicieron". "El Cuervo" quedó petrificado, se puso pálido, y sin esperar a que termine de reaccionar, corrí hacia él, con la mirada fija, con una perfecta sincronización de movimientos, votando furia por la nariz, como un toro de lidia salvaje, tomé impulso con la velocidad de un puma, y con mi puño como un mazo, le apliqué un contundente golpe en pleno rostro, cuyo impacto certero, literalmente lo desarmó cayendo al piso. Todo el resentimiento y el odio que sentía hacia todos ellos, que me lo había guardado durante dos días de terror, estaba contenido en ese golpe, convirtiéndome en un auténtico y sanguinario "samurái", y digo, sanguinario, porque realmente fue así, ya que de la nariz de "El Cuervo", afloró torrentes de sangre, que nos salpicó a ambos. "El Cuervo" estalló en llanto, y con odio, emanando baba de la boca, como si fuese un perro rabioso, me gritó: "No eres nada, soy superior a ti, eres basura". Cuando escuché esas palabras, entendí todo, comprendí que la envidia hacia mi persona, había sido la causa de todo el odio que él y los demás, habían sentido hacia mí, todo el tiempo. Odio y envidia contra mi persona, alimentados obviamente por su hermano, y tal vez por la educación de odio, que sus padres le habían dado. No terminaba de procesar las palabras de "El Cuervo", cuando, no sé de dónde, apareció "La Serpiente", y defendiendo a "El Cuervo", me dio una fortísima patada en mi estomago, cayéndome doblado de dolor. En la violenta escena, apareció también, otro compañero del colegio, al que lo llamaré "El Loro", él no fue al campamento, pero supuestamente, era amigo de los dos en disputa. "El Loro" se quedó parado mirando lo que pasaba, y a pesar que la pelea era desigual, dos contra uno, en vez de ayudarme, no digo defenderme, sino solo ayudarme, con parar la desproporcionada lucha, no intervino y siguió mirando como golpeaban a su amigo, con esa actitud cobarde de "Poncio Pilatos", vocación tan común en la gente sin personalidad y sin valores. Al final, golpeado, me paré, y "La Serpiente" me gritó: "Lárgate, y no te vuelvas a acercar por aquí".Tomé mis cosas desparramadas en el piso, y me fui a mi casa en silencio, con el alma destrozada, no solo porque mi "venganza" había fracasado, sino porque, una vez más, "los mutantes" se habían salido con la suya, amparados en su superioridad numérica, pero sobre todo, porque, "el lado oscuro" me había capturado en su espiral de violencia, odio y rencor. Sentía que caía y caía, cada vez más profundo, en un profundo y oscuro pozo, sintiéndome solo y débil, y cargando sobre mis espaldas, un dolor tan injusto. Sentí que no me merecía todo lo que me estaba pasando. Deseaba tanto despertarme y, pensar que todo era una pesadilla. Pero no. Todo era real, oscuramente real.
La represa
Ya el Gran Mahatma Gandhi, nos enseñó sabiamente que "La violencia engendra violencia", y así sucedió. Cuando llegué a casa, con mi camisa salpicada de sangre, mis padres y mi hermano Manuel, que en esa entonces tenía 19 años, estaban almorzando en nuestro acogedor comedor de la cocina de la casa. Pararon de comer, y me miraron con asombro, y mi mamá al verme la camisa ensangrentada, me preguntó con mucha serenidad: ¿Que pasó hijo mío? Y yo conteniendo con dificultad las lágrimas, le mentí, para no preocuparla, y le dije: "Nada mamita, un amigo se rompió la cabeza jugando futbol, y lo llevamos a la enfermería". Mi madre, como todas las madres, que saben todo lo que les pasa a sus hijos, con sólo mirarlos, me tomo cariñosamente de la mano y me llevó a solas a mi dormitorio, y allí, a solas, me miró a los ojos, con su hermosísimo rostro, y acariciándome al cabello, me dijo: "Hijo mío, no temas, dime la verdad, no me molestaré te lo juro. No olvides que ustedes mis hijos y su padre, son lo que más quiero en ésta vida. Así que, dime lo que ha pasado, te prometo que no me molestaré". Yo la miré con mis grandes y tristes ojos, que como una fortísima represa, contenían millones de metros cúbicos de lágrimas de varios días, y sin poder contenerlas más, la represa se agrieto y terminó rompiéndose, en el regazo de mi madre. Ella, sollozando conmigo, me abrazó con ese amor infinito e incondicional, que sólo las madres le pueden dar a sus hijos, y me dijo:“Llora hijo, llora todo lo que quieras, tu familia está contigo”.
El imperio contraataca
No había terminado de derramar todas mis lágrimas contenidas, sobre los brazos de mi madre, cuando escuchamos un griterío afuera de la casa. Era "Atila", que pasando todos los límites, se apareció frente a mi casa, con una banda de 20 muchachos, la mayoría de ellos con 25 años de edad. Todos estaban armados con "manoplas", "mancuernas", "cuchillos", “cadenas” y "palos", decididos a golpear a toda mi familia. Todos eran chicos de Miraflores, uno de los más “cultos” distritos del Perú, supuestamente provenientes de familias educadas y acomodadas, sin embargo, parecían más bien, avezados pandilleros de las zonas más peligrosas del Bronx, en New York. Yo no podía creerlo. Era la imagen surrealista, de la más cruda violencia callejera. La lógica de ellos, siempre fue, la superioridad numérica y el abuso del poder. Era una lógica, violenta, abusiva, desproporcionada y cobarde, ya que estaban involucrando a más personas, absolutamente ajenas al problema, sin el más mínimo respeto por la familia. Todas las oraciones, rezos, arrodillamientos, confesiones, golpes al pecho, que muchos de ellos, y sus familias, practicaban en la misa todos los domingos, en la capilla del Colegio, frente a la respetadísima y prestigiosísima comunidad católica de Miraflores, parece que no habían servido de nada, en la formación cristiana de todos esos jóvenes, que ese día, irrumpieron la tranquilidad de ese apacible y tranquilo distrito limeño. La cruda realidad, era que sus corazones, estaban llenos de violencia. Llenos de oscuridad, por mas blancas que eran sus camisas.

Mi madre, mi padre, mi hermano Manuel y yo, salimos a ver qué pasaba, y "Atila" le dice a mi hermano: "Lo vamos a destrozar a tu hermano, por haberle pegado al mío". Imagínense. Yo me quise vengar, sí. Pero en una lucha de igual a igual. Uno contra uno. Sin embargo, el sentido de la represalia de "la banda" liderada por "Atila", era veinte contra uno. Así las cosas, "Atila" cogió por el cuello a mi hermano Manuel, que tenía siete años menor que él, y lo comenzó a asfixiar con su brazo, sin piedad, allí delante de mí y de mis padres. Fue una imagen muy cruel. Era un nuevo abuso sin nombre, como al que cometió conmigo en el campamento, pero ahora, con el agravante que estaban mis padres, que eran personas mayores. A “Atila” no le importó nada, y dio rienda suelta a su animalidad desenfrenada. Todo se veía tan oscuro, tan desolado para mi familia, cuando de pronto, apareció el "vengador", el autentico "samurái". Apareció, el "samurái" que siempre quise ser, para vengarme de “Atila”. Era Jorge, el segundo de mis siete hermanos. El tenía, en ese entonces, 29 años y era un deportista consumado, con un físico extraordinario. Cada uno de sus brazos era un martillo vikingo. Había llegado, entonces, el momento de la lucha final.

La lucha final
Mi hermano Jorge, apareció como un rayo luminoso, quebrando la oscuridad, con un sonoro golpe seco que estalló en el rostro de "Atila". Vi el preciso momento en que el soberbio rostro de "Atila", estalló en sangre. El golpe había sido tan contundente y mortífero, que ninguno de los cobardes integrantes de la banda de "Atila", se animó a defenderlo. Ahora, la lucha era solo entre ellos dos. "El lado oscuro" contra "el lado claro". En medio de tanta violencia, mi alma entró en conflicto, ya que, por un lado, me dolía mucho que mis padres presenciaran estos terribles hechos de violencia contra la familia, sin que ellos sepan la razón (porque no se lo había contado), pero que yo sabía perfectamente, que era una “reacción”, a “la acción” de mi fallida venganza. Y por el otro lado, sentí una gran satisfacción de ver, como el rostro de "Atila", se desencajaba con cada golpe certero en el rostro, que mi hermano, con una actitud serena, concentrada y con mucha técnica de lucha, le aplicaba a "Atila" hasta que lo dejó, con los ojos completamente cerrados por la hinchazón. Fue una lucha final, realmente sangrienta, porque "Atila" también le cortó la mejilla a mi hermano con un cuchillo que tenía escondido en la mano, lo que probó, que "Atila", siempre necesitó de la trampa, de la superioridad numérica y física, y del arma artera escondida, para poder dañar a los demás. Mi hermano, solo usó sus manos para defender la seguridad de su familia. El no sabía nada del problema, de lo que me habían hecho, nada. El se encontró con todo este cuadro de guerra desigual, cuando estaba llegando a la casa a almorzar, y vio a una turba de maleantes, amenazando la vida de mi hermano Manuel. Mi madre, con lágrimas en sus ojos, suplicaba a los luchadores, que paren de luchar, pero era inútil, los dos estaban ciegos. Los dos querían triunfar y cantar victoria. “El Lado oscuro” estaba triunfando con su estela de desgracia y sangre. Fue entonces, cuando mi madre, a empellones se interpone entre los dos, y cogiéndole el rostro casi desfigurado, y lleno de sangre de “Atila”, le dice con una dulzura conmovedora, acariciándole el rostro, éstas palabras, que nunca, nunca, ninguno de los que estuvimos y fuímos testigos de esa oscura fiesta de sangre, podrán olvidar jamás en su vida: “Hijo mío, te hablo como si fuera tu madre. Te quiero mucho hijo. Debes parar ya, hijo, por el amor de Dios. Tú eres bueno. Tu corazón es bueno. Detente, hijo mío, en el nombre de Dios, para hijo mío, por favor.” Entonces, “Atila”, la mira con lo que le queda de ojo, ya que estaban muy hinchados, y le dijo: “Esta bien señora. ya me voy”. Su banda de compinches, lo cargaron, porque no podía ni pararse por sí mismo. Totalmente bañado de sangre, y cuando ya se iba con toda su “banda”, manda un grito casi gutural hacia el cielo, y con mucho odio, lo amenaza a mi hermano Jorge, diciéndole: “Te voy a buscar para matarte. Te encontraré solo y te mataré, ya verás. Tarde o temprano”. En fin, la lucha había, por fin, terminado, y si bien es cierto, desde el punto de vista de la lucha, había triunfado mi hermano Jorge, la verdadera triunfadora fue mi noble madre. El poderoso amor que ella virtió sobre todos nosotros, había derrotado a “el lado oscuro”.
El lado claro de la fuerza
Esa noche, todos estuvimos en silencio en nuestro hogar. Habíamos visto cara a cara, el lado más oscuro de la fuerza. A mi hermano le tuvieron que poner diez puntos en el rostro, por el corte que “Atila” le hizo al inicio de la pelea con un cuchillo que tenía escondido en la cintura. Yo, por mi parte, me sentía el ser más infeliz del mundo, porque pensaba que todo había ocurrido por mi culpa. Lo abrazé a mi hermano Jorge, y lloramos a solas mucho rato en su habitación. Mi madre, nos preparó a todos una sopa deliciosa y nos pidió con amor, no hablar del tema por algún tiempo. Nos dijo, que el tiempo era sabio, y que Dios y el tiempo, se encargarían de ayudarnos a entender todo, curar nuestras heridas, y sobre todo aprender de esta terrible experiencia. Toda la familia nos abrazamos, y oramos frente a la sagrada “Virgen de la Puerta” que mi madre tiene, hasta el día de hoy, en su habitación. Ella había logrado salvar a la familia de una desgracia, nos había abierto, a todos, la puerta de "el lado claro de la fuerza". Pasaron 30 años, desde ese terrible hecho, y con la madurez que dan los años, y el de ser padre de dos niños, ahora puedo entender todo lo que sucedió. Ahora tengo claro, que la causa de todo, fue el odio que “Atila” y sus muchachos, sentían hacia mi persona, pero no por mí, sino por lo que yo representaba. No soportaban que yo fuese tan feliz en mi hogar, porque tal vez, ellos fueron criados en un ambiente de odio y violencia. “La Serpiente”, antes del episodio del campamento, me confesó, con lágrimas en sus ojos, un terrible e inconfesable hecho, que le prometí no contárselo a nadie, promesa que estoy cumpliendo hasta ahora. Ese triste hecho, lo marcó para toda su vida. Con los años comprendí, que “La Serpiente” me había causado sufrimiento en el campamento, guiado por el oscuro temor, de que divulgué lo que él me confesó en confianza. Los fantasmas de su lado oscuro, lo hicieron dudar de mi silencio y de mi lealtad, y su mecanismo de defensa fue hacerme sufrir, para hacer que mi palabra no tenga valor frente a los demás, ya que como todos sabemos, las palabras de un "despechado" nunca son tomadas en cuenta, y así, bajo esa oscura lógica, garantizar que su secreto quedara seguro por siempre. "La Serpiente" se había arrepentido de haberme revelado su desdichado secreto y yo, fuí víctima de su inseguridad. Pero se equivocó, ya que jamás, revelé el terrible secreto a nadie, ni siquiera lo hice, cuando mi relación con él llegó a su punto más critico. No tomó en cuenta, que yo me consideraba su amigo de verdad, y que para mí la amistad es ante todo, lealtad, y la lealtad, en la mayoría de los casos, impone un deber de reserva. Así lo pensaba de niño, y lo sigo pensando ahora, que soy un adulto. Lo que había pasado, es que “La Serpiente”, irremediablemente, había sido tocado por su “lado oscuro”. Es que, así funcionan, los procesos oscuros de la mente. Esos procesos, nos explican esas terribles conductas y odios gratuitos, que mucha gente descarga contra nosotros, porque llevan en su mente, cargas pesadas de odio reprimido, que lo descargan sobre aquella gente inocente, que tienen lo que ellos carecen: amor. Es una especie de “envidia de la felicidad”, y eso es un problema, más que patológico, es una de las miserias de la condición humana, que todos tenemos que cargar, cuando no se tiene una disciplina espiritual, que nos fortalezca contra la invasión de esas miserias a nuestro espíritu. Es como un virus o bacteria, que hay que combatir, día a día. Ese tipo de oscuro sentimiento lo he vuelto a ver, innumerables veces en el transcurso de mi vida, ya sea en el trabajo, y en mi vida social en general. He aprendido que la vida tiene una fuerza con dos lados, un “lado oscuro” y un “lado claro”, y que nadie, está exento de ser captado por el lado oscuro. He aprendido que nadie, es totalmente malo, ni totalmente bueno. Todos tenemos un lado maravilloso, luminoso y creativo, donde reina permanentemente el amor. Pero también, todos tenemos ese lado oscuro, que nos esclaviza, y nos puede llevar a cometer grandes errores y, causar daño y dolor al prójimo. Es el cabal entendimiento de esa dualidad, la que nos debe impedir y evitar, juzgar a las personas. Cada uno de nosotros tenemos nuestros propios ángeles y nuestros propios demonios. Ellos viven juntos, y jamás desaparecerán. Es imposible. Es parte de la naturaleza humana no poder prescindir de ellos. Lo que sí podemos hacer, es cultivarnos en el espíritu, para evitar que “el lado oscuro” nos gobierne. “El lado oscuro de la fuerza” es atractivo y seductor, e incluso nos da poder y un supuesto “éxito” social (no se olviden que “La Serpiente” llegó a ser Presidente de la Promoción” en mi colegio, y elegido por amplia mayoría), pero siempre, nos cobra, y “nos termina envolviendo, con su falsa y engañosa percepción de nuestra “realidad espiritual” y nos vuelve esclavos de la oscuridad, esclavos de la ira (Ver mi post: http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/07/la-esclavitud-de-la-ira.html). “El lado oscuro” carece de amor. El amor es privilegio, solo de “el lado claro de la fuerza”. Para evitar caer en el lado oscuro debemos tener una filosofía y disciplina de vida, que estimule nuestra “lado claro”. El espíritu necesita, que lo alimentemos diariamente. A mí me salvó tener una familia como la que tengo. Que me dio valores desde muy niño, y continuó dándomelos, con el ejemplo, de mis padres y hermanos, día a día. Si no fuera por ellos, yo sería un ser resentido y vengativo, contra el mundo. Cuando los niños son agredidos, y no reciben ayuda, es casi seguro, que se conviertan en agresores contra gente inocente. Así como “Atila” y sus muchachos, los niños agredidos, cuando crecen, pueden llegar a realizar las crueldades más terribles. Buscarán canalizar su odio a través de la venganza, la cual se vuelve inespecífica, es decir, el rostro de su agresor, lo verán en la cara de un amigo, de sus padres, o simplemente, de cualquier inocente que se cruce en su camino, e incluso, a veces ven a su agresor en su propio rostro. Cuando esta triste y oscura situación, se generaliza, estamos frente a una sociedad altamente violenta e insegura. En éste tema, los colegios juegan un gran papel, junto a la familia. Si no tomamos medidas para enseñar y practicar una filosofía y disciplina de vida espiritual, desde niños, la propia dinámica social, cada vez más violenta, verá con terror, aparecer más episodios sangrientos, como los de Columbine y Victoria Tech. Por eso, escuchemos a nuestros niños, protejámoslos de los abusos físicos y psicológicos. Cultivemos sus espíritus con la semilla del amor, la solidaridad, la veracidad, la compasión, la piedad con el otro, con los animales, con las plantas. Cuidemos la sensibilidad de los niños (y de los grandes también). Digámosles que los amamos todo el tiempo. Con ellos no podemos dejar que “interpreten" nuestro amor a través de lo material. Ellos necesitan que les digamos cada minuto de su vida que los amamos (ver mi post: http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/07/al-infinito-y-ms-all.html). No bajemos la guardia. Hagamos ese esfuerzo, hagamos que “el lado claro” de la fuerza reine en nuestros corazones.
Los mutantes
De todos los que participaron en el campamento, solo sé que “Atila” murió desnucado, dos años después de la pelea, al estrellarse, con la moto que conducía, contra un poste de luz. “El Cuervo” se fue del colegio al año siguiente, y actualmente vive en Inglaterra. Nunca supe más de él. “La Serpiente” es actualmente Comandante de la Fuerza Aérea Peruana. “El Gallina” fue expulsado de la Escuela Naval de la Marina de Guerra del Perú, por incompetencia e indisciplina. Me lo encontré, hace muchos años, cuando fui a cobrar un cheque, y él era uno de los cajeros del banco. “La Zanahoria Agria” encontró a su esposa con otro hombre, en su propia casa, y se divorció. Le costó mucho superarlo, y se fue a rehacer su vida a los Estados Unidos. “El Loro” es actualmente, un implacable funcionario de impuestos de la Superintendencia Nacional Tributaria del Perú. Su especialidad es detectar a sus “amigos”, que deben impuestos, para embargarles sus bienes. Disfruta mucho con su trabajo.
El perdón
Hace dos años, mi Promoción del Colegio, cumplió 25 años, de egresados. Allí, me reencontré con “La Serpiente”. Me miró a lo lejos, con la cabeza baja, yo me acerqué, y le di la mano. No hablamos nada del oscuro episodio del campamento. Estábamos con algunos whiskys adentro, y como dicen que “los locos y los borrachos dicen la verdad” (aunque yo no tomo ni fumo, pero en ese almuerzo, si tomé algunos tragos, ya que la situación lo ameritaba), le dije las virtudes que siempre pensé que él tenía. Le dije que él era un líder, un auténtico líder, y que yo siempre lo admiré, en su integridad y liderazgo. En realidad, me nació decirle eso, porque era lo que yo siempre pensé de él. Lástima que no lo valoró en su momento. Se me había borrado todo vestigio de odio o rencor, y toda esa oscuridad que viví en esos dos días, que ya no quiero recordar más. En ese momento solo me acordaba de “mis amigos” de juegos, con sus sonrisas francas, amigos sin malicia, que alguna vez fueron, antes de ser tomados por su “lado oscuro”. “La Serpiente” me miraba conteniendo las lágrimas, me abrazó fuerte, se acercó a mi oreja y me dijo muy bajito: “Perdón”. Nos quedamos abrazados unos minutos, en silencio, y nos despedimos, tal vez, para siempre. Les mentiría si les digo que he olvidado todo. Si lo hubiera olvidado no estaría escribiendo este post. Cada noche de mi vida, cuando me acuesto, y me empiezo a dormir, pienso que alguien se acerca a matarme. El shock psicológico, de los abusos a los que me sometieron, esa sensación de inseguridad en las noches, han quedado grabados en mi mente, para siempre. Mi esposa me dice que casi todas las noches, cuando duermo, grito y muevo los brazos, como si tratará de defenderme de algo o alguien. No quiero tratarlo con un psicólogo, porque lo manejaré, poco a poco, mientras vaya avanzando en mi disciplina espiritual. Lo que sí puedo asegurar, es que desde el abrazo con “La Serpiente”, puedo dormir un poco mejor. A veces, me despierto en las madrugadas, y me voy al dormitorio de mis hijos, y me duermo con ellos. Mirando su pureza, viendo el rostro de Dios en sus caritas, y sintiendo que solo el infinito amor que siento, por ellos y mi esposa, es lo único que me puede salvar, y hacerme feliz por siempre. El perdón sana y purifica. Yo he perdonado de corazón a todos los que estuvieron en ese campamento. Espero que “Atila” descanse en paz. El perdón nos libera del dolor. Es la llave del “lado claro de la fuerza”.
Strawberry Fields Forever
En una de esas visitas que regularmente, hago a mi adorada madre (que ahora tiene, más de 80 años), conversaba con ella, sentados en su bello jardín, sobre diversos temas de la vida, cuando absolutamente sorprendido, me percaté que había unas pocas plantas de fresas en su jardín, e incluso, con algunas fresitas en flor. La mire, me miró, y con su bella sonrisa me dijo: “Si, esas son las fresas que me trajiste de ese campamento. Las he ido trasplantando, año a año, para que nunca olvides, que el hermoso campo de fresas, de ese generoso agricultor, que me contaste, estará contigo por siempre”, y una vez más, como aquélla vez, la débil represa de mis ojos, no pudo contener mis lágrimas, ya no de dolor, sino de alegría de tener una madre como ella, que logró mágicamente, con su amor infinito por el ser humano, cultivar esas fresas llenas de luz, con las semillas tomadas del “lado oscuro”, enseñándome que “la fuerza” que nos integra y guía, es una sola, y que el amor que ella me dio desde que estuve en su vientre, será siempre en mi vida, un hermoso campo de fresas, lleno de luz, que me salvará de mi propia oscuridad.
Ojoavizor









viernes, 19 de septiembre de 2008

La señal

Machu Picchu
Machu Picchu (Montaña Vieja), es el principal atractivo turístico del Perú. Existe mucha información sobre nuestro santuario histórico, declarado por la UNESCO, hace varios años ya, como "Patrimonio de la Humanidad", y elegido, con justicia, por millones de personas, en Julio del año pasado, como una de las nuevas "Siete Maravillas del Mundo". Éste post no aspira a dar información adicional, a la ya abundante información existente. Sólo relataré una experiencia mística, que viví en Machu Picchu, allá por el año de 1983, es decir, hace ya 25 años, vivencia que definitivamente, cambió mi vida.
Illa
Resulta que, en ese año, nació en Cuzco mi sobrina "Illa", nombre "quechua", (ancestral idioma de los incas), que significa "luz del amanecer". Mi querida y extrañada Illa, (digo extrañada, porque reside en Barcelona, desde hace algunos años, haciéndose una vida), es una real y auténtica "luz del amanecer" para toda nuestra familia, ya que nos ilumina con su existencia, siendo un ejemplo de fortaleza y creatividad, habiéndose hecho toda una mujer, y ganado su independencia, a punta de esfuerzo y talento, así como, me imagino, a punta de muchas lágrimas en silencio y soledad. Illa, es hija de mi hermano mayor, "el Buho". Él es un ser humano especial, que decidió hace muchos años, irse con su hermosa familia, a vivir al Cuzco, ciudad imperial del Perú. Él fue, el que me inició en el mundo espiritual.
La llegada a Cuzco
Hice el viaje a Cuzco, los primeros días de Marzo del año de 1983, siendo un disciplinado y aprovechado estudiante de "Física Pura". Mis temas de interés giraban alrededor de la matemática pura, la mecánica cuántica y la astronomía. Todo iba bien, hasta que llegué a la preciosa casa, que mi hermano "el Buho" tenía en la calle "Atocsaycuchi," en el "barrio de San Blas", el principal barrio de artesanos del Cuzco, donde se tejen los mas bellos murales del Cuzco, elaborados con fibras de algodón teñidos con tintes naturales de todos los colores, hechos en base a la fértil y colorida tierra sagrada del Cuzco así como, de flores silvestres de todas las especies. La casa de mi hermano, tenía una típica decoración rural, con paredes blancas de adobe y techo de tejas, y olía a paz e incienso. Toda la decoración de la casa había sido dispuesta por el buen gusto de mi querida cuñada, "Sirenita", chilena de nacionalidad, pero, peruana de corazón. La historia de amor de mi hermano "el Buho" con "Sirenita", es digna de otro post, que ojala, Illa, lo escriba para la felicidad de sus padres, con el talento natural que ella tiene para la escritura, ya que es una magnífica periodista.
Los Textos Sagrados
Después de conocer a Illa recién nacidita, bella como un rayito de sol, mi hermano me enseñó cada uno de los ambientes de la casa, y fue así que me tope con el primer elemento del cambio en mi vida: "la biblioteca". Mi hermano tenía una biblioteca muy bien surtida, pero sobre todo, absolutamente acogedora. Había libros de todos los temas, menos de ciencias, por supuesto. Había muchos libros sobre temas espirituales, y sobre todo, una valiosa colección de los textos sagrados de la mayoría de religiones del mundo, así como textos de filosofía oriental y occidental. Así, fue como conocí por primera vez, el libro del Tao, el Baghavad Gita, el Dammaphada, el Corán, el I Ching, Los Cuatro Libros de Confucio, los escritos del Gran Mahatma Ghandi, profundice algunos temas de la Biblia, y muchos libros de historia, entre los cuáles, sobresalían, los textos sobre la cultura inca. Las lecturas en la biblioteca, en esas largas tardes de lluvia andina, en la que no se podía salir, así como las interminables conversaciones con mi hermano, sobre la espiritualidad, las religiones, las acciones humanas, el karma, la divinidad, y otros temas conexos, fueron generando mi "metamorfosis".
Las caminatas
Fue un mes maravilloso el que me quedé, en la enigmática y magnética ciudad del Cuzco. Fue un intenso mes, de largas caminatas con mi hermano "el Buho", y mi morral al hombro, en el que cargaba un buen trozo de delicioso queso cuzqueño, pan campesino y emoliente (infusión a base de linaza, boldo, hierbabuena, llantén, beterraga y limón), que con mucho cariño, nos preparaba "María", una señora cuzqueña muy agradable, junto con una varilla de madera de eucalipto a la mano, para ayudarnos a soportar el peso de nuestro cansancio en las caminatas que hacíamos por los alrededores de su casa. Así atravesábamos un bellísimo bosque de eucaliptos para llegar a la fortaleza de "Sacsayhuaman", al "Templo de la Luna", y al inolvidable "Templo de Lanlacuyo", donde había una piedra de aprox. 3 metros de alto por 2 de ancho, con la forma de la cara de un inca. Según la tradición oral, el que se echaba encima de la cabeza, recibiría vibraciones positiva del espíritu del Inca. Esta cabeza de inca, en aquélla época, no estaba en el circuito turístico, por lo que cuando uno la visitaba, no había nadie y el silencio imperante en la zona, sumado al sonido de la "quena", que es una especie de flauta andina, que mi hermano toca con excelencia, generaba un ambiente espiritual, muy relajado.
La Luna
Lo que pude constatar, de todos éstos recintos sagrados del incanato, es que cuando uno ingresa a sus perímetros, percibe una vibración energética que sienten todos aquellos que visitan Cuzco, y que hasta el más ateo, o agnóstico, la percibe. Una tarde, fuimos con mi hermano, caminando al "Templo de la Luna" , y me mostró el denominado "polvo de luna", que es un polvillo color estrella cósmica, que se obtiene al frotar las paredes del interior del templo, y que, según los entendidos y lugareños, es el mismo polvo que se encuentra en la Luna, que aparece en esa zona, cada fin de mes, e ingresa a través de un orificio en la nave del Templo, cuando se toma un "baño de luz de luna". Nunca se sabrá a ciencia cierta, si esto es cierto o no, pero, lo que si les puedo asegurar, es que frotarse ese polvillo por el cuerpo, es una experiencia "lunar" que nunca olvidarán.
La decisión
Así, iban pasando los días, y mi estadía en Cuzco, aparte de convertirme en un compulsivo lector de la bien dotada, biblioteca de mi hermano y caminante asombrado de sus calles y templos, estaba dando lugar a un profundo proceso interno de conversión al mundo de la espiritualidad. Nunca pensé que eso pasaría. Yo, el científico de mi casa, de mi colegio, de la universidad, el que todo necesitaba probarlo con modelos matemáticos y leyes de la física, me convertí en un irremediable cultor de la espiritualidad. Fue un auténtico amor a primera vista. Fui inmensamente feliz de saber que existía un riquísimo mundo interior por explorar. Que no necesitaba estudiar científicamente el cosmos y sus leyes, ya que, "yo mismo", era un microcosmos. No puedo ocultar que durante el proceso de conversión, tuve algunas dudas, en realidad, muy serias dudas. Todo en mi interior se removía y, empezaba a replantearse desde sus raíces. Sentí una irresistible fuerza que me jalaba hacia mi propio centro. Mi voz interior me estaba hablando por primera vez, y yo, embelesado por el proceso espiritual, que estaba experimentando, sin haberlo planeado o siquiera pensado, tomé "la decisión". Una decisión que iba a cambiar el rumbo de mi vida. Decidí dejar la carrera de física y cambiarme a una carrera de letras, en la que podría tener tiempo para profundizar los temas filosóficos y del espíritu.
El científico
El científico que llevaba adentro, dio su manotazo de ahogado y luchó hasta el final. Estaba dispuesto a vender cara su derrota. Y frunciendo el ceño, y mirando por encima de sus lentes, me dijo, en tono desafiante: "Muy bien, muy bien, ¿Así que me dejas no?, ¿Así, que cambiarás las leyes de la naturaleza, por las leyes del espíritu no? Esta bien, pero como me debes todo lo que te he dado, todo éste tiempo, espero que me concedas solo una cosa: una señal. Sí, una señal, que me garantice que no te estás equivocando. Solo una." Con éste último condicionamiento de mí científico interior, y con la firme decisión, de dar ese paso trascendental, decidí ir a Machu Picchu, a buscar "la señal". Sí, decidí, con mucha convicción, buscarla en ese imponente santuario sagrado de los incas, y fué así, como empezó, mi viaje hacia la búsqueda de la señal.
La Ciudadela
Fue una fría y nublada mañana en la que, muy temprano, y con mi morral de lana de oveja al hombro, con dos o tres sándwiches, una roja manzana, un plátano y una botella de agua pura, como único equipaje, fue que tomé el tren hacia "Aguas Verdes", que es la ciudad que queda al pie del santuario. Llegué como a las 10 a.m. al pueblo mismo, y desde allí había que subir una carretera en serpentín, que demoraba más o menos 30 minutos, hasta el santuario mismo. Cuando llegué y miré el paisaje de todo el santuario, la primera sensación que sentí al mirar a Machu Picchu fue de admiración total frente a tanta belleza, majestuosidad y magnificencia. Era realmente un espectáculo hermoso para los ojos y, sobrecogedor para el espíritu. En realidad, no hay suficientes palabras para describir esa sensación. Estar frente a "Machu Picchu" , es algo así como, mirar el lugar más oculto y bello del planeta, por algo los historiadores, y arquólogos, lo llaman "el ombligo del mundo". Mirando a la ciudadela de "Machu Picchu", se puede sentir la grandeza de la cultura andina, en su máxima expresión. Es una de las magnas obras del hombre ofrendada a Dios. Por eso, "Machu Picchu" ha sido elegida, con justicia, respeto y admiración, como una de las "Siete Maravillas del Mundo". Todos los que tengan la suerte de conocerla, podrán corroborarlo. "Machu Picchu" es mucho más que un hermoso paisaje, es vida hecha piedra, es la piedra de la vida. Aquí podemos apreciar la magnífica vista panorámica de la ciudadela:
El Waynapicchu
A pesar de mi encantamiento con "Machu Picchu", mi "científico interior", no soltaba prenda, y me seguía diciendo al oído: "la señal, la señal, sin la señal, no me voy". Necesitaba una señal, pero no la encontraba. El tiempo corría, y nos habían advertido que solo podríamos estar hasta la 1 de la tarde, ya que el viaje de regreso, a la ciudad de Cuzco, dura más o menos 5 horas. Eran las 11:30 a.m. y no había "señal". Ya me empezaba a poner triste, por no aparecer ninguna señal, cuando de repente, veo un letrero de madera que decía con letras blancas, "Waynapicchu", junto a una pequeña cola de turistas, detrás del mismo. Pregunté y me dijeron que era la última cola para subir al "Waynapicchu", que significa, "Montaña Joven". El "Waynapicchu", es la montaña principal del complejo sagrado, que resalta al centro de la clásica foto de Macchu Picchu, que incrusté en el post. Tiene la altura de un rascacielos de aprox. 50 pisos, y escalarla demora una hora. Escalar el "Waynapicchu", es realmente muy arriesgado. En esa oportunidad me dijeron que, desde que abrieron la ciudadela de "Machu Picchu" para los turistas, se habían caído más de 15 turistas, y los cuerpos de algunos de ellos, nunca fueron encontrados. Y no es para menos, ya que el "Waynapicchu" se encuentra entre dos cañones naturales y cercado por el Río Urubamba. A pesar del temor inicial, decidí subirlo, ya que tuve la sensación que en la cima encontraría "la señal". En todo caso, era la última oportunidad de encontrarla. Así que, fortalecido por mi convicción en la búsqueda de "la señal", empecé la ascensión del famoso y peligroso "Waynapicchu".
La ascensión
Durante la ascensión, comprobé porqué muchos turistas renunciaban a escalarlo, ya que el camino para el ascenso, no tenia mas de 40 cms. de ancho, con profundos precipicios a los costados, habiendo sólo unas frágiles sogas para ayudar en el impulso de la subida. Así, vi como dejaba atrás a los pocos turistas que se atrevieron a subir conmigo, y poco a poco, me fui quedando solo en la ascensión de esa colosal montaña, que apuntaba al cielo. Por un momento sentí que estaba en "la Torre de Babel". Por otro lado, el cielo empezó a oscurecer, y de repente cuando me faltaban unos cuatro metros para llegar a la cima, empezó a llover torrencialmente. Tuve miedo, sí. Lo confieso. Sentí que mi atrevimiento estaba siendo castigado. Creí que mi científico interior había ganado. Sentí que se burlaba de mí a carcajadas, y yo, temblando de frío y miedo, solo, con todo oscuro a mi alrededor, sentí que me había equivocado, que todo había sido producto de mi imaginación, que la espiritualidad solo estaba en los libros, que en fin, que era un tonto, un pobre iluso, me avergonzaba de mí mismo, que había puesto en duda mi carrera de científico, ya avanzada, que iba a tirar todo por la ventana por un amor espiritual inexistente, que todo era en vano, que todo era......, cuando de pronto, paró de llover y tronar. De repente, mi voz interior, masoquistamente, me dijo: "¡Sigue adelante!. Arriba te espera la señal". Fue entonces cuando, escalé los pocos metros que me quedaban, y en medio de la oscuridad reinante, solo, y con una leve llovizna, llegué a la cima.
Estando en la parte más alta, me invadió una fuerza de propósito inexplicable. Me sentí muy fuerte, física y espiritualmente, y de repente, el sol empezó a salir esplendoroso, y pude apreciar el espectáculo más maravilloso que he visto en mi vida (después, por supuesto, del nacimiento de mis hijos). Vi frente a mí, el más bello arco iris que se puedan imaginar, sí, estaba justo frente a mí, a unos metros de mi mano, lo pude oler, tocar. Las lágrimas caían por mi rostro, y solo atine a quitarme, muy despacio, la camisa, quedándome con el torso desnudo. Todavía sentía una fina garúa sobre mi piel. Sentí que me estaba bautizando, allí frente a Dios. Luego me invadió una alegría profunda y comprendí que, había encontrado la señal, y que el científico que había en mí, se había ido para siempre.

El retorno
El viaje de retorno en el tren a Cuzco, lo hice profundamente dormido. Cuando llegamos a la estación sentí que era otra persona. Algo me había pasado. Ya no era el mismo. Todo me parecía ligero y todos mis sentidos se habían agudizado. Llegué a la casa de mi hermano y maestro "El Buho", casi entrada la noche, con mi decisión bajo el brazo. Como todas las cosas espirituales y decisivas en mi vida, no se las dije a nadie. Mantuve, mi decisión, en estricto silencio. Al día siguiente, antes de ir al aeropuerto "Velasco Astete", para tomar el avión de regreso a Lima, me fuí caminando al "Templo de Lanlacuyo", que quedaba cerca a la casa de mi hermano, allí, donde estaba la piedra que parecía la cabeza del inca, y meditando unos minutos en silencio, prometí que regresaría a Cuzco algún día. Luego, enterré debajo de la roca, un pequeño papel, color cielo y muy fino, donde escribí una promesa a Dios, que hasta el día de hoy he cumplido.
Cuando llegué a Lima, no les dije nada a mi familia, respecto de mi decisión de cambiarme de carrera. Se enteraron del cambio, un año después. Algunos se sorprendieron, menos mi hermano "El Buho". Él, desde Cuzco, y con su sonrisa de hombre sabio y, feliz por haber sido testigo de excepción, del descubrimiento de mi mundo interior, me mandó de regalo, el libro "Juan Salvador Gaviota" de Richard Bach, con una cariñosa dedicatoria que decía: "Para ti querido hermano. Con fe y esperanza en tu camino espiritual".
Han pasado más de 25 años, desde esa maravillosa experiencia mística, y haciendo una reflexión de mi vida, puedo decir que, el científico nunca regresó, y que cada vez que ejerzo mi carrera de abogado, defendiendo con plena convicción, las causas justas y los derechos de los más débiles, encuentro que mi trabajo tiene sentido, y que no me equivoqué en mi decisión. Que la señal fue correcta. Que mi vida espiritual crece cada día más. Que, aunque suene extraño e imposible, he logrado, que mi alma no se haya corrompido con mi práctica profesional, ni en mi vida personal. Que soy feliz con lo que me ha tocado vivir. Que soy feliz con mi esposa, con mis hijos, con mi familia en general, y que cada vez que vea un arco iris, le enseñaré a mis hijos que las señales de Dios, existen, y que agradecidos deben estar aquellos que encuentran sus señales, las interpretan espiritualmente, y sobre todo, que siguen los mensajes que contienen, con fe y convicción, a lo largo de su vida.
Ojoavizor
Waynapicchu/ Te veías imponente en el horizonte/ razgabas el cielo con tu cima/ pero el cielo no sangraba/ solo le arrancabas estrellas de todos los tamaños/ como la que le arrancaste a mi pecho/ cuando llegué a tus entrañas/ donde me cobijaste como a un hijo/ Nací de nuevo en tus brazos, Waynapicchu/ Me bañaste con tu savia/ y me regalaste un arcoiris/ con todos los colores de mi alma/ Fue la señal del camino/ para el servicio/ para la entrega/ a los que más sufren/ a los débiles/ Acepto arrodillado, Waynapicchu/ es mi señal/ y soy feliz/ la vida solo es vida con la entrega/ sin la entrega, no hay vida/ la arena del tiempo es inexorable/ la entrega es inexorable/ Bañaste mi piel con tus lágrimas/ me limpiaste con tu magnificiencia/ me aterraste con tu enojo/ pero aquí estoy/ listo para el trabajo/ la tierra está para la siembra/ de las semillas de la vida/ que florecerán para el mundo/ que espera amaneceres/ y tú piedra/ y tú grandeza/ brillarán por siempre/ para todos aquellos/ que asciendan a tu cúspide.
Ojoavizor