lunes, 29 de diciembre de 2008

El Poder

La historia de la humanidad, es la historia de la lucha por el poder. Esa fuerza que, de alguna u otra manera, todos usamos para imponer nuestra voluntad. Nadie es ajeno a los efectos del poder, por eso la necesidad de entenderlo, y evitar que nos arrastre en su camino. Con ese objetivo, cabe preguntarse: el poder, ¿es bueno o malo?, ¿cuáles son las herramientas con las que se manifiesta o se ejerce?, ¿de qué manera, el apetito por el poder puede llegar a controlar nuestros pensamientos y acciones y transformar nuestra identidad?, ¿cuánto puede afectar el ejercicio abusivo del poder a los que nos rodean, y muchas veces a quién más queremos?, ¿dónde estaremos seguros de sus tentáculos? ¿podemos vivir sin el poder, sin la necesidad de someter a los demás y a nosotros mismos?. Trataré de contestarme estas preguntas, a partir del relato de mi propia experiencia con el poder, vivida durante más de nueve años, en mi trabajo con varios Ministros de Estado, altos funcionarios públicos, nacionales e internacionales, políticos y empresarios poderosos. Durante esos años, navegué en las profundidades de los laberintos más oscuros del poder, pero gocé también, hasta el éxtasis, la luz centellante de sus posibilidades.
Las insignias
Las insignias militares, siempre despertaron en mí una atracción especial. Me imagino que por la influencia que ejerció sobre mí, la imagen de mi querido hermano Félix, que fue militar por muchos años, hasta que se retiró en medio de la lucha antiterrorista, allá por los 90’s, a pedido, casi suplicatorio, de nuestra madre y de todos sus hermanos. La violencia terrorista había recrudecido y amenazaba al Estado Peruano, que se mostraba inoperante por carecer de una estrategia antiterrorista integral, habiendo entrado a una imparable espiral de violencia generalizada, en la que la constante violación de los derechos humanos de todos los afectados por la lucha, era el pan de cada día. No queríamos tener ningún héroe colgado en un retrato enmarcado de la pared de la casa, su familia, quería simplemente, tenerlo vivo, como un simple ciudadano más, que lucha día a día su propia batalla para salir adelante en la vida, y eso, en un país como el Perú, es una forma estoica de heroísmo civil.
El policía
La primera atracción que sentí hacia las insignias de mando, fue cuando tuve 9 años, y cursaba el tercer año de primaria. Uno de esos lunes de cada semana, en la que las monjas de mi colegio nos hacían formar, con orden militar, en el patio central para cantar el himno nacional, y orar, en voz muy alta, para que Dios nos escuche, se apareció imponente, con su 1.98 mts. de altura, vestida con su impecable sotana azul oscuro, dirigiéndose hacia el estrado caminando como “Darth Vader”, la temida por todos los niños del colegio, Sister Mary John Rita. Cogió con rudeza el micro, y mirando desafiante a los alumnos con su impenetrable, adusto y frío rostro de oficial de la “SS” alemana, anunció que a partir de esa fecha, iban a seleccionar a los mejores alumnos de cada salón de clase, para ser designados como “policías escolares”, cuyas funciones serían, “mantener el orden” de los alumnos, tanto en el salón de clase, como en el patio de recreo, así como, ayudar a cruzar la pista a los alumnos, “parando a los autos” a la salida del colegio y “avisar” a las monjas cualquier “acto lesivo a la moral” y a las normas del colegio, y diversas funciones, todas dirigidas hacia el “control total de cada uno de los movimiento de los alumnos”.

En ese momento, no estaba todavía en condiciones de percatarme, de las verdaderas y nocivas intenciones de las monjas de mi colegio, de aplicarnos un inmoral sistema de control policíaco-escolar, función que desnaturalizaba cualquier formación auténticamente cristiana, incluyendo la clara violación a los derechos consagrados en la Convención Internacional de los Derechos del Niño. Recuerdo el momento preciso en que la Sister John Rita, con su pésimo castellano, dijo a través del viejo altavoz del colegio: “Alumnos, a partir de hoy serán entregadas éstas bandas y placas de policía escolar a los mejores alumnos de cada salón, como símbolo de autoridad, para cautelar y mantener el orden dentro del Colegio”, mostrando con las manos en alto, con una mirada y sonrisa de esquizofrénica, en estados alterados, una banda plástica color naranja fosforescente, con una placa metálica de policía escolar, color plateada, que brillaba con la luz solar. Todos los alumnos, aplaudimos la violatoria y arbitraria medida, y yo, simplemente, al ver la banda y la placa, me quedé embelesado de las mismas. Es que, realmente, eran simplemente preciosas. Al mirar la placa, me dije en mi interior: “yo la quiero”. Y así fue. No pasó ni dos meses, y me hice acreedor de dicha banda y placa de policía escolar, por haberme sacado 20 de nota en conducta. Y así, me convertí en el más orgulloso policía escolar de mi colegio, y por ende, en un niño poderoso, ya que todos mis demás compañeros tenían que obedecerme. La indudable belleza de la banda y esa placa, así como el poder que ellas representaban, me habían seducido, y yo caí rendido, por primera vez en mi vida, en los brazos de la sensualidad del poder.

El Boy Scout

Mi segundo acercamiento con las insignias de mando, fue cuando a los 13 años, me inscribí, en el ahora inexistente, “Grupo Scout Miraflores 7” (http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/08/scouts-del-mundo-siempre-listos.html). Allí lideré, por primera vez en mi vida, a un grupo de personas: la patrulla “Las Águilas”. No había pasado ni dos meses desde mi incorporación al Grupo, cuando el Jefe del Grupo Scout, me llamó a su oficina, y delante de toda la directiva compuesta por “Rovers” del grupo (grado scout), me designa, para mi absoluta incredulidad y sorpresa, como nuevo Jefe de Patrulla, dándome la correspondiente insignia de mando, consistente en un parche de tela para ser cosido en el bolsillo del pecho de mi camisa reglamentaria de mi uniforme scout, que me identificaría como scout “líder de patrulla” ante todos mis compañeros scouts. Yo me sentí feliz, porque me encantaban, y me siguen encantando, las insignias y los pines (tengo una colección de ellos). Siempre he creído que dichos aditamentos, encierran toda una simbología de la vida. Años después descubrí en los espléndidos escritos del gran psicoanalista analítico, Carl Gustav Jung, que la simbología que usan las organizaciones humanas, responden a “arquetipos” que revelan su “conciencia colectiva”. La sola aplicación de la insignia en mi pecho me dio “instantáneamente” un poder sobre los demás, ya que como Jefe de Patrulla, todos sus integrantes tenían que obedecerme. Confieso que la sensación que sentí al dar órdenes, fue muy agradable. Empecé entonces a gozar de esa muy peligrosa sensación de someter a los demás a mis disposiciones, de acuerdo al reglamento scout, por supuesto.
El piloto
Mi tercer acercamiento, con las insignias de mando, lo tuve cuando estuve a punto de ingresar a la Fuerza Aérea del Perú. Eso se debía a mi afición por los aviones y a los coloridos parches que llevan los pilotos de guerra en sus verdes casacas de reglamento. De niño coleccioné aviones a escala, entre los cuáles, mi preferido era ese magnífico avión inglés de la Segunda Guerra Mundial, el "Spitfire”, que fue el primer avión de mi colección y que soñaba pilotearlo en medio de contorneos y piruetas acrobáticas que hacía con mi cuerpo, mientras corría a lo largo del hermoso parque que está ubicado frente a la casa de mi madre.
El día que le dije a mi madre que quería ser piloto, y que postularía a la Fuerza Aérea, ella entró en profundo silencio. Sin embargo, lo que hizo después, fue las más increíble lección de estrategia militar que pude haber conocido, ya que esa misma tarde invitó a todas sus amigas a tomar el té en la casa, y cuando estaban en medio de una típica tertulia victoriana, de madres escandalizadas, “que traman algo”, me llamó delante de todas para que escuche el testimonio de una de ellas, que era viuda de un piloto de guerra, que se había estrellado en un “Hawker Hunter”, diez años atrás, dejándola con tres hijos pequeños. La viuda me miró a los ojos, y con su rostro triste y frío, me dijo: “Hijo, no desperdicies tu vida, tu eres muy inteligente como para meterte en un pedazo de fierro, y matarte por nada. Mírame a mí, jodida, con tres hijos, sin esposo, sin dinero, y el Estado ni siquiera lo ascendió póstumamente. No vale la pena hijo, no pierdas tiempo, ni tu vida”. Luego de esas palabras, reconsideré mi decisión y concluí que para volar y amar a mi país, no era necesario tener una insignia de mando, prendida en el pecho.
El universitario
El año 1982, ingresé a la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, Decana de América, una época muy convulsiva y signada por los atentados realizados en todo el territorio nacional, por los grupos terroristas, Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). “San Marcos” estaba literalmente, tomada por los estudiantes, en su mayoría de tendencia marxista, leninista, maoísta, troskista, mariateguista, aprista, y todas las variantes de “istas” que se puedan imaginar. Los estudiantes tenían un poder absoluto respecto a la administración de la universidad. A pesar de la intensa actividad y discurso político de la mayoría de los estudiantes, nunca estuve tentado a inscribirme en ningún partido político, ni de izquierdas, ni de centros, ni de derechas. En realidad siempre fui un iconoclasta de la política, con mis propias ideas políticas, que estuvieron, están y estarán de manera inalterable, ligadas al servicio público eficiente y al diálogo concertador, como elemento central de acción política. Siempre desconfié de los “partidos políticos”, tal vez por la sana y temprana influencia de mi hermano Oscar, que en ese maravilloso y espiritual viaje a Cuzco (http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/09/la-seal.html), me enseñó, entre otras cosas, que el Perú estaba suficientemente “partido”, como para seguir “partiéndolo” con más “partidos políticos”. Esa ha sido, lamentablemente, la historia política de mi país, una historia que ha girado alrededor de los fracasos de los partidos políticos, muchos de los cuáles, ya han desaparecido, y los que todavía están en pié, son porque han sabido reciclarse, pero vendiendo a su electorado, los mismas ideas políticas, que nunca realizarán, el mismo discurso obsoleto, que no tiene aplicación en la práctica, las mismas falacias, que no llevan a nada, y en fin, las mismas conscientes e irresponsables mentiras que tanto daño le hacen a los ciudadanos de a pié, y sobre todo, a los más pobres de mi país (47% de la población total). En ese sentido, hay que reconocerle a los “partidos políticos” de mi país, el haber desarrollado un especial “expertise” consistente en destruir las esperanzas y la fe de los peruanos, y a pesar de eso, seguir gozando de su voto. Es una especie de “esquizofrenia electoral” o “Síndrome de Estocolmo” de la población urbana y criolla de Lima, que es la que siempre decide las elecciones en mi país. Muchos de los líderes políticos que actualmente conducen los destinos de mi país, de alguna u otra manera, se han formado en Universidades, incluso el actual Presidente de la República, que es abogado graduado en la Universidad Mayor de San Marcos. Las Universidades son el primer lugar donde los jóvenes reciben sus primeras lecciones sobre la naturaleza y el uso de las herramientas del poder. En mi caso, puedo dar fe que en “San Marcos” y en las otras universidades en las que hice mis estudios de postgrado, conocí y aprendí a usar, una de las más letales armas que sirven al poder: La Ley. Fue allí en las aulas universitarias, donde percibí los primeros indicios de los que después confirmaría en mi práctica profesional, que: “La Ley, es la voluntad del poder”.
El litigante
El año 97, la empresa donde trabajaba quebró por los efectos de la recesión económica que sufrió Perú en ese año, producto de la inestabilidad política, los efectos de la crisis asiática en las economías emergentes, y para coronar, los devastadores efectos climáticos que trajo consigo la corriente del Niño, afectando a todos los productos de exportación no tradicionales. Fue así como, después de haber dedicado casi diez años de mi vida, a la actividad empresarial privada, en el sector exportador, de la noche a la mañana me convertí en un desempleado. Sin embargo, Dios tenía un camino para mí, y así, un día de diciembre del año 97, me llegó una llamada de “Jorgito”, mi querido amigo y compañero de promoción de la maestría, para ofrecerme el puesto de abogado litigante en una Procuraduría Pública del Estado, donde él, ya trabajaba hacía tres años. El puesto estaba libre, ya que la persona que lo ocupaba, viajó a España a estudiar un doctorado en Leyes, en la Universidad Complutense de Madrid. “Jorgito” es una de las personas más especiales que he conocido, ya que aparte de ser un brillante abogado, y unos de los pocos magistrados honestos y probos del Poder Judicial del Perú, es una extraordinaria persona humana y de esos amigos incondicionales que me ayudó en todo momento con su sabio consejo y su inigualable talento jurídico. Todos los que lo queremos le decimos “Jorgito” por su tamaño pequeño, y su “cara de bebe”. Siempre le estaré agradecido a “Jorgito” por haberme enseñado “los secretos del litigio judicial”. Mi actuación como abogado litigante, en varios juicios ganados a favor del Estado Peruano, ante la Corte Suprema de Justicia y el Tribunal Constitucional de mi país, llevan indudablemente, el sello de la formación que tuve, a partir de los sabios e inteligentes consejos de mi querido amigo “Jorgito”. El mismo agradecimiento le tendré por siempre a su hermano “Fernán”, que trabajaba con nosotros en la misma oficina. “Fernán” era igual de decente y correcto que “Jorgito”, ambos provienen de una muy unida y sólida familia arequipeña. Fernán, a diferencia de Jorgito, tiene un carácter, seco y por momentos duro, pero ha pesar de su temperamento, siempre fue muy generoso conmigo, al igual que “Jorgito”. Actualmente “Fernán” es un muy respetado y probo Presidente de una Sala Penal de la Corte Superior de Arequipa. A ellos dos les estaré eternamente agradecido, por todo lo que aprendí de ellos y por la ayuda que me brindaron en todo momento. Ellos fueron para mí, esos ángeles que Dios me mandó para cuidarme y guiarme en mi camino.
Después de trabajar tres años como “abogado litigante” de la Procuraduría Pública del Estado, un día quedó vacante la plaza de Procurador Público Adjunto, es decir, el número dos de la Procuraduría. Fue así como el Procurador Público Principal, “el Recitador”, un afable y culto abogado, de mucha experiencia, que tiene un talento extraordinario para recitar la poesía de Abraham Valdelomar, uno de los más importantes poetas y novelistas latinoamericanos, así como los poemas de Cesar Vallejo, el gran poeta universal, me ofreció el cargo de Procurador Público Adjunto. Yo me quedé helado frente a ese importante ofrecimiento. Ya que siempre consideré que “Jorgito” siempre fue, es y será mejor abogado que yo, y que lo que correspondía era que “Jorgito” asuma el cargo. Además él me había llevado a la Procuraduría. Como tengo una firme formación ética, le conté a “Jorgito” y le dije que él debería asumir ese cargo y no yo. “Jorgito” demostrándome esa nobleza, madurez y entereza que muy contadas personas tienen y practican, se alegro enormemente, me abrazó, y me dijo: “Muy bien, Ojoavizor, tú te lo mereces, ya que me has demostrado ser un hombre íntegro, honesto, inteligente, pero lo que más admiro de ti, es tu creatividad para desarrollar estrategias procesales para el litigio. Vamos amigo, acepta el cargo, yo te apoyaré en todo lo que necesites de mí. Estaré encantado que seas mi jefecito.” Cuando me dijo todo eso, quede profundamente conmovido, y lo abracé fuertemente. No podía creer tanta nobleza de su parte. Los años no han hecho más que confirmar y ratificar esa nobleza y don de gentes de mi querido amigo “Jorgito”, así como de su hermano “Fernán”.
Así las cosas, acepté el cargo, y me convertí a los 36 años, y por primera vez en mi carrera profesional, en un funcionario público con el poder de decidir respecto de las acciones que tenían que realizar 46 personas bajo mi mando, entre abogados y personal administrativo, respecto a más de 7,000 procesos judiciales a nivel nacional. Recuerdo que lo primero que me dieron fue mi Resolución Suprema firmada por el Presidente de la República y el Ministro del Ramo, publicada en el diario oficial “El Peruano”. A eso se sumó, la “insignias de mando”, una cinta con la medalla del Consejo de Defensa Judicial del Estado, un carné forrado en cuero con el sello oficial del Estado Peruano, que me acreditaba como Procurador Público Adjunto, la asignación de un auto con chofer, una amplia oficina y, para coronar, un excelente sueldo. Recuerdo el día de mi juramentación al cargo, ante el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Lima, en presencia de Nefertiti, mi madre y hermanos, que me miraban orgullosísimos. Yo me sentía en las nubes. Después de la juramentación fuimos a almorzar a la casa de mi madre, y en medio de la alegría, hice un brindis por la memoria de mi padre, quien me estaba mirando orgulloso desde el cielo, ya que él siempre valoró, y me enseñó a valorar, el “servicio público”. Todo me sonreía. El poder estaba en mi mano.
La tentación
Cualquier persona que tenga poder estará expuesta a muchas tentaciones, que se presentan en múltiples formas, unas burdas y otras muy sofisticadas. Cuando fui Procurador Público, la tentación se presentó ante mí en ambas formas. Un día, un ex - Ministro de Estado, ya fallecido, me citó a su despacho para preguntarme “qué acciones se podrían realizar” para resolver “de mejor manera” una demanda de indemnización por dos millones de dólares americanos planteada por un particular contra el Estado Peruano. Estaba pues, ante un sofisticado pedido de favorecimiento a dicho particular, es decir, de una sofisticada propuesta de corrupción. Mi respuesta fue contundente: “Señor Ministro, estamos precisamente haciendo todas las acciones que prevé la ley, para la defensa irrestricta de los intereses económicos del Estado. No se preocupe que le estaré informando cuando ganemos el proceso, ya que el Estado tiene todas las normas a su favor, y que como Procurador, no iba a permitir, bajo ninguna circunstancia, que esos particulares obtengan esa indemnización, ya que era una demanda con visos de fraude”. El ex Ministro se quedo pálido, pero volvió a la carga, y me preguntó si podía recibir a esos particulares para ver alguna posibilidad de solución extrajudicial al juicio, y le respondí que no habría problema, ya que yo creía en los mecanismos alternativos de solución de conflictos, pero que como condición para recibirlos, dichos particulares tendrían que pedirle por escrito a su despacho, su interés de desistirse de la demanda y buscar una solución negociada al problema, de acuerdo a las normas legales pertinentes. Dicho esto, el ex – Ministro nunca más volvió a llamarme para pedido similar, y ese día me gané su respeto, y la obvia ojeriza de parte de toda la corte de “adulones” que lo rodeaban.

A lo largo de toda mi función como Procurador, recibí llamadas y pedidos de diversos funcionarios de la administración pública peruana, de Congresistas de la República, de connotados líderes políticos de nivel presidencial, en fin, de personas que usan el poder para servirse a sí mismos, renunciando a servir a los ciudadanos que los eligieron, en el marco de las normas legales. Así, poco a poco, me convertí en un “Eliot Ness” del Sistema de Defensa Judicial del Estado”. Respetado por muchos, y odiado profundamente por todos aquellos Procuradores y funcionarios corruptos del “establishment” político y judicial, por haber mostrado mi firme posición en contra de la corrupción, sin temblarme la mano, usando únicamente mi firme posición de respeto a “la ley”, como único referente ético-normativo de mi actuación pública.

Como es natural, nadie en el Ministerio comprendía, o no querían aceptar, mi posición. Para los corruptos siempre fui, lo que en el Perú llamamos, “un bicho raro”. Me convertí en el más “disfuncional” de los funcionarios públicos. No encajaba en el modelo corrupto y mediocre de la administración pública. Dichos funcionarios, así como los particulares que “coimeaban” (pago de dinero fuera de la ley), a dichos funcionarios, no comprendían como podía desperdiciar mi influencia y posición de poder, que cualquiera de ellos, hubiesen querido tener para hacerse millonario de la noche a la mañana. Para ellos, “Ojoavizor” era un reverendo idiota que estaba dejando pasar la “oportunidad de su vida” para hacer dinero, dado que para ellos, esas oportunidades no se presentan dos veces en la vida. En fin, era lógico que pensaran así. En los últimos diez años, la administración pública mundial, ha experimentado un gravísimo deterioro de su institucionalidad y comportamiento ético, a manos de la corrupción organizada, y el Perú no podría estar ajeno a ese deterioro. El nivel de corrupción a nivel mundial, ha llegado a límites tan peligrosos, que los mejores estudios sobre la corrupción, son hechos por instituciones como el Banco Mundial, que han experimentado graves casos de corrupción institucional en sus más altas esferas (contratación de la amante del Director General de dicho banco, con sueldos estratosféricos y otras prebendas y favores políticos internos), es decir, los corrupción edita y publica, los mejores libros sobre la corrupción. Las paradojas que tiene la vida.

El cáncer
El Palacio de Justicia del Perú es una de las más impresionantes joyas arquitectónicas que tiene el Estado Peruano. Se pudo construir, allá por los años 30’s, en la época de la bonanza económica peruana, basada en la minería y la agricultura, que dio lugar a la denominada “República Aristocrática” del gobierno de Augusto B. Leguía. Es realmente un magnífico y bello Palacio, hecho a imagen y semejanza del Palacio de Justicia de Bruselas.

Lástima que tanta belleza contraste con tanta corrupción. En el Perú la justicia solo se obtiene con el poder del dinero o el de la influencia política. En realidad, el poder de la corrupción en la administración de justicia, es un fenómeno mundial, pero en el Perú, por los bajos niveles de preparación de sus Jueces, que en los últimos años se ha intentado mejorar en algo con la creación de la Academia Nacional de la Magistratura, se ha llegado a niveles verdaderamente alarmantes de corrupción judicial, que impide que los ciudadanos de a pie, veamos nuestros juicios demorados en muchos años, o perderlos en manos de abogados conectados con la estructurada red de corrupción de magistrados judiciales, que están al servicio del poder de turno, sin importarles el gravísimo daño que le hacen al tejido social del Perú. En realidad, el Poder Judicial peruano es un gran tumor canceroso, con algunas células buenas, que son la excepción, entre ellas las de “Jorgito”, “Fernan”, magistrados probos que junto a otros más, serán la reserva moral y de futuro de éste Poder Judicial que ha sido tomado, desde su creación, por el lado oscuro del poder político y económico. Se han intentado varias “supuestas” reformas del Poder Judicial, pero ninguna a funcionado, ni funcionará, mientras que dichos poderes no renuncien a seguir financiando e influyendo sobre magistrados incultos y amorales, y apuesten por un Poder Judicial realmente nuevo, transparente, predecible, prestigioso, que solo podrá ser construido por las nuevas generaciones de peruanos, imbuidas de ese sentido de responsabilidad social, que solo se puede formar, en esa educación diaria en valores recibida en los hogares de aquellos peruanos de buena voluntad.
Mientras ejercí el cargo de Procurador Público Adjunto del Estado, confié ingenuamente en la justicia de mi país. Realmente, creí por un momento, que mi función era tan importante, que podía lograr que se haga justicia en todos los casos que defendí. Quería cambiar esa mala imagen que tienen los procuradores del Estado, que tradicionalmente pierden sus juicios, muchas veces por falta de capacidad técnica y otras por coludirse con el poder económico o político imperante. Lo que siempre tuve presente, es que el Estado es una entelequia, un mero concepto jurídico. En realidad, cuando hay corrupción estatal, los verdaderos perdedores somos todos los peruanos, que con nuestros impuestos, pagamos esa corrupción. Por eso, para mí era imperativo no perder ningún juicio, y cautelar como fiel guardián el dinero de todos los peruanos, para que se destinen a fines sociales eficientes y no lleguen a los bolsillos de los mafiosos del poder político y económico. Y así fue como me hice conocido en los estrados judiciales como un Procurador “duro de roer”, implacable en sus argumentos, sólido en su información y sobretodo estratégico en sus movimientos. En mi carrera de tres años como Procurador del Estado, de los muchos procesos que personalmente manejé, sólo perdí un juicio, pero lo perdí únicamente como producto de la influencia directa de uno de los Estudios de Abogados más antiguos y corruptos de Lima, quien se reunió con el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Lima, cuyo triste nombre no vale la pena nombrar, para cambiar de la noche a la mañana, a un Juez probo, que me estaba dando la razón en un juicio en defensa de tres millones de dólares del erario nacional. Mi defensa le había ganado en las tres instancias al cliente de ese Estudio influyente. Como no pudieron conmigo, no les quedó más alternativa que usar su influencia con dicho Presidente de Corte, para cambiar abruptamente a dicho Juez, y con una nueva Jueza, entre gallos y medianoche, cambiar artificiosamente, el sentido de la sentencia en contra del Estado para llevarse ese dinero y repartírselo entre todos por supuesto. Ese día, sentí la fuerza del lado oscuro, en mis narices. Despertaron toda mi indignación, pero todo estaba consumado. Cuando denuncié el hecho ante las autoridades de control del Poder Judicial, solo obtuve indiferencia. Todos estaban coludidos. La justicia era una farsa, y así fue cómo aprendí que el hermoso Palacio de Justicia de mi país, estaba con cáncer generalizado.
La llamada
Ha pesar que la corrupción institucionalizada enfiló su poder corrupto y organizado para desaparecerme del mapa público, con ese ya conocido poder aplanador que le brinda sus conocidas y fortísimas “argollas” (grupos de personas unidas para defender su “status” frente a extraños), a las 11 de la noche, de un día del año 2004, después de haber sido ratificado, durante tres años, por dos ministros de Estado, en el cargo de Procurador Público Adjunto, y haber realizado una severa y exitosa reingeniería institucional de la Procuraduría Pública, que significó un notable incremento de procesos judiciales ganados, con respecto a otras gestiones, recibí la llamada telefónica del Ministro de Estado, designado ese año, para ofrecerme un ascenso: el cargo de Secretario General del Ministerio.
Me quedé estupefacto. Me estaba ofreciendo algo que si bien es cierto lo deseaba, porque me consideraba capaz para ejercerlo con eficiencia y honestidad, realmente me sorprendió, porque me parecía imposible que un funcionario como yo, tan disfuncional para la corrupción institucionalizada, fuese llamado por un Ministro de Estado, sin haber sido vetado por esa “argolla” político-administrativa. Años después me enteré que ese grupo corrupto de personas, que siempre estarán enquistados en el poder público, se opusieron tenazmente a mi designación, logrando incluso, que la Resolución Suprema de nombramiento fuese paralizada, deliberadamente, durante más de un mes en el despacho del Secretario General saliente. Sin embargo, Dios lo había decidido, y punto. Al Ministro de Estado que me llamó para designarme como Secretario General, le respondí: “Señor Ministro, para mí es un honor haberme elegido para éste tan importante y delicado cargo, y acepto con humildad ejercerlo de acuerdo a la ley y los principios que mis padres me formaron, de profundo amor a mi patria”. Al Ministro le gustaron mucho mis palabras, y me preguntó si yo era del partido de Gobierno, y yo le respondí: “No Señor Ministro, no soy del partido de Gobierno, ya que soy un institucionalista, es decir, pienso que el Perú debe contar con funcionarios públicos que no dependan del poder de turno, que tengan la libertad de acción y expresión para el mejor desempeño del servicio público al que deben estar abocado conforme a las leyes y a la ética personal”. El Ministro se quedó sorprendido por mi franqueza, y con voz cálida me dijo, “Muy bien Doctor, no hay problema, me han dado las mejores referencias de su performance técnico, y eso es precisamente lo que necesito para mi gestión. Bienvenido al equipo”. Y así de la noche a la mañana, me convertí en la máxima autoridad administrativa del Ministerio, de gerenciar 46 personas, pasé a gerenciar a 2,500 personas, con poder de firma respecto al uso de más de 300 millones de dólares. Había llegado a los 39 años al zenit de la carrera administrativa de mi país. Era un salto meteórico a la cima, a la que llegué, sin un tanque de oxígeno.
El Rey sin corona
Efectivamente, el cargo me cogió por sorpresa y sin la experiencia política y administrativa del caso. Allí aprendí, que en primer lugar, un cargo público nunca debe aceptarse por teléfono, y menos aún a una persona que uno no lo conoce. En realidad, no existe persona que no le guste el poder. Todos de una u otra manera queremos tener poder, hasta que maduramos. El problema es que esa madurez siempre llega con los años, pero nunca a los 39 años. Pero una vez que la madurez llega, uno aprende que “el cargo no hace a la persona”, que “el poder es un medio mas no un fin en si mismo”, que “la paciencia debe ser la principal virtud del hombre poderoso”, que “la sabiduría del poder no está en los libros, sino en el conocimiento extraído de un debido procesamiento de la experiencia en el ejercicio de ese poder”, que “el poder del lado oscuro, es una intensa fuerza que desgasta, opaca y debilita al espíritu”, que “nuestras acciones tendrán sus reacciones”, que “tendremos enemigos declarados, ocultos o gratuitos”, y otras enseñanzas que uno procesa y entiende, solo cuando se aparta del poder. Hice lo mejor que pude en el cargo de Secretario General, mantuve obviamente mi línea ética y profesional, y por eso soy actualmente uno de los pocos ex Secretarios Generales de ese Ministerio, que no tiene procesos judiciales o denuncias penales pendientes, como los tiene la mayoría de ellos, por corrupción. Cuando dejé el cargo, la corrupción organizada se concentró con desesperación en buscarme alguna ilegalidad, como era de esperarse, después de haber tenido varias auditorias a mi gestión, tanto de Procurador como de Secretario General, siempre concluyeron que mi gestión fue transparente, eficiente y conforme a las leyes.
Mi experiencia como Secretario General, fue muy desagradable ya que conocí cara a cara, por la cercanía con el poder en su más alto nivel, la envidia abierta o encubierta, la maledicencia, la emboscada política, la mentira en todas sus formas y macabros modos, el silencio cómplice, el poder de “las argollas”, el ataque político artero, la falta de reconocimiento, el “robo” de ideas y proyectos ajenos, y en fin, toda aquella podredumbre que caracteriza a la miseria humana. No aprendí nada bueno en mi ejercicio del cargo de Secretario General. Todo fue oscuridad, soledad y miseria. En esa época, mi hijo “Manzanilla” tenía un año, y "Manzano" acababa de nacer hacía unos meses, y me estaba perdiendo el crecimiento de los dos, dado que salía de casa, todos los días, a las 7 a.m. y llegaba a las 11 p.m. “Nefertiti” sufría mucho, mi carácter cambió, me volví una persona irritable y temerosa, veía enemigos políticos por todos lados. Me sentía como tomado e inmovilizado por una fuerza oscura superior a mí. Ninguna de mis ideas positivas fueron aceptadas, a pesar de tener el cargo administrativo más alto de la organización. Todas mis órdenes eran boicoteadas. Me hacían creer que gobernaba, pero en realidad, no era más y nada menos que, “un rey sin corona”.
Posteriormente me enteré que el propio Ministro, se había arrepentido de designarme como Secretario General, ya que él no sintonizaba con mi estilo transparente y dinámico de servicio público y yo, no sintonizaba con su sinuosidad y silencio cómplice. El era, lo que se denomina un “ministro netamente político”, y en consecuencia, un “Secretario General técnico” no le era útil para sus planes “políticos”. Por ese motivo, despachaba muy poco conmigo, y solo se reunía con un grupito de “adulones”, que lo rodeaban, gente corrupta que emanaba un “aura” oscura. No pasó más de tres meses de mi designación, y ese Ministro tuvo que renunciar en medio de uno de los más escabrosos escándalos éticos de dicho Gobierno. Y así, de un día a otro, me encontré literalmente en la soledad del poder. Tuve que acompañar al ex Ministro, hasta la puerta principal de Palacio de Gobierno, después de ser despedido por el Presidente de la República. Nunca olvidaré lo que me dijo, allí en esa puerta, y mirando ambos, la hermosa Plaza de Armas de Lima, iluminada, viendo a lo lejos a la gente pasar, con la guardia de honor a ambos lados de la puerta, me dijo con aire de revancha: “Ojoavizor, yo regresaré al poder, ya veras, y cuando lo haga destruiré a todos mis enemigos, a los que me han hecho renunciar, y tú estarás a mi lado otra vez, no te preocupes”. Yo, sin creerle lo último, lo miré fijamente y le dije: “Ministro, espero haberlo apoyado en su gestión, en la medida de mis posibilidades”. Él me miró y se quedó en silencio. Obviamente, era consciente que el poder y sus “adulones” lo habían abandonado. Se había dado cuenta, paradójicamente, que yo era el único funcionario público que lo estaba acompañando hasta el final, a pesar de haber sido durísimo conmigo, con su silencio, con su indiferencia durante toda su corta gestión. Nunca me tuvo confianza, y yo tampoco se la tenía a él, aunque hice todos mis esfuerzos para colaborar transparente y sinceramente con él. Yo por alguna razón inexplicable, sentí mucha pena por él, y por mí también, ya que se terminaba un ciclo de mi vida, sin haber hecho nada de las cosas que yo consideraba trascendentales para nuestro país. En realidad, los dos habíamos sido dos Reyes sin corona, víctimas de la volatilidad del poder y la irracionalidad de sus fundamentos.

Las condiciones

Mientras alistaba mis cosas para irme, el nuevo Ministro entrante me llamó a su despacho para pedirme que me quede por tres meses y después ver qué pasaba. A ese Ministro yo ya lo conocía de su gestión anterior, y el también me conocía a mí, lo cual me hacía el camino más fácil. Y así sucedió. Me quede tres meses adicionales como Secretario General hasta que los nuevos “adulones” del poder, esos que se mueven como “malaguas” en el Estado Peruano, en busca de nuevas víctimas a quién succionarle poder y recursos, me hicieron una emboscada política para sacarme del cargo. En realidad, me hicieron un favor, ya que el cargo de Secretario General fue para mí una desagradable experiencia en el paso por la administración pública. Lo único positivo que obtuve de dicho cargo, fue aprender lo negativo que puede ser tener un cargo de ese tipo, cuando no se tiene el apoyo “total” del Ministro, y sobre todo, la experiencia requerida. Son cargos en los que se privilegia tener habilidades en el “juego político” más no la performance técnica o profesional, y yo, obviamente, no tenía la más mínima experiencia política y menos aún sus apetitos. En ese cargo aprendí, que para escalar y mantenerse en la cumbre del poder, se necesita “querer escalarla y mantenerse en ella”, es decir, se requiere “desear el poder con todo el alma”. No concibo a un político que no desee el poder hasta el tuétano. Esa “Nietzscheana” voluntad de poder es indispensable para conquistarlo. Adicionalmente, se requiere un buen equipo de escalamiento, es decir, un buen tanque de oxigeno para mantenerse en las alturas (recursos económicos), una buena carpa para protegerse de las repentinas e intensas tormentas (equipo de personas con afinidad ideológica o, simplemente, con intereses comunes, buenos o malos, pero comunes), buenas “estacas” que afiancen la posición (soporte político suministrado por otros poderosos del sistema político), un par de buenos lentes, que nos protejan la retina de los luminosos y nocivos rayos del poder, esos que pueden cegar a cualquiera (experiencia y madurez política). Yo debo reconocer que no tuve, ni las ganas de querer tener poder político, ni el equipo, ni los padrinos, ni el dinero, ni la experiencia, ni la madurez política indispensable para mantenerme en las alturas del poder. Solo tenía mis buenas intenciones de servir a mi país, en forma transparente, democrática, dialogante, y honesta. Pero como me enseñó la realidad, lo que tenía, no fue suficiente.

El Asesor

A pesar de todo, en el mismo momento que el nuevo Ministro me pidió el cargo de Secretario General, me ofreció el cargo de “Asesor del Despacho Ministerial”, puesto muy importante e influyente, en el que estuve dos años, y que fui ratificado por tres gestiones ministeriales adicionales. Este puesto, confieso que me dio muchas satisfacciones profesionales. En esos años encontré mi verdadero “perfil” profesional, y lo exploté al máximo. Me convertí en un “temido” estructurador y sustentador de proyectos de leyes, ante diversos Consejos de Ministros, en presencia del Presidente de la República, muchos de los cuáles se convirtieron en leyes aprobadas por el Congreso de la República y publicadas en el Diario Oficial de Normas Legales. Muchas de esas normas, son el marco para el desarrollo de diversas actividades productivas a favor de los más pobres de mi país.

Descubrí también, que tenía una particular habilidad de analizar contextos políticos institucionales, así como para el desarrollo de planes operativos para convertir “la palabra” en “acción concreta”. Pasé de una etapa del manejo del poder político “sin sentido”, al manejo de otro tipo de poder: “el de la palabra convertida en consejo oportuno y eficiente” que se plasmaba en resultados concretos. Descubrí que todo aquello que aconsejaba a los Ministros con los que trabajé como Asesor Ministerial, era escuchado y ejecutado, muchas veces al pie de la letra. Por primera vez, sentí que mi trabajo tenía un sentido práctico, y que podía ayudar a los más pobres, en el sentido más concreto posible. Observé que mis ideas se reflejaban en acciones ejecutivas del Estado Peruano, y eso me fascinaba enormemente, ya que me sentía útil para mi país, muy lejos de los juegos políticos “circulares” que no producen nada, solo retraso y empantanamiento de la acción pública.
En el cargo de Asesor Ministerial desarrollé toda mi creatividad al servicio público, además me permitió conectarme con los más pobres. Como nunca antes, me reuní, por encargo de los diversos Ministros de Estado a los que asesoré, con mucha gente humilde de mi país. Nunca dejé de atender a ninguno de ellos. Los recibía a toda hora, y siempre traté de solucionar sus problemas en la medida de lo posible, y muchas veces de lo imposible. Eso era lo que más me encantaba, estar en contacto con la gente pobre de mi país, y sentirme su instrumento, su defensor, alguien en medio de tanta indiferencia social que los escuchaba y les solucionaba sus problemas, con la verdad en la mano, sin mentiras, sin traiciones y sobretodo, sin utilizarlos políticamente, ya que como le dije, nunca milité ni militaré partido político alguno.
El Poder de la luz
Mi actuación como Procurador Público Adjunto, y como Secretario General, le había dado a mi nuevo cargo de Asesor Ministerial, un peso específico muy valioso, ya que me convirtió en un “asesor” muy influyente, dentro y fuera del Ministerio. Fue así como empecé a gozar del aspecto luminoso del poder. Un día, uno de los Ministros a los que asesoré, me llamó a su despacho y me pidió que viaje a Ayacucho con el encargo específico de visitar a una asociación de pobladores muy pobres que estaban asentados terrenos del Estado. El asunto era que un supuesto dueño de esos terrenos, quería desalojarlos para construir allí una “moderna” urbanización. Grande fue mi sorpresa cuando llegué a la zona, y comprobé que en esa zona vivían más de 3,000 personas entre ellos, 600 niños, en la más absoluta pobreza. Ellos eran huérfanos o viudas productos de la violencia terrorista de más de 25 años, que habían tomado posesión de esos terrenos en el marco de un programa social de reinserción social de desplazados por el terrorismo. Estaban a punto de ser desalojados, y lo único que podía evitar ese desalojo, era la expedición de una Resolución Ministerial. Yo no lo podía creer. Me preguntaba a mí mismo, cómo era posible que en el Perú haya tanta pobreza, fue muy impactante, y sin embargo todos me recibieron con mucho cariño, visité casa por casa, y observé que dormían en el piso, y que comían solo una vez al día, solo papa y agua. Había cientos de niños desnutridos y ancianos enfermos. Era literalmente inhumana la falta de solidaridad y codicia del presunto dueño del terreno, que de dueño no tenía nada, ya que los terrenos eran de propiedad del Estado, es decir, de todos los peruanos, pero en forma fraudulenta había logrado que un funcionario corrupto de la administración pública en Ayacucho le diera un falso documento de propiedad, a cambio de dádivas, sin importarles el destinos de miles de personas, y dejarlas en el más absoluto desamparo. Eso yo no lo podía permitir, y decidí usar todo el poder que el cargo de “Asesor Ministerial” me otorgaba, para ayudar a toda esa gente desvalida y hacer justicia con ellos. Así las cosas, regresé a Lima, hablé inmediatamente con el Ministro y logré paralizar la ilegal operación del supuesto fraudulento dueño, que solo estaba interesado en lucrar a costa del sufrimiento de miles de seres humanos. Siempre le estaré reconocido a ese Ministro, haberme escuchado y hacer justicia, con esas personas desamparadas. No podía ser de otra manera, ya que ese Ministro era un importante Maestro de la Orden Masónica del Perú, y por eso, era un hombre comprometido con los desvalidos.
Esa población me lo agradeció mucho, y esa fue la más importante acción, de toda mi carrera pública, en la que Dios me usó de instrumento para hacer justicia. Comprobé que el poder también tiene un lado luminoso, siempre y cuando se usa con justicia. Yo me sentí un instrumento de Dios, la herramienta que ellos necesitaban para que los defiendan del abuso y la prepotencia. El “samurái” que llevó en mí, me sirvió para enfrentarme a los poderes económicos que reaccionaron contra mí por hacer ese acto justiciero. Les malogré el negocio, y no pudieron conmigo. No pudieron con ellos. El Ministro me apoyó hasta el final. El acto justo se había consumado, Dios estaba con nosotros, yo me había convertido en un auténtico guerrero del lado claro de la fuerza, tenía el “poder de la luz” de mi parte, y era completamente feliz.
El arte de lo imposible
El año 2006, Alan García, llegó al poder por segunda vez, por eso que llaman “el mal menor”. Se había postulado nuevamente, después de perder las elecciones con al Presidente Alejandro Toledo en el 2001. Asumió la Presidencia, recibiendo una vigorosa economía, gracias a muchos años de estabilidad económica y jurídica, que ha hecho del Perú, la “vedette económica de América Latina”, con un crecimiento económico sostenido promedio del 6 %. En realidad, al inicio de esas elecciones presidenciales, García tenía un discreto 7%, que no le auguraba, ni siquiera en el mejor de sus escenarios, una victoria electoral. Pero la política no conoce de lógicas ni de cifras. Ya Platón nos enseñó que “la política es el arte de lo posible”, yo modificaría esa frase para decir, “la política es el arte de lo IMPOSIBLE”. Y eso sucedió. García, con todos los pronósticos en contra, con un currículo vitae que ningún político envidiaría (primer gestión de gobierno marcada por una inflación del 3,000% el año 1987, descontrol total de la seguridad interna, corrupción generalizada, responsabilidad política por ordenar la matanza de 200 reclusos por terrorismo rendidos después del motín de la prisión "El Frontón", etc., etc.,), gana la Presidencia de la República del Perú por segunda vez, enseñándonos que en “en política no hay que ser ingenuos” (frase acuñada por él), fundamentalmente porque no había otra alternativa, frente a un desbocado e inexperto comandante del Ejército Peruano, “Ollanta Humala”, líder del “Partido Nacionalista”, grupo político de izquierda, afín y supuestamente financiado por el Gobierno del Presidente venezolano Hugo Chávez. El peruano tiene esa especial virtud del “olvido”. Somos un pueblo “amnésico”. Siempre olvidaremos todos los males que nos hicieron, si es que nos vuelven a prometer una inexistente “tierra prometida”. Por eso ganó García, por su extraordinario olfato político de focalizar su campaña electoral en captar a esa nueva generación de jóvenes peruanos, que representan el 30% de la población peruana, que no sufrieron su desastroso gobierno en los 80’s, y que cayeron rendidos ante su inigualable oratoria y magnetismo personal, condiciones que hacen de él, un “animal político” sin precedentes en la historia política latinoamericana, en palabras literales del ya fallecido “Amauta” (máxima condecoración civil que otorga el Perú a sus intelectuales), Luis Alberto Sánchez, uno de los fundadores del aprismo auroral.
El poder de la estrella
El APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) es el partido político más organizado del Perú, y tal vez de América Latina. Dentro de poco, cumplirá 100 años de fundado en México, por su líder Víctor Raúl Haya de la Torre, un intelectual de clase media alta que canalizó el clamor de justicia social, de la clase obrera del norte del país, allá por el año 1924. Haya de la Torre estructuró un partido bajo una doctrina y discurso antiimperialista, que para el Perú de aquélla época, era una visión eminentemente subversiva, y por esa razón, el aprismo fue perseguido durante décadas, por las dictaduras militares que gobernaron el Perú durante los últimos cien años, con algunos gobiernos civiles intermitentes, persecución política que los obligó a desarrollar un muy eficiente mecanismo de “disciplina interna” que les permitió sobrevivir como organización política hasta la actualidad, aunque en las últimas décadas, esa disciplina les haya servido muy poco para fortalecer su propia unidad interna. Durante los años 40’s, se adhirieron al aprismo lo mejor de la intelectualidad de las clases medias altas del Perú, que aportaron importantes recursos financieros y operativos, que le permitieron a la dirección política del aprismo moverse de manera clandestina durante muchas décadas, y realizar una intensa e importante labor de proselitismo nacional e incluso, internacional, fundándose sucursales políticas del aprismo en México, Colombia, Venezuela y en buena parte de Centroamérica. El aprismo también logró concentrar a la mayoría de la clase obrera, que hasta el día de hoy, es una de sus bases sociales más importantes, compitiendo con las bases obreras de la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP), que han sido tomadas por atomizados partidos de izquierda y algunas facciones políticas pro senderistas. En fin, García es producto de un largo proceso político formativo, ideado e instrumentalizado por su líder máximo Víctor Raúl Haya de la Torre, del que fue su más dilecto discípulo.
El ingenuo
García llegó a su segundo gobierno el año 2006, con muchas promesas. Una de ellas, fue que respetaría a todos aquellos funcionarios técnicos con experiencia en el manejo de la Administración Pública. Lamentablemente fue una promesa incumplida. En el Ministerio en que trabajé durante nueve años, apenas asumió el cargo el nuevo ministro aprista, despidió a todos los funcionarios técnicos más experimentados del Ministerio, menos a mí. Me pidió que me quede a trabajar un ambicioso proyecto que yo había diseñado para apoyar a los más pobres del país, ante el nuevo reto que iba a plantear, la aplicación del Tratado de Libre Comercio suscrito con los Estados Unidos. El proyecto fue presentado al Presidente García en un Consejo de Ministros y aprobado por unanimidad, por su viabilidad económica, jurídica y política. Era un gran proyecto, sin embargo, a pesar que el panorama se vislumbraba prometedor, sucedió, lo que sucede cuando el poder muestra su verdadera faceta irracional. Primero, ocultaron mi autoría del proyecto, lo cual en realidad no me importaba, ya que todas las leyes de la que soy autor, no llevan nombre propio, es decir, nadie sabrá nunca quién realmente las hizo, salvo los que la hicieron, y eso me bastaba. En realidad siempre he valorado mi anonimato, incluso para hacer éste blog. Lo que si me dio mucha pena, fue que al enterarse los asesores apristas del Presidente García, que el autor no había sido un aprista, y a sabiendas que si lo implementaban me iban a seguir necesitando, decidieron aplicarme por segunda vez en mi carrera pública, la famosa política del “hielo”, que consiste en mantener al funcionario en un estado de “congelación”, es decir, no consultarle, no llamarlo, no tomarlo en cuenta, con el objetivo de cansarlo y obligarlo indirectamente a renunciar por voluntad propia. Yo, lamentablemente en ese momento, no tenía muchas alternativas. Cometí el error de creer en la promesa del Presidente García, de que su gobierno respetaría a los funcionarios que no eran apristas, y que no iba a “apristizar” el aparato público. Cometí el error de no recordar las palabras del propio García, años atrás: “en política, no hay que ser ingenuos”. Y así, me convertí en un ingenuo más de su lista de electores.
El copamiento
Por un momento quise creer que el APRA había madurado políticamente, que habían aprendido de sus errores del pasado, que iba a ser un gobierno concertador, que iba respetar la burocracia técnica, necesaria para cualquier país moderno, que apuntaba a convocar a los mejores funcionarios públicos, a los más eficientes, a los más experimentados, y sobre todo a los más probos. Pero me equivoqué. La primera medida tomada por el gobierno aprista fue reducir el 50% del sueldo de todos los funcionarios públicos, con una obvia motivación política de mostrar que el nuevo gobierno sería un gobierno “austero”. El verdadero objeto de esa medida fue en realidad, desmotivar a la burocracia técnica, la experiencia y la creatividad, para reemplazarla por apristas sin trabajo, esos que tienen mucha experiencia en movilizaciones políticas panfletarias, juegos políticos menudos al servicio de la cúpula aprista, y en otras a palabras, las mismas prácticas nocivas que el partido aprista había tenido en su primer gobierno, y que repetía, en éste su segundo gobierno, de una manera absolutamente irresponsable, pero de una manera más sofisticada. Ahora el “copamiento” aprista de los ministerios, se realizaba bajo el pretexto de “la austeridad”, la cual nunca se dio, ya que actualmente el aparato público, ha sido copado por funcionarios con un bajísimo performance técnico, inexpertos, y con denuncias de corrupción por todos lados. En mi caso, de nada sirvieron mis nueves años en el Ministerio y haber trabajado para nueve gestiones ministeriales y tres Presidentes de la República, y sobre todo, haberme especializado en temas legales muy complejos, y tener una foja de servicios impecable, sin ninguna queja ni denuncia judicial alguna, habiendo recibido más bien, felicitaciones por haber obtenido logros concretos durante todos esos años. Nada de eso sirvió. La maquinaria partidaria del aprismo, simplemente me congeló primero y luego me aplastó. Nunca tuvieron el valor de pedirme mi renuncia, ellos esperaban la mía, y yo no podía renunciar, por tres razones, primero porque el Estado no era de los apristas, sino de todos los peruanos; segundo, porque no tenía porqué renunciar a mi labor de ayudar a los más pobres de mi país, hacerlo hubiese significado claudicar a mis principios; y tercero, porque tenía la responsabilidad de mantener a mi familia, y no era justo que ellos sufran las consecuencias de las decisiones arbitrarias de terceros. El "copamiento" del aparato público por los apristas, se había iniciado, estaban en el pleno ejercicio de su poder, y nadie podía evitarlo.
Los verdugos
Hice mi propia lucha contra la política del “hielo” que me aplicaron los apristas. Aunque en esa lucha, de nada me sirvió haber sido hijo de un aprista. Mi padre fue un aprista comprometido, desde los años 40’s. Mi familia, por el lado de mi padre, fueron apristas comprometidos con los ideales apristas. Mi abuelo financió muchas veces al partido aprista en los años de persecución política. Mi tío fue deportado 15 años a Argentina y Chile, por seguir la ideología aprista. Mi padre era una de los pocas personas que tenía “salvoconducto” para ingresar a la embajada de Colombia en el Perú, donde estuvo asilado allá por los años 50’s, el líder máximo del aprismo, Víctor Raúl Haya de la Torre, perseguido impecablemente por la dictadura del General Manuel A. Odría. Mi padre arriesgó su vida y la de su familia entera, con esas visitas que tenían como objetivo entregarle mensajes políticos de otros líderes apristas perseguidos, así como muy finos y elegantes trajes hechos con los mejores cortes ingleses de la sastrería de mi abuelo, que vendía las más exclusivas y elegantes lanillas de Lima, libros de historia y política y cualquier cosa que el líder aprista solicitaba. Nada de eso sirvió. Ni siquiera por un elemental sentido del famoso "compañerísmo aprista", respeto, gratitud y solidaridad, por la memoria de mi padre, que fue muy conocido y respetado en el partido aprista. Los "compañeros" ya no existían, ahora eran "verdugos" de su propia historia.
La decepción
La decepción más grande me la dio, el único líder histórico vivo del aprismo. Pedí por teléfono, innumerables veces, a su secretaria, una breve cita de 10 minutos para hablar con él, para pedirle que se respete mi trabajo, no por política, ni amiguismo, sino porque era de justicia, y sobre todo porque el Presidente García había prometido respetar el trabajo de los funcionarios técnicos expertos, y que su gobierno no repetiría esa práctica de cambiar a todos los funcionarios cada vez que hay un cambio de gobierno, que se respetaría la institucionalidad y la carrera pública. La respuesta fue realmente decepcionante. Ni siquiera por una elemental explicación, me devolvieron la llamada. El amigo de mi padre, desde los 10 años de edad, es decir, su amigo de infancia, y compañero de partido por más de 60 años, me estaba dando inexplicablemente la espalda. Me enteré después que dicho líder histórico, supo quien era yo, y a pesar de eso, no quiso concederme la entrevista. Ni a él, ni al Ministro aprista, les importó nada. No cumplieron con las promesas electorales ni con los propios principios del aprismo. No quisieron hacer justicia con el hijo de un fiel luchador aprista que arriesgó su vida para ayudar al líder máximo del aprismo cuando lo necesitó, en época de tenaz persecución de la dictadura militar. Recuerdo vivamente, cuando mi padre me dijo, cuando yo era un joven universitario, que siempre que necesite apoyo del partido aprista, lo busque a ese líder histórico. Mi padre lo admiraba y confiaba en él. Al final, ese ingrato líder histórico, me mostró el actual nivel ético del aprismo. Gracias a Dios mi querido, principista y honesto padre, no vivió para ver este deterioro ético, y sobre todo mi profunda decepción por el aprismo.
La aplanadora

La irracional maquinaria aprista y su conocida soberbia en el ejercicio por el poder estaba en funcionamiento, y yo fui aplastado por ella, a pesar del buen trabajo realizado y de mi honestidad a prueba de balas. Estaban “aplanando” a un funcionario, que lo único que quería, era apoyar a salir de la pobreza a los desvalidos de mi país, a través de normas y acciones ejecutivas específicas, pero una ingenuidad de ese tamaño, definitivamente, no podía ser perdonada por el aprismo. El partido de gobierno me había mostrado en toda su dimensión, ese “sectarismo”, tan criticado por todos sus viejos y nuevos opositores políticos. Ese sectarismo, no solo se manifestó conmigo, sino que en paralelo, el Ministro despidió a más de 400 técnicos calificados del Ministerio, dejando en la calle, a funcionarios expertos con más de 10 años de experiencia, y privando al Ministerio de una indispensable dirección técnica, que tanto necesita un país en despegue económico y ad portas de una reforma total del Estado, que no es posible dejarla en manos de políticos improvisados e inexpertos, en detrimento de los más pobres del país, ya que el proyecto que presenté y que incluso había sido aprobado, se paralizó, evitando que madure y tenga éxito, y todo porque no había sido hecho por un “aprista”. El poder aprista me había mostrado su rostro más duro, y así, por creer en las promesas de un Presidente aprista, me quedé de la noche a la mañana, después de nueve años de servicio público eficiente y transparente, literalmente en la calle, con deudas pendientes, sin ahorros producto de corrupción alguna, y una familia que alimentar, y lo peor de todo, en la cama de una clínica, porque me tuvieron que intervenir quirúrgicamente de emergencia, por las lesiones en mi columna vertebral por el accidente que sufrí, precisamente en horas de trabajo en el local del Ministerio, el cual no solamente no pagó ni un céntimo de los gastos de la misma, ni siquiera enviaron funcionario alguna para ver mi estado de salud. Tampoco me pagaron compensación laboral alguna. Y así fue como terminó mi carrera pública en manos del aprismo, después de haber entregado nueve años de mi vida al servicio de mi país, con mis mejores intenciones y esfuerzos. Había pagado caro el precio de mi propia ingenuidad, y el peso del aplanamiento psicológico que sufrí, por mi propio error de creer en el gobierno aprista, fue devastador.

El entendimiento

La vida me había golpeado de nuevo, igual que en aquel campamento en el que tanto sufrí de niño (Ver: http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/09/el-lado-oscuro.html). Sentí que había perdido todo. Perdí mi trabajo, en forma injusta y arbitraria, después de tantos años al servicio de mi pais, y con tanto por aportar. Perdí mis ingresos económicos para mantener a mi familia. Perdí mi salud que se resquebrajaba, cada vez más. No me sanaba. Los tratamientos médicos no funcionaban. Las infecciones y el dolor aparecían por todas las partes de mi cuerpo. Me tuvieron que intervenir quirurgicamente cuatro veces, en operaciones de 5 horas. Aparecieron más complicaciones y otras enfermedades. Sentí que todo era injusto conmigo. Había mucho resentimiento en mi corazón. El odio contra los apristas empezó a apoderarse de mí alma, hasta que una noche, con varias jeringas incrustadas en mis brazos por las que me suministraban suero, antibióticos y analgésicos, con el sonido del contómetro del gotéo que golpeaba sistemáticamente el silencio de la noche, con el rostro vendado, y en medio de la oscuridad de la habitación y de mi alma, miré hacia la ventana, por la que entraba el reflejo de una tenue luz amarilla y lejana, y de repetente, en forma casi mágica e instantánea, empecé a entender que, lo que me estaba sucediendo era un mensaje de Dios.

Todo eso aparentemente malo, me estaba sucediendo, para que yo me diera cuenta de mis propios errores. Y así poco a poco, comprendí que en todos esos años en mi convivencia con el poder, mi personalidad había cambiado. No me había dado cuenta, hasta ese momento. Nefertiti había captado ese cambio en mí, desde el inicio, y ella sufría en silencio porque creía que no había alternativa, y que en fin, era mi trabajo. Me había vuelto una persona dura, con juicios muy duros hacia los demás. Mi dureza y firmeza para defender "el bien", me había hecho perder la perspectiva de la grandeza y complejidad de la vida y lo minúsculo de nuestras voluntades. Me había convertido en un "eficiente y honesto burócrata", con habilidades para mantenerme en el poder político, y en consecuencia, había absorbido toda esa negatividad muy propia de los "poderosos". Por más buenas que eran mis intenciones, mi alma se había contaminado silenciosamente, con el lado oscuro de la fuerza.

Fue así como me llegó el entendimiento. Dios tenía un plan para mí. Quería que sienta el dolor y la injusticia en "carne propia", para que pueda entender el dolor real de "los otros". Quería que sienta personalmente la escasez económica, para que comprenda la escasez de "los otros". Quería que sostenga el peso de la irracionalidad, el sectarismo, la ingratitud, la mentira y la irresponsabilidad de los apristas para entender que mi pensamiento debe estar libre de esos lastres del poder político, para que de una manera sabia y comprensiva, esté en la capacidad de ayudar a otros a conducirse por el camino de la solidaridad, la gratitud, la verdad y la responsabilidad de sacar a nuestro país adelante. Dios me había enseñado de una manera intensa, que para ejercer el poder político, no bastaba ser eficiente y honrado, sino que además, había que que tener sabiduría, no la sabiduría de los libros, sino la sabiduría de la vida. El imperativo era entender a mi prójimo, sin importarme si era eficiente o deficiente, corrupto o honrado. Entender, solo entender, Dios me estaba enseñando que para ejercer el poder hay que esencialmente, entender la interioridad de la gente a la que se lidera o dirige, ya que cada uno de ellos encierra una historia de vida y que juzgarlos a partir de sus conductas meramente políticas, podia incluso ser más injusto, que la injusticia propia del ejercicio irracional del poder.

Esa noche, empecé a sanarme. Lo sentí. Mi alma después de muchos meses de dolor, se sintió aliviada. Y así fue como, poco a poco, empezó mi recuperación. Extrañamente, poco después de salir del Ministerio, el 100% de los funcionarios que me hicieron daño, fueron despedidos, incluyendo el Ministro aprista y el local del Ministerio donde laboré por nueves años, fue declarado inhabitable por los efectos del último terremoto que sufrió el Perú, es decir, todo desapareció, con local y todo. Y así, terminó un ciclo de mi vida en el que conviví con el poder político, ciclo que me ha marcado para siempre y en el que aprendí mucho sobre el funcionamiento de los mecanismos del poder en general. Aprendí, por ejemplo, que el poder no es bueno ni malo en sí mismo. Que es una “energía” que todos los seres humanos tenemos dentro de nosotros mismos. Es parte de nuestra naturaleza y puede manifestarse mezclada de mentira, soberbia, abuso, vanidad y otros lastres humanos, pero también, puede venir de la mano de la solidaridad, verdad, lealtad, integridad, del compromiso social, y en general, de muchas otras virtudes humanas que dignifican al poder. El dinero, el conocimiento, la ley, las armas, el sexo, la religión, el amor, y en general, cualquier expresión de la acción humana pueden servirle de instrumento al poder y canalizarlo hacia su objetivo, que puede ser positivo o negativo. Por lo mismo que los seres humanos somos entes espirituales, plenos de “energía”, positiva y negativa, es que nos constituimos en la principal fuente de poder del mundo. Cuando logramos “conectar” esas “energías” a través de las herramientas del poder, es cuando, aparecen los seres poderosos. Unos más que otros. Dependerá del nivel de “conexiones” de energías, el grado de poder que ostentemos. Por eso, es que es muy importante que seamos conscientes que el poder está en nosotros mismos. En nuestra propia energía espiritual interna. La energía del poder que habita dentro de nosotros, que se expresa en nuestro día a día, con nuestros semejantes, y en absolutamente todos los ámbitos de la vida, tiene sed de sí misma, y dependerá de nosotros mismos que esa sed, ese apetito de gobernar nuestros propios actos o los actos de los demás, se dirija hacia fines nobles o repudiables. Si no "entendemos y “educamos” a esa poderosa “energía” interior, ésta puede terminar controlando nuestros pensamientos y acciones y llevarnos por la vida como un barco sin timón en medio de una tormenta, afectando la vida de los demás y la nuestra. No podemos escondernos de la energía del poder. Está allí, nos envuelve en sus fuertes tentáculos, y la única manera de convivir con ella, es aceptarla, conocerla y usarla positivamente, generando "empatías energéticas" a nuestro alrededor que faciliten la evolución y la pacífica y justa convivencia del ser humano. Los blogs juegan un papel fundamental en esa tarea. No podemos vivir sin el poder, pero si podemos aprovechar sus potencialidades, usarlo por ejemplo para fortalecer nuestra creatividad, para afirmar nuestros valores, para dignificar nuestra humanidad, para defender lo justo y proteger al desvalido, para someter a nuestras propias oscuridades y miserias, para mantener nuestra relación espiritual con Dios, y en general para dotar de energía todo aquello que valga la pena crear, construir, luchar, defender y que nos permita crecer en espíritu.

Actualmente me encuentro en plena etapa de desintoxicación espiritual, por haber ejercido el poder durante tantos años. Ahora necesito "educar" mi propia "energía". Tengo mucho que aprender, mucho que perdonar, mucho que perdonarme. Me quedarán en el recuerdo momentos durísimos pero también momentos maravillosos, como cuando logré defender con éxito a esas miles de personas que estaban desamparadas a expensas del abuso. Desearía, en lo que quede de mi vida, estar alejado del poder político, aunque soy consciente que la voluntad de Dios siempre será la que prevalezca, y si su voluntad determina que deba regresar a ejercerlo nuevamente, espero hacerlo con la sabiduría del aprendizaje de mis propios errores y con un entendimiento de la naturaleza humana que me permita ver en cada persona, un infinito haz espiritual de posibilidades. Si es así, el ejercicio del poder no debería ser algo esquivo, sino una maravillosa oportunidad de seguir aprendiendo.

Ojoavizor

domingo, 14 de diciembre de 2008

Los misterios de la Navidad

La Navidad siempre fue para mí, un misterio por revelar que estaba ligado no solamente a los regalos que me dejaría "Papa Noel", sino a todo el misterio que la rodea. Uno de los misterios era "la ruta", y las viscisitudes que habrían tenido José y María en su viaje hacia Belén donde nacería del "niño Manuelito". Otro de los misterios era, "la ruta" seguida por los "Tres Reyes Magos", en base al mapa de las estrellas, para ofrecerle a "Jesús", los elementos de valor de la época, como muestra de respeto y reverencia, y anunciar al mundo de la época, el nacimiento de "el Salvador" del mundo. Tambíen fue un misterio para mí, "la ruta" que seguiría "Papa Noel", desde el Polo Norte, antes de llegar con su carroza y sus renos, a la chimenea de mi casa, para dejarme los regalos anhelados. Como verán, el hilo que unían los tres misterios de todas mis navidades, siempre ha sido "la ruta" seguida por todos ellos.
Recuerdo la noche que me regalaron mi bicicleta "Spider" de la marca "Sears", que tenía un maravilloso color azulino, con su asiento escarchado que parecía un cielo estrellado, su gran timón en forma de "V", que la hacía parecer una "Harley Davidson". Ese fue el regalo más hermoso que tuve de niño. Y sobre todo por la forma como mis padres y mis hermanos, complotaron para hacerme creer que Papa Noel me la había dejado. Me bajaron con los ojos tapados por la escalera de mi casa hasta llegar a la sala, donde al abrir los ojos, me encontré con mi hermosa bicicleta, en medio de las lucecitas multicolores que iluminaban mi hogar. Esa noche creí en Papa Noel, como hasta ahora sigo creyendo, cada vez que veo el bello rostro de mis hijos haciendo sus cartitas, a ese hombre bueno de densa barba blanca, al que hace dos navidades, traje a mi casa para que lo conozcan en persona.
Todas las navidades, mi madre nos hace soñar a toda la familia, con el grande y hermoso nacimiento que ella arma, con amor y paciencia. Tiene montañas llenas de pastorcitos, animalitos de campo, flores, pasto artificial y una estela de guirnaldas plateadas que emanan de una gran estrella escarchada que pega en lo más alto de la chimenea. Tiene un arbolito "enano" que cuando éramos niños, todos lo veíamos inmenso. El establo es el hueco de la chimenea de mi casa, en donde está José con su vara de madera y María mirando el bello "niño Dios", que es el más hermoso que he visto en mi vida, ya que tiene sus ojos de cristal que miran con una ternura infinita.
En la casa de mis padres, se acostumbraba a celebrar la Navidad el mismo 25 de diciembre por la mañana. El desayuno navideño se prefería a la cena de Nochebuena. Yo siempre preferí la cena al desayuno, pero bueno, me conformaba con prender luces de bengalas en la noche, para despertarme por la mañana y ver los regalos que "Papa Noel" me había traído. La Navidad en la que me regalaron mi bella bicicleta, fue una de las pocas navidades que mi familia celebró la Nochebuena. El desayuno navideño era delicioso. Mi madre servía un chocolate de los dioses, acompañado con panetón "Donofrio", al puro estilo italiano, también tajadas de pavo y panes recién horneados y presentaba su larga mesa, con un blanquísimo mantel bordado, adornado con unas velas con cintas doradas, que resaltaba con el amarillo menaje inglés, las almendras y la fruta confitada. Cada cena o desayuno navideño, se realizaba en medio de risas y alegría, para luego abrir los regalos, para la alegría de los niños y niñas de la familia, con el fondo musical de la, ya clásica, canción navideña de Luisito Aguilé:
Tuve también navidades muy tristes. La primera, en la que "Javier", el mejor amigo de mi hermano, murió el mismo día de Navidad, en un accidente de moto a tres cuadras de mi casa. Él tenía solo trece años, y su muerte destrozó la navidad de todo el barrio de San Antonio, pero sobre todo la Navidad de mi hermano "Pito", que hoy en día, es un poeta consumado. En su poesía, siempre está presente el recuerdo de Javier, su compañero de aventuras. Nunca olvidaré el rostro de Javier, en la mañana del mismo día 25 de diciembre en el que murió horas después, cuando me lo encontré mientras estrenaba mi bicicleta, y me dijo: "Hola Ojoavizor, que bonita tu bicicleta". Nunca imaginé que nunca más lo volvería a ver. La segunda navidad triste, fue en la que murió un 22 de diciembre del año 1997, mi querida sobrina María Eugenia, hija de mi hermano "sábana", y llamada con cariño por todos nosotros "Queñita". Ella murió en un terrible accidente, que fue una tragedia de la que hasta ahora la familia no se recupera. Era una carismática y artística niña que iba a cumplir 15 años, el 24 de diciembre de ese trágico año, es decir, dos días después de su muerte. Ese día, la velamos y la enterramos, cantandole "Happy Birthday", con nuestros corazones completamente rotos. Estoy seguro que cuando algún día me toque emprender mi propio "gran viaje", comprenderé la existencia de hechos tan dolorosos y crueles como estos, estoy seguro que deben tener un significado, que mi limitado desarrollo espiritual, todavía me lo impide entender. La tercera navidad triste, la viví cuando falleció mi tía "Julia", una maravillosa mujer que tenía 90 años, y partió unos minutos antes de la Nochebuena. En su caso, fue una muerte natural, ya que cumplió su ciclo de vida, pero como dicen, "los que se quedan son los que sufren", y sobre todo si se van en Navidad. Otros de los recuerdos de cada Navidad es el beso que mi Madre le da, así como cada uno de nosotros, a la muñequita de "Norita", nuestra querida hermanita que murio antes que yo naciera, allá por el año 52. Mi madre la mantiene y conserva, en perfecto estado, en la sala de su casa, con su vestidito blanco de encaje. Ella es feliz así, y mientras que así sea, nosotros también lo seremos. Por eso, "Norita" siempre estará presente en nuestras Navidades, ya que la familia es un círculo de luz que jamás se debe romper.

El más importante misterio que la Navidad guardó para mí, es el hecho que la mujer de mi vida, mi esposa "Nefertiti", cumpla años el mismo 25 de diciembre, es decir, el mismo día de Navidad, y lo que es más curioso, el mismo día que nació mi abuela materna, que nunca conocí. "Nefertiti" se pone muy melancólica ese día. Ella no es de hacer celebraciones, solo quiere estar a solas conmigo y con nuestros hijos. Es una Capricorniana de pura sepa. Manzanilla, Manzano y yo, hacemos todo nuestro esfuerzo para darle nuestro amor ese cabalístico día. Para tí mi amada "Nefertiti", te regalo ésta canción de Joe Cocker, "You are so beautiful", que es tan hermosa como tú:

Ahora a mis 44 años, me toca recibir esta Navidad solo con mis hijos y mi esposa, ya que la mayoría de mi familia está en otras regiones de mi país o en el extranjero, agradeciendo a Dios por haberme dado la vida y la familia que tengo, y orando para que su voluntad, sea que todos ellos tengan salud y alegría, en ésta y en todas la Navidades que vengan. Después de tantos años, he comprendido que los misterios de la Navidad, siempre me llevarán al mismo lugar: al infinito amor que Dios siente por nosotros, y que éstos días, son la mejor oportunidad para recordalo.

¡Feliz Navidad, Manzanilla y Manzano, y nunca olviden que Papa Noel siempre existirá en sus corazones!

¡Feliz Cumpleaños Nefertiti, toda tu familia te ama y te cuidará por siempre, ese es nuestro mejor regalo!

¡Feliz Navidad y un Año Nuevo lleno de espiritualidad, les deseo a mis amigos "bloggers" del mundo!

Ojoavizor

viernes, 10 de octubre de 2008

Nefertiti

Toda historia de amor es digna de ser contada, ya que al hacerlo, el amor, de alguna manera, se multiplica con su magia, y nos recuerda que todos podemos amar y ser amados. Para mí, el amor es como una droga. En realidad, soy un adicto al amor. También, me puedo considerar, como un amante “heroico”, me fascina luchar por el amor prohibido e inalcanzable, aunque tenga que morir valientemente por conquistarlo o mantenerlo, ya que tengo la firme convicción, que, “el amor total”, es un privilegio reservado sólo para los valientes, para los arrojados, para los idealistas, para los leales, y en general, para todos aquellos que, incluso, pueden llegar a sacrificar su propia vida, por el amor. Es que el amor, siempre les será dado, a aquellos generosos y valientes guerreros del corazón, nunca para los cobardes. A ellos, el amor de verdad, les será, eternamente esquivo.

El barrio

El año 1982, yo era un muchacho de 18 años, lleno de alegría y de sueños, y a pesar de nunca haber sido, lo que puede llamarse, “un muchacho popular”, me gustaba mucho reunirme con mis amigos, en mi querido barrio de “San Antonio”, Miraflores, donde viví hasta que me casé, ya que, como dice el refrán: “casado casa quiere”. Hace algunos años, en muchos distritos de Lima, los muchachos acostumbraban a juntarse a conversar, jugar y fantasear en las esquinas. Era una época en la que todos los vecinos se conocían, nadie era extraño, no como hoy en día, que se ha convertido en un mundo de “extraños” que viven en “ghettos” sociales.
En el barrio yo me caracterizaba por ser estudioso, pero siempre he tenido esa filosa jocosidad “solapada”, que es una característica que me viene de mi padre, quién tenía una inigualable habilidad para cortar el aire con un súbito comentarios jocoso, cuidando siempre, eso sí, de no herir la susceptibilidad de nadie. Siempre he creído que el buen humor, es una magnífica manera de hacer relaciones humanas, siempre y cuando, el humor sea inteligente, respetuoso y, sobre todo, oportuno. Mis amigos, eran esos típicos muchachos de barrio que, en los 80`s, estaban en la “edad del mono”, esa maravillosa edad de la adolescencia, en la que todos los jóvenes, quieren vestir a la moda, tener el peinado de moda, y sobre todo, usar el léxico de moda. Uno de esos típicos y juveniles sábados por la noche, mis amigos del barrio, me buscaron para salir a conocer nuevas chicas. Yo acepté gustoso, pero les confieso que, no tanto por las ganas de conocerlas, sino, para aprovechar la oportunidad de dar rienda suelta a mi jocosidad, ya que no existe humorista, sin un público que lo festeje. Esa especial noche, mi “animus jocandi” estaba exacerbado, y tenía frente a mí, la oportunidad perfecta para dar rienda suelta a mi inquieto y alegre espíritu jocoso. Además, siempre he creído, que el buen humor, adecuadamente desplegado, es una de las mejores técnicas estratégicas, para captar la atención de una mujer, por esa exquisita y fina estructura afectiva de la que está hecha la mujer. Ellas mayormente, se inclinan y abren su corazón, con mayor facilidad, a esos atrevidos y traviesos “espíritus jocosos”, dado que el buen humor, en la mayoría de los casos, revela la personalidad alegre e inofensiva del “conquistador”, y eso a las mujeres, simplemente, les encanta. Sin generalizar, por supuesto.
Quedamos con mis amigos, en encontrarnos en la famosa “esquina del barrio”. Esa tradicional esquina, que tantas noches nos albergó, y cuyas tres vías, confluían para dar lugar a un área de asfalto, en forma triangular, con las casas de los vecinos como tribunas, que fue escenario de innumerables, gloriosos y hasta dramáticos partidos de fulbito, deporte que practiqué y disfruté, tanto años, cuando fui niño, e incluso, muy entrada mi adolescencia. Nuestra querida “esquina”, fue testigo de magistrales conversaciones, bromas e historias, hasta altas horas de la medianoche, en las que solo los bostezos, nos anunciaban la hora de ir a dormir, diciendo: “calabaza, calabaza, cada uno a su casa”. Eran otros tiempos. En esa época, en el barrio no había drogas, ni alcohol en demasía, como ahora. Es muy probable que, en todas las épocas siempre haya sido así, pero puedo dar fe, con orgullo, que en mi barrio, siempre fuimos lo que se podía decir, unos “Goodfellas”, no en el sentido de la película de Martin Scorsese, sino, en el sentido de la serie “Happy Days”. En fin, tiempos aquellos los de mi barrio.

El relámpago

Esa noche, fue una noche especial en “la esquina del barrio”. Todos mis amigos se habían vestidos con sus mejores “fachas”, todos estaban preparados para el gran “encuentro”. Yo vivía a una cuadra de “la esquina”, y caminar esos metros, me cargaba de una especial expectativa, ya que siempre encontraría nuevas vivencias y esa noche, no sería la excepción. Mientras me acercaba a la cita en “la esquina”, divisé a lo lejos, a mis amigos, que estaban acompañados por tres chicas, que eran nuestras “invitadas”. Vi a lo lejos que mis amigos, alrededor de ellas, hacían sus mejores esfuerzos por mostrar lo mejor que tenían. Como monos en feria. Recuerdo que las chicas estaban apoyadas en un viejísimo, “Chevrolet” gris plata, del año 50, cuyo propietario era nuestro común amigo, que lo llamábamos cariñosamente, “Lobo”. El “Chevy” le daba al momento, una imagen muy a lo “Happy Days”. Me seguí acercando, poco a poco, y cuando estuve a unos dos metros, el grupo de chicos, que estaban parados en círculo alrededor de “las invitadas”, voltearon para ver al recién llegado, y al abrirse el círculo, como una cajita de cristal, mostraron a la joya que iluminó aquella noche. Sí, era “Nefertiti” y me quedé estático.

Sí, era ella, con su bellísimo rostro, con esa mezcla de niña-mujer, con su negra y larga cabellera, con leves ondulaciones, sus manos largas y delicadas, y esa mirada de reina egipcia, invitando al amor, con esos grandes y, ligeramente, orientales ojos. En las venas de “Nefertiti” corre esa surrealista mezcla de sangre italiana, china y árabe, y por supuesto, sabrosa sangre peruana. Vestía una blusa y pantalón negros, que resaltaban su suave y aromática piel de alabastro y porcelana. Sus negros, grandes y estilizados ojos, eran impactantes, así como, su helicoidal y juvenil silueta, que hacía de ella, una delicia para el paladar de mis ojos.
Esa noche, me la pasé saltando como un mono enamorado, tratando de impresionarla. Ella me miraba sonriente, pero como toda reina, mantenía su espacio, mirando el espectáculo de saltos y chirridos de todos los monos. Ella me confesó, años después, que cuando me conoció, yo le di mucha confianza, y que en el fondo, fui un tonto, por no haberle declarado mi amor. Y así fue como, la vi por primera vez en mi vida, y, mi corazón, fue inevitablemente atravesado, por el amor, como un relámpago cuando atraviesa el cielo, pero Dios tiene caminos insospechados, y los caminos de “Nefertiti” y el mío, en ese momento, se cruzarían momentáneamente, ya que, durante once años, tendrían rumbos diferentes.

Barco a la deriva

Corría el año 1987, cuando de casualidad, por unos amigos comunes, me enteré que “Nefertiti” se había enfermado. Una mañana, como cualquier otra, y de una manera sorpresiva, así como esos días en que ocurren las peores cosas, se paró frente a su espejo para peinarse, cuando de repente, observa con terror sin límites, que su hermosa cabellera, empezaba a caerse, mechón tras mechón. La “alopecia” había entrado a su vida. Esa intrusa enfermedad auto-inmune, que hasta el momento, la ciencia no ha podido determinar con exactitud, la verdadera causa que la genera, es decir, hasta la fecha, es incurable. No produce la muerte física, pero si la muerte emocional, ya que arrebata, a la persona que la sufre, su propia identidad psico-física. Ese aciago día, “Nefertiti” conoció la adversidad, esa que llega de un momento a otro, y que nos coge siempre, cuando no estamos preparados. En realidad, pienso que los seres humanos, nunca estamos preparados para nada, solo aprendemos en el camino. La enfermedad, la estaba llevando a “Nefertiti”, por ese paraje desconocido y solitario, donde siempre habita, justo cuando estaba dejando de ser una niña, y empezando a ser una mujer. No solo perdió el 100% de su hermosa cabellera y el vello de todo su cuerpo, sino que perdió el apoyo de muchas personas, que en teoría, debieron apoyarla, pero que, no solo no lo hicieron, como ella lo necesitaba a gritos, sino que increíblemente, se encargaron de dañarla en lo más profundo, y hacer con ella, como dice esa lapidaria frase: “leña del árbol caído”, mostrando esa miseria humana, que hace, muchas veces, de éste mundo, “un lugar especial para sufrir”. De todas las pérdidas que “Nefertiti” estaba experimentando, la más delicada de todas, era, el amor propio. Yo, en esa época, estudiaba en la Universidad y exploraba la vida, como todo trovador errante. Un día me llegó la noticia de la enfermedad de “Nefertiti” y se me rompió el corazón, ya que pensé que una chica tan linda como ella, no se lo merecía. A pesar de haberla visto unas dos o tres veces más, desde que la conocí, esa maravillosa noche en la que me enamoré de ella, intenté contactarla, pero una persona muy cercana a ella, en ese tiempo, me lo impidió. “Nefertiti”, era prisionera de su enfermedad, y su alma, estaba extraviada, en medio de la bruma, como un barco a la deriva.

"Nefertiti" me contaría que a pesar del dolor que sentía, ella no se dejó vencer, levantó los pedazos rotos de su alma, y se rehizo para poder seguir, y a pesar de la pesada cruz que cargaba, logro salir adelante con sus planes, la Universidad, el trabajo y su permanente sueño, de explotar, todo ese extraordinario talento que guarda dentro de ella. Años después, comprobaría, que "Nefertiti", era una mujer más fuerte de lo que yo pensaba. En realidad todas las mujeres, tienen una fuerza excepcional, que la muestran en los peores momentos. "Nefertiti" lo hizo para salvar el barco de su vida, y lo logró, para mi felicidad.

El reencuentro

Paso el tiempo, y cinco años después, en 1992, un amigo común, me llamó para comentarme que “Nefertiti” se encontraba muy sola, y que ella, le había pedido que me llame. Cuando me enteré de eso, no dudé ni un segundo en llamarla, después de diez años, desde que la conocí, el día del “relámpago de amor”. La llamé con las mejores intenciones, como un simple amigo. En esa llamada, percibí que los dos estábamos necesitados de una buena amistad, de esas que no exigen nada, ni presionan, solo brindan apoyo y compañía, y así, empezamos una maravillosa amistad, que dejamos en suspenso durante todos esos años, y que pudo convertirse, tiempo atrás, en amor, pero que, por esas cosas del destino, que solo Dios sabe, nunca se concretó. A fines del año 1993, la invité al Karaoke del “Country”. Ella no lo conocía, y recuerdo vivamente, su linda carita, cuando asombradísima, entró por primera vez al local, sintiendo la misma sensación que yo sentí, cuando yo lo conocí. Con un entusiasmo, que no sentía desde hacía mucho tiempo, pidió cantar, “Killing Me Softly With His Song” de Roberta Flack, y la cantó con mucha dulzura, con esa suave y melodiosa voz, que deja salir, solo cuando está feliz y relajada.

Fueron dos años maravillosos, en los que “Nefertiti” y yo, nos hicimos, primero, mejores amigos, para terminar siendo unos locos amantes. Recuerdo con emoción, todo lo que vivimos, primero como amigos, y luego, cuando decidimos ser pareja, un inolvidable 08 de marzo de 1995, después de haber cultivado una amistad a prueba de balas, durante casi dos años. Nunca olvidaré, aquella noche en la que “Nefertiti”, después de convencerla de dar el primer paso hacia su liberación mental de la “alopecia”, confió en mí, aceptó, y como no lo había hecho antes, tuvo la valentía, de salir conmigo en el auto, sin peluca, por la céntrica y tradicional Avenida Larco, para que pudiera sentir, después de años, la libertad de la noche miraflorina, sin temor, sin dolor, con confianza, y sobre todo acompañada por alguien que la amaba. “Nefertiti”, de haber tenido la cabellera más hermosa, sufre, enormemente por esa situación, y yo, siento, una frustrante sensación de impotencia de no poder ayudarla como ella quisiera. Quisiera, tener ese poder de la sanación, para curarla y que recupere su cabello, y pueda correr y correr, con libertad, sin tener miedo a que se le caiga la peluca, o nadar, sin pensar que la peluca se quedará flotando en el agua, y ser objeto de las burlas, muy propias de esa tan cruel y soberbia cultura limeña. Ella sufre eso todos los días, desde el momento que sale a la calle. Cuando hace sus compras en el “market”. Esas crueles miradas, llenas de burla e ignorancia, que les impide entender el dolor humano, y que le causan tanto, tanto daño emocional, situación que la ha llevado, tantas veces, a querer irse del país, y en algunos momentos de profunda depresión, de esta vida. En medio de todo eso, asumí y me encargué de hacerle sentir, de una manera decidida, clara y comprometida, que podía contar conmigo al 100%. Le hice sentir, que mi amor por ella, va más allá de su belleza física, ya que para mí, ella será siempre la mujer más hermosa del mundo, no solo físicamente, sino por ese enorme y maravilloso corazón de niña, que tiene, y que contadas personas conocen. Y así, pasó el tiempo y, poco a poco, llegó el momento en que, me encontraba feliz, hablando con ella, feliz comiendo con ella, feliz escuchando música con ella, feliz cantando con ella, hasta que un día, no pude más, y le dije lo que sentía, que me había enamorado perdidamente de su alma, que la amaba, que ella era mi “relámpago de amor”, y que me sentía, inmensamente feliz a su lado.

La "Green Card"

Desde el primer día de nuestro reencuentro, “Nefertiti” fue sincera conmigo y me dijo que había tomado la decisión de irse del Perú, y que desde varios años atrás, había iniciado, los trámites para obtener su “Green Card”, e irse para siempre a New York, y reconstruir su vida, con el apoyo de su familia, que residía en esa ciudad, desde los 70´s. Recuerdo ese extraño día, cuando “Nefertiti” me dijo que fuera urgente a su casa, porque tenía que darme una noticia. Cuando llegué, preocupado por ella, la encontré derramando unas lágrimas en silencio, con un sobre en la mano. Sin decirme palabra, me lo entregó, y yo sin entender nada, lo abrí, y cual sentencia condenatoria, leí la carta del Consulado Norteamericano, que por tantos años, “Nefertiti”, había esperado, y que por esas paradojas de la vida, le llega, en el momento en que había encontrado, por fin, el amor. Ella sentía que la felicidad le era permanentemente esquiva, y que Dios no la quería, ya que sentía que todo en su vida era un “castigo”. Primero, la enfermedad, luego la dolorosísima separación de sus padres, y finalmente, y por último, el otorgamiento de la “Green Card”, después de muchos años de haberla solicitado reiteradamente, justo cuando, por fin, había encontrado, el amor, y ponerla en la disyuntiva de irse a New York, a rehacer su vida y renunciar al amor, o quedarse en Lima y renunciar a sus sueños iniciales, de retornar a esa vida americana que tanto extrañaba y le gustaba. Tenía que tomar una decisión, y esa decisión, determinaría el rumbo de su vida. El Gobierno Americano, le daba 15 días para ingresar a USA, y “el Imperio”, es demasiado frío, como para entender los temas del corazón, ya además, sinceramente, no creo que lo tenga.

Al paso de los años, me doy cuenta que Dios usó a “el Imperio” para sus designios, ya que, sino hubiese sido por esa inicial denegatoria de visa, por parte del Consulado norteamericano, “Nefertiti” se hubiese ido a New York” muchos años antes de “reencontrarnos”. En fin, el poder de Dios es, obviamente, superior al poder del “Imperio”, y no me extraña comprobar que, lo utilizó para ejecutar sus designios. Cuando terminé de leer la carta del Consulado, creí en ese momento, que nuestra historia de amor, estaba llegando a su fin. Pero me equivoqué. Ahora, con esa mirada retrospectiva, que solo la puede dar el tiempo, observo que nuestra historia de amor, en ese momento, no estaba terminando. Estaba, más bien, felizmente empezando.

La partida

Al terminar de leer los documentos de la “Green Card”, tuve dos sentimientos. El primero, de mucha pena, porque significaba que “Nefertiti” tenía que irse de mi lado, y el otro sentimiento, era de alegría, ya que por fin podría cumplir sus sueños en USA, después de largos e infelices años (salvo los dos últimos) de espera en el Perú. Sin embargo, como amar, también significa, dejar ser feliz al otro, opté por dejarla ir, y apoyarla en la conquista de sus sueños, aunque eso significara perderla para siempre. Esa es la parte “heroica” del amor. El sacrificio de los sentimientos propios, por el bien del otro. “Nefertiti” había esperado muchos años por esa “Green Card”, que representaba para ella, la libertad y el rompimiento de esas pesadas cadenas que la ataban con “Lima”, ciudad en la que fue tan infeliz, por muchos años. Ella, por fin, podría reencontrarse con su familia, caminar libremente sin peluca, por las calles de esa maravillosa, desprejuiciada, anónima y liberal ciudad de New York. Podría al fin, reencontrarse con ese pasado feliz, que “Nefertiti” tuvo cuando fue niña, ya que ella vivió en New York, allá por los años 70`s. Podría al fin, reencontrarse con sus amigos y amigas del “High School”, años de los que ella guarda los mejores recuerdos de su niñez, y que le fueron truncados por “la decisión” de sus padres de regresarla a Lima, y que luego originó “la decisión” del Consulado Americano, de no dejarla reingresar cuando intentó hacerlo. En ese momento, pensaba que, sería muy egoísta de mi parte, pedirle que se quede en el Perú, teniendo en cuenta que, yo no tenía planes de casarme ni a corto, ni a mediano plazo. Además, yo no había terminado mis estudios de Maestría, y trabajaba en una empresa exportadora que estaba siendo muy golpeada por la crisis económica que soportó el Perú en el año 1997, por lo que mi trabajo en ella, también era muy incierto. Por todo eso, el panorama era nebuloso y no muy prometedor. Al final, “Nefertiti” con esa responsabilidad que le caracteriza, tomó la firme pero dolorosa decisión de irse, diciéndome que yo debía continuar con mi vida, y que ella no sería la persona que trunque mi carrera profesional. Yo, admiré su nobleza y desprendimiento, y la apoyé en su decisión. Habíamos decidido los dos, sacrificar “responsablemente” nuestro amor, por un supuesto “prometedor futuro” para ambos. “Nefertiti” estaba, una vez más, renunciando a la felicidad, y yo, hecho un tonto, creí por un momento, que habíamos tomado la decisión “más responsable”, cuando el amor de los jóvenes, no entiende de “responsabilidades”.
Un día antes de su partida, estuvimos juntos todo ese día. Amándonos con locura como si al día siguiente, se fuera a acabar el mundo. La situación era una mezcla de sonrisas tristes, con “arengas” positivas respecto al futuro de cada uno, a sabiendas que, sin amor no puede haber futuro para nadie. Cuando llegó el día de la partida, la llevé al Aeropuerto “Jorge Chávez”, y le entregué una larga carta que le había escrito días atrás. Ella, por su parte, me entregó un pequeño block, con miles de hermosas e inolvidables palabras de amor hacia mí. Escuchamos por los altavoces del Aeropuerto, el aviso de la última llamada para el embarque de pasajeros con destino a New York, nos miramos, yo sonreía como un estúpido, ella siempre con su sonrisa tristísima, como si lo entendiera todo, como si lo sintiera todo. Nos abrazamos fuerte, nos besamos intensamente, y me dijo: “adiós mí querido amigo, mi querido amor. Nunca te olvidaré. Lucha por tus sueños y, prométeme que te cuidarás, así como me cuidaste a mí todo este tiempo”. Luego, la vi desaparecer por la puerta de embarque, y pensé que nunca más la volvería a ver.

Durante el trayecto de regreso, del Aeropuerto a mi casa, puse la radio, y quise creer que había hecho lo correcto, que mi amor por “Nefertiti” era un amor desprendido y “responsable”. Había dejado de lado el profundo amor que sentía por ella, por respetar su sueño de regresar a New York, y hacerse una nueva vida. “Nefertiti”, después de tanto sufrimiento, soledad e incomprensión, durante tantos años seguidos, tenía derecho a ser feliz. Con todos esos “responsables” pensamientos me acosté esa noche, sin imaginar, que al día siguiente, conocería por primera vez en mi vida, a la soledad, en toda su cruel dimensión.

Y así fue. Desperté con una sensación de no tener mi corazón en su sitio. Mi mente estaba como sedada. No podía tragar la saliva. Mis manos temblaban. Nada estaba en su sitio. Todo era incertidumbre y angustia. Y así, cargando el peso del eco de mis propios pasos, salí a trabajar, tratando de creer que nada había pasado, que todo continuaría igual. Mis arengas positivas ya no funcionaban, no me las creía, ni yo mismo. Ese día, no pude concentrarme en nada. Mi hermano "el despierto", con el que yo trabajaba, me recomendó que me tome el día, para disiparme. Y así lo hice. Salí a caminar, y creyendo que si hablaba con ella por teléfono, me iba a pasar todo esa angustia, me fui al locutorio para llamarla por teléfono. Me contestó triste, silenciosa y muy distante. Yo, tratando de aferrarme a los últimos vestigios de actitud positiva, que me quedaba, la aconsejaba tontamente, que continúe su vida “con optimismo”. Ella, no contestaba, sus lágrimas la estaban ahogando desde lejos. Saliendo del locutorio, me sentí peor que nunca. Caminé de regreso a casa, por todo el hermoso bulevar de la Avenida Pardo, que ese día, de hermoso no tuvo nada, ya que me sentí como un condenado por amor, directo al cadalso del olvido, caminando por “The Green Mile”. El camino se hizo interminable, y mis piernas empezaban a sentir el terrible peso de mis dudas. Cuando llegué a casa, me encerré en mi dormitorio, prendí el televisor. Por ese tipo extraño de “causalidades”, de esas que están presenten en todos los desenlaces de las historias de amor, se presentaba una película con muchas escenas de amor intenso. No recuerdo el nombre de la película, ni la trama, ni el nombre de los actores, lo único que recuerdo es que había mucha nostalgia, melancolía y besos, muchos besos, cerré las persianas, y con la habitación, en completa oscuridad, me sentí completamente solo, frente a ese televisor, como un autómata, mirando como mi historia de amor con “Nefertiti”, pasaba por esa pantalla. Me cogí el rostro y la cabeza, moviéndola hacia delante y hacia atrás, deseando que todo sea una pesadilla. Quería que desapareciera el dolor de mi alma, por haber dejado partir a “Nefertiti”, el amor de mi vida, y no haber hecho nada para impedirlo, y eso, simplemente, mi corazón no lo soportaba más.

La Noche

Esa noche, fue la más oscura de todas las noches. No pude dormir. Me pasé toda la noche mirando el techo de mi habitación. Una sensación de fría vacuidad, repletaba los espacios de mi alma. Olía con desesperación, el perfume de “Nefertiti”, impregnado en la ropa que me puse cuando la despedí en el aeropuerto. Mis ojos desorbitados, buscaban desesperados, algún trazo de su sombra para calmar el dolor por su ausencia. Me estaba muriendo de amor, si literalmente se los digo, me estaba muriendo de amor. Me abrazaba a mi mismo, imaginando que la abrazaba a ella. Trataba de recrear su voz a partir de la mía, pero solo me respondía el silencio. La angustia empezaba a devorar mis fuerzas, me estaba consumiendo en la brasa de los recuerdos, esa brasa que se vuelve más intensa, cuando se queman los mejores recuerdos, esos que se van perdiendo en el fuego de nuestra culpa. Trataba de detener el atormentado sonido de la noche, pero no podía. El recuerdo de su respiración y de sus gemidos, golpeaba como olas salvajes y despiadadas, el muelle de mi deseo desbocado. La noche me había cubierto completamente, y yo, me había extraviado, sí, me había extraviado en aquella terrible noche, en la que mi alma sufría por el amor perdido.
Al amanecer, mi lado irresponsable, ese lado maravillosamente irresponsable que tenemos todos los seres humanos cuando nos enamoramos, tomó su decisión. Me aliste rápidamente, y me fui corriendo al locutorio público. Me equivoqué marcando el número, varias veces, hasta que después de varios minutos, acerté con el número, y mi voz emergiendo de las profundas aguas de la esperanza, y absolutamente rendido de amor, le dije a “Nefertiti”: “Mi amor, no puedo más, viajaré a New York. No puedo más, te necesito para vivir, te amo más que a mi propia vida, ya veré cómo lo hago, pero voy a tu encuentro”. Ella se quedó en total silencio. En ese momento, yo no tenía ni visa, ni dinero, ni pasaje, ni nada. Solo tenía mi amor por “Nefertiti” y eso me bastaba.
Mi decisión de viajar a New York causó el efecto de una bomba atómica en mi familia, y también en la de “Nefertiti”. Por mi lado, creían que estábamos locos, y que éramos unos irresponsables, ya que, por mi parte, no había culminado mi maestría, y estaba dejando un trabajo, en un momento complicado para la empresa exportadora en la que trabajaba. “Nefertiti” por su parte, acababa de llegar a New York, y estaba empezando una nueva vida y, ya había conseguido un trabajo muy bien remunerado. Después de haber esperado tantos años su “Green Card”, perderla, era simplemente una locura de dimensiones patológicas. En realidad, todo era una locura, por donde se le mire. Después de todo, el amor, siempre será una maravillosa locura. Para la familia de “Nefertiti”, lo que yo estaba haciendo, era paralizar su vida, negarle el inicio de una nueva vida en New York. En fin, el hecho es que mi alma necesitaba a “Nefertiti”, y en ese momento, ya nada, ni nadie, me lo impediría. Se había rebelado “el guerrero del amor”. Había tomado mi decisión de recuperar el amor perdido. La lucha iba a ser titánica, pero no sentía miedo. Solo tenía en mi mente una sola cosa: recuperar a “Nefertiti”, y para eso tenía que ir a buscarla, en el centro de “la gran manzana”, y solo tenía la fuerza de mi amor, para lograrlo.

Visa para un sueño

El amor siempre tendrá sus propias “señales”, y mi amor por “Nefertiti”, no podía ser una excepción. Una semana después de mi “heroica” decisión de ir a buscarla en New York, recibí una sorpresiva e inesperada llamada de un importante banco, que a comienzos del año 1996, había regresado al Perú, después 28 años de haber sido expulsado durante el gobierno de la Fuerza Armada del Perú, el año 1968, que expropió empresas y Bancos norteamericanos. Increíblemente, la señorita que llamó, me dijo que tenía un excelente historial en la Central de Riesgos Financieros del Perú, como un consumidor-pagador disciplinado, por lo que me habían seleccionado para entregarme, a sola firma, una tarjeta de crédito internacional. Cuando escuché eso, simplemente me quedé frió, ya que en esa época conseguir una tarjeta de ese tipo, era un privilegio que solo gozaban unos cuantos. Para un profesional joven, que recién empezaba, era prácticamente un premio gordo. Esa tarjeta, me aseguró, el financiamiento total de mi viaje a New York, ciudad que como todos sabemos es una de las más caras del mundo. La llamé a “Nefertiti”, y se quedó como se queda cada vez que no puede creer algo, en absoluto silencio, cuando le dije que ya tenía financiamiento para mi viaje a New York. El próximo paso era obtener la visa de turista por tres meses, ya que había planeado viajar a fines de diciembre de 1996 y quedarme hasta fines de Marzo del 97. “Nefertiti”, respecto a la visa, me dijo con triste resignación: “no te la van a dar, yo esperé diez años para que me la den. Imposible, no te la darán, no creo que califiques.” Yo me reí, como lo hago cada vez que tengo un reto al frente de mí, y le dije: “No te preocupes tú mi amor, tengo un insuperable contacto, que ordenará al Consulado Americano, que me de la visa”, y ella me dijo: ¿Quién es?, y yo le respondí: “Quién más va a ser, pues mi amor: Dios”. Ella, que cree que Dios no la quiere, por todo lo que ha sufrido, me dijo: “Imposible, eres un idealista. Eso no ocurrirá. No te la darán”. Me dijo eso, dejando salir su profundo resentimiento, por el pésimo e indolente trato que le dio, durante largos años, el Consulado Americano en Lima. Yo le dije: “Mira mi amor, si Dios quiere que lo nuestro sea, será, y punto. Nada lo impedirá, además, Dios siempre apoya a los amantes de verdad, Dios creo el amor, y no podría estar en contra del nuestro, que es puro y comprometido. Ya verás.” Con esa firme convicción, presenté mi solicitud de cita al Consulado, la que me dieron dentro de los tres días siguientes. El día de la cita, me vestí con mi mejor terno y corbata. Estuve muy elegante. Había preparado todo mi historial de consumos de tarjeta de crédito que era bueno, mi contrato de trabajo, y algunas cartas de recomendación de la empresa donde laboraba, presentándome como lo que era, el Asesor Legal. En realidad mi apariencia juvenil, no estaba acorde con los documentos, pero todos ellos expresaban la verdad de mi vida laboral y financiera. La cola era larga, y mientras me acercaba a la ventanilla, donde un férreo y adusto oficial de inmigración del Consulado, escrutaba de pies a cabeza a cada uno de los solicitantes de visa, observé que uno a uno, los iba despachando, negándoles la visa. Éramos como 100 personas en la cola y yo estaba en el puesto 70 más o menos. Ese día, les negaron la visa a las 69 personas que estaban delante de mí. Muchos de ellos, jóvenes con buena situación económica. Parecía que la consigna del consulado, era negarle la visa a la gente joven y emprendedores potenciales. Muchos de “los rechazados” se iban llorando y maldiciendo al “Imperio”. Cuando llegó mi turno, el oficial me habló en inglés, y dado que mi inglés no es fluido como el de “Nefertiti”, que lo habla, lee y escribe a la perfección, le respondí en castellano. Me miro muy molesto, y comenzó a revisar papel por papel. A mí las piernas me temblaban como no se imaginan. Luego, me dijo con un tono seco y tajante, que regrese en cuatro días para recoger mi pasaporte, que me había sido otorgada una visa de turista y de negocios por diez años, gritando: “el siguiente”. Yo cerré los ojos, y serenamente le di gracias a Dios por haber ordenado al “Imperio” que me de la visa. Dios había decidido que me vaya a New York a buscar a “Nefertiti”. “La señal”, se había revelado.

Ni bien salí de la cola, la llamé por teléfono a “Nefertiti” para darle la noticia. Ella, se quedo más muda que las mudas. No podía creerlo. Balbuceó las siguientes palabras: “N-o-l-o-p-u-e-d-o-c-r-e-e-r”. Yo me sentía orgulloso de mi alianza con Dios, y de las maravillosas señales que me manda día a día en mi vida (Ver: http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/09/la-seal.html). Yo necesitaba esa visa para cumplir mi sueño de buscar a “Nefertiti” en New York, y Dios, mi gran aliado, me la había concedido. El quería juntarnos. Y así fue.

El arribo

Con la visa en la mano, empaqué mis maletas, y a primera hora del último día del año 1996, me embarque en el vuelo directo de Lan Chile con destino a New York, al encuentro de “Nefertiti”. Durante todo el viaje me la pasé mirando por la ventana. Era una clara y despejada noche. La visión era maravillosa, ya que el cielo estaba lleno de estrellas, y con una Luna llena, que iluminaba todo el firmamento. El viaje a New York fue un viaje espiritual. Mi alianza con “Dios” estaba en su punto máximo. Lo sentí dentro de mí como nunca. Sentía que hacía su voluntad. Todo encajaba, todo era pacífico. Sentía también que, New York me recibiría con los brazos abiertos. No tenía menor duda. Además, era la primera vez que viajaba fuera de mi país y, estaba, realmente, muy emocionado por el viaje. Mi espíritu estaba en total armonía, iba en busca del amor de mi vida.
A las 6:00 a.m. del 31 de diciembre, llegué al Aeropuerto “John F. Kennedy” de New York, y “Nefertiti” me esperaba con un elegante abrigo de cuero color natural, que la protegía del intenso frío que hacia. La vi de lejos, y mientras me acercaba, iba notando su rostro pálido y desencajado. Cuando estuve frente a ella, y me acerqué a abrazarla, la sentí fría y distante. El encuentro no fue lo que imaginaba. No hubo abrazos efusivos, ni besos desbocados, y menos aún lágrimas. La noté fastidiada. Me dio un beso, que estuvo más frío que los -2º c. de temperatura que hacía en ese momento. Me había encontrado con un “témpano de hielo”. A mí se me partió el corazón. Pensé por un momento que llegué demasiado tarde. Que tal vez había encontrado, rápidamente, otro amor (eso es muy frecuente en las historias de amor), o que no me había perdonado, por no haberla retenido, por no haberle propuesto vivir juntos. No sé, muchas suposiciones, y ninguna respuesta que me calmara la angustia que sentía en ese momento. Mi alma percibía la frialdad propia de la muerte del amor. Esa muerte que nunca que se acepta, pero se impone con su silencio. Quise llorar desconsoladamente, allí mismo, delante de todos, en medio del aeropuerto, pero me aguanté. Luego me sobrevino una lluvia de preguntas, como: ¿Qué hago acá?, ¿Me habré equivocado con “Nefertiti”?, ¿Habrá valido todo el esfuerzo de viajar hasta allá?, ¿Todo lo que vivimos, habrá sido falso? ¿Adónde se fue mi amada “Nefertiti”?. ¿Y si todo fue una mentira, si esos dos años en Lima fueron una farsa?, y al final me pregunté, ¿Dios mío, que quieres que haga?.
Todo era muy frio, muy lejano. En realidad quería regresarme a Lima, en el primer vuelo. Todo el romanticismo se había desvanecido. En menos de dos meses que habíamos dejado de vernos, “Nefertiti”, se había vuelto, insensible y odiosamente “racional”. Solo me hablaba que quería ingresar a la “U.S. Navy”, que quería irse a California, y en algún momento me dijo claramente que me iba a ayudar a conseguir una beca en la New York University Law School, y punto. Nada de planes, Nada de nada. Ni una lágrima, ningún suspiro, ninguna emoción desbordada, es decir, se le había anulado toda expresión sensible. “Nefertiti” se había endurecido, algo muy serio había pasado, en menos de dos meses. Pensé que esa era la bienvenida con despedida incluida, que, prácticamente, había viajado hasta New York, solo para darnos el adiós definitivo. Esa fría mañana, no pude estar más triste.
Dentro de esa profunda “caída libre emocional”, por la decepción de la bienvenida, con lo poco que me quedaba de fortaleza, me dije a mi mismo, que de allí en adelante, me comportaría con “Nefertiti”, como un turista, o un huésped, o como un simple amigo, que venía a New York a buscar una beca de estudios. Solo quise cubrir mi rostro, para no mostrar mi dolor. Éramos dos amantes desconocidos en medio de la nada.

De niña a mujer

Con el corazón “en estado de hibernación”, decidí dejarme llevar por la marea. “Nefertiti”, después de haberse graduado en una de las mejores escuelas de Terapia Física, para el tratamiento del Altzheimer, ubicada en Manhattan, había conseguido un buen contrato para trabajar en una prestigiosa empresa neoyorquina que brinda servicios para el cuidado de personas adineradas con esa enfermedad. Sin embargo, tuvo que suspender su contrato por mi llegada a New York. Asimismo, se había presentado a la U.S. Navy, dado que le fascina la disciplina, el orden y pertenecer a una organización fuerte y unida.

"Nefertiti” ya había tomado sus propias decisiones, que estaban siendo interferidas con mi sorpresivo arribo. Ella ya se había despedido de mí. Si tuve una oportunidad, la había perdido en Lima. New York era entonces, un terreno nuevo, desconocido por mí, pero conocido muy bien por ella. Allí solo sobreviven los más fuertes, los más decididos y arrojados. Y ella se consideraba así. Una luchadora, y no iba a estar dispuesta a que nadie, le arrebate una vez más sus sueños, aunque sea un romántico el que lo haga. “Nefertiti” ya había madurado. Era toda una mujer.
Años después, y ya casados, “Nefertiti” me explicaría que su fastidio cuando llegué a New York, estaba asociado a muchas razones, entre ellas, el hecho de haberme aparecido nuevamente en su vida, cuando ella ya había tomado el rumbo de la suya. Ella tenía planes, y de repente yo me aparecí, allí campante y sonante, diciéndole “te quiero y todo lo demás”, pero eso, para una mujer, que cada cosa en su vida le había costado mucho dolor y sufrimiento, no era suficiente. Allí aprendí que a las mujeres, no les basta que les digan “te quiero” mil veces al día. Ni les basta que las llenen de historias de amor que no terminan en nada. En el fondo, las mujeres son mil veces más frías que los hombres, cuando se trata de definir cosas sustanciales de la vida, tales como los hijos, el presupuesto familiar, el trabajo, etc. Son también muy románticas, claro que sí, pero con los pies sobre la tierra. A diferencia de la mayoría de los hombres que somos, románticos y encantadores, pero que al momento de comprometernos con una mujer, podemos llegar ser muy cobardes e irresponsables, sin generalizar, por supuesto. En realidad, “Nefertiti” estaba furiosa conmigo, porque yo no había sido capaz de definir claramente mi compromiso, con ella, en Lima. Le parecía bonito y romántico que me vaya a New York a buscarla, si claro que sí, pero ¿en términos sustanciales?, ¿Qué compromiso había de por medio?, y no me refiero al matrimonio, ya que a ella no le importaron mucho los convencionalismos sociales limeños, sino a ¿qué compromiso de vida iba a tener con ella?. Tenía razón, yo me estaba comportando como todo un “hombre romántico”, pero no como un “hombre comprometido”. El compromiso de vida, es la columna vertebral de una pareja, sino hay eso, la pareja no podrá dar ni un paso en firme. Así lo entendí, pero sin embargo, me guardé la reflexión. No se la dije. Decidí retomar el control de la situación, en el sentido más positivo, por supuesto. Entendí que tenía que recuperarla y que ella no me lo iba a hacer fácil.

La Gran Manzana

Yo tuve dos amores en aquel viaje. “Nefertiti” y “New York”. “Nefertiti” nunca estuvo celosa de “New York”, ya que ella también la ama en silencio. “New York” es definitivamente una ciudad mágica. Con “New York” solo caben dos alternativas: o se le ama incondicionalmente (por ese no se qué), o se le detesta (sus taxis, su basura, su monóxido, sus delincuentes, sus ratas, etc.). Cuando uno la ama, la ciudad se entregará, sin límites, a sus amantes incondicionales, lo mejor de sus frutos. Si se le detesta, la ciudad ocultará su belleza, y lo que es peor, hará todo lo posible por expulsar al advenedizo de sus dominios. A mí “New York” me recibió con los brazos abiertos, porque la amé sin conocerla. Antes de viajar miré miles de fotos y leí decenas de artículos sobre “New York”. Yo me confieso y me reafirmo, como uno de sus amantes incondicionales. Además, New York fue la segunda gran señal de mi vida, la primera, fue Macchupichu.

Mi primera impresión de “New York” la tuve desde el avión, y me pareció, realmente, una ciudad del futuro. Su modernidad y paisaje es propio de una Alejandría del Siglo XXI.

Mi primer contacto con “el metro” de Manhattan, fue impactante, teniendo en cuenta que en Lima, todavía no tenemos un metro.

Me sorprendió también, encontrar esos verdaderos genios de la música, en sus pasillos. Muchos de ellos, realmente podrían ser muy famosos concertistas.

"New York" es una ciudad camaleónica. De día es una metrópoli moderna y dinámica.
Por las tardes, antes de una tormenta, puede ser impredecible, y hacernos creer que se viene el "fin del mundo".

Y por la noche, es una fantasía pintada en el aire.

La caramelo

“Nefertiti”, a pesar de todo su fastidio, había hecho una gran labor de conseguirme un “basement”, en una bonita zona de “Flushing”, en los bajos de donde vivía mi suegra “Caramelo”. Ella es una mujer muy inteligente y trabajadora, y siempre preocupada por los suyos y de los demás. Ha ayudado a mucha gente, a hacer una vida. Ella logró abrirse paso en “New York” a pesar de haber adquirido la nacionalidad estadounidense casi a los 50 años. Hoy tiene casi setenta, y realmente es para quitarse el sombrero, por su tenacidad, carisma y por todo aquello que ha logrado en su vida, gracias a su propio esfuerzo y tesón, que ha hecho de ella una mujer muy fuerte, tanto que viene resistiendo una “leucemia” desde hace varios años, que no puede acabar con ella, por esa actitud positiva que ella tiene ante la vida. Es increíble ver como una mujer con leucemia avanzada, con sesiones mensuales de quimioterapia, y para coronar, con osteoporosis, cada cuatro meses, coge su maleta, y se va a un crucero por Las Bahamas, o a Europa, o a Acapulco, como si no pasará nada. Es admirable. Ahora, con los años, me doy cuenta que mi suegra “Caramelo” fue, en realidad, nuestra cómplice. Guardó nuestro secreto de amor prohibido, con un digno y admirable silencio. Ella es una mujer muy romántica, que a pesar de haber sido herida de muerte en su corazón, nunca dejó de creer en el amor, y por eso fue la única que nos ayudó en nuestra locura de amor. Con los años, y a pesar de las desavenencias iniciales, propias de las suegras, he aprendido a valorarla como lo merece, por lo que siempre tendrá un lugar especial en mi corazón. Para mí, más que una suegra, la recordaré siempre como nuestra noble cómplice de amor, y no podría ser de otra manera, ya que, su corazón está hecho de “caramelo”.

Happy New Year 1997

La primera vez que conocí Manhattan, fue la noche del 31 de Diciembre de 1996, cuando “Nefertiti” me llevó a “Times Square” para recibir el Año 1997. Recuerdo vivamente, esa noche, cuando subiendo las escaleras de la salida del metro al “Rockefeller Center”, me encuentro con una selva de rascacielos, de un tamaño que nunca había visto antes en mi vida.

Lo que nunca voy a olvidar, es ese olor a piedra y acero, tan característico de Manhattan. Había miles de almas, entre turistas, newyorkinos, policías, etc., todos embarcados en una gran fiesta en las calles, con sus lentes amarillos conmemorativos del año nuevo, gorros y pitos, y todo ese “cotillón” que se usa, para recibir el año.

Los exploradores

Durante los dos primeros meses que me quedé en New York, “Nefertiti” y yo, discutíamos a diario, sin embargo, la pasión entre los dos, crecía en relación proporcional a su fastidio. Sus prioridades comenzaron a cambiar, pospuso contratos, hasta que finalmente, decidió pedir una licencia, por todo Marzo, para poder dedicarse a mí. La irresponsabilidad del amor estaba apareciendo nuevamente en nuestras vidas. Era una buena señal. Comenzamos a explorarnos, primero a nosotros mismos, y luego a explorar la ciudad. Había regresado, la locura del amor, y cuando eso sucedió, empezó nuestra intensa historia de amor en New York.

Salíamos, desde muy temprano, a caminar de la mano, durante horas, por toda la isla de Manhattan. La recorrimos, de punta a punta, con nuestras mochilas a la espalda. Nos alimentábamos solo de “hot dogs”, sándwiches de “atún”, manzanas rojas y agua pura. Eso comimos, para economizar, durante toda la exploración que hicimos de ese maravilloso territorio de 21 km de largo, que fue vendido, en el Siglo XVII, por los indios americanos, a los colonizadores holandeses, por sólo 24 dólares. Visitamos el Museo de Arte Metropolitano, donde “Nefertiti” se quedó prendada de las obras de Claude Monet, una réplica de las cuales, actualmente, tenemos enmarcado en nuestro dormitorio.

Caminamos por el hermoso “Central Park”, y su “Strawberry Fields”, allí donde se encuentra el tradicional azulejo de “Imagine”.

"Nefertiti" me acompañó una mañana, a comprar mi hermosa guitarra acústica “Yamaha”, y esperó pacientemente, durante horas, como las probaba una por una, ya que ninguna guitarra es igual que otra. A ella le encantaba que le cante, suavemente, sentado al pie de la cama, hasta que se quedaba profundamente dormida, "Real Love" de John Lennon:

Por la noche, regresábamos al “basement” con toneladas de libros, documentos, encartes, etc, etc., y yo me ponía a leer uno por uno, hasta altas horas de la madrugada, y descubría cosas increíbles de la ciudad. Una de ellas es que Manhattan, es una ciudad donde muchísimas cosas se pueden conseguir totalmente “free”. Una de esas actividades gratuitas, fue obtener una beca para estudiar inglés por dos meses, en la New York Public Library (NYPL), la más importante Biblioteca de New York. Fue así como pude economizar un dinero que lo tenía destinado para pagar un curso de inglés mientras duraba mi estadía en NY, y que nos sirvió para seguir explorando “la gran manzana” con “Nefertiti”. En la NYPL, conocí excelentes personas, con los que pude practicar mi inglés. Había estudiantes croatas, húngaros, serbios, hindúes, rusos, japoneses, etc., todos profesionales que habían llegado a NY para empezar una nueva vida, huyendo de la violencia política de sus países, economías en crisis o simplemente postular a becas en universidades americanas, que era mi caso. La NYPL fue una experiencia inolvidable.

Yo sentía que estaba recuperando poco a poco a “Nefertiti”, y era feliz en silencio. Ella tenía nuevamente esa mirada maravillosa, y su corazón se estaba entregando al mío. Empezamos a reconocernos el uno al otro, ya nos besábamos en cada esquina de “la Gran Manzana”. Nuevamente hacíamos todo juntos y sentíamos que esa gran ciudad, era nuestra. Caminamos abrazados por el “Riverside Park” mirando el río Hudson.

Nos sentábamos en nuestra librería favorita “Barnes & Noble”, en la que podíamos leer todos lo libros que queríamos y nadie se atrevía a molestarnos, y lo mejor de todo, no se obligaba a comprar. Era la librería de los sueños, para cualquier lector peruano, que lamentablemente está acostumbrado a ser perseguidos por el personal de las librerías (que parecen de la “Gestapo”), y expulsados con la mirada, si no compras el libro que tocaste. Fuimos muy felices en "Barnes & Noble", sentados entre sus estantes, sin que ningún "celador de la cultura", nos moleste.

Fuimos, también, a la Estatua de la Libertad en el “ferry”, y nos subimos a la cabeza de la estatua y miramos todo New York desde allí. Fue una experiencia extraña estar "literalmente" dentro de la mente de "Miss Liberty". Percibí en toda su magnitud, la sensasión de libertad que habrá sentido, el gran escultor francés "Bartholdi", cuando la observó al terminarla.

"Nefertiti" y yo, nos sentamos en la baranda del “South Street Seaport”, y desde allí miramos el puente “Brooklyn”, sintiendo intensamente el magnetismo de esa maravillosa ciudad. Era como si nuestra historia de amor, fuese muy, pero muy antigua. Como si, en otra vida, ya "nos hubiésemos amado tanto".

Strangers in the Night

“Nefertiti” comenzó nuevamente a ser mi auténtica compañera. Ya no éramos dos témpanos de hielo, ya que en el camino nos derretimos por las brasas del amor, que despertaba de su estado de “hibernación”, cada día, y fue así como, poco a poco, como se logran las grandes cosas en la vida, que empecé a recuperar el amor de “Nefertiti”. A demostrarle, con mi presencia en New York, que juntos podíamos lograr más cosas en la vida, que separados. Que ambos nos necesitábamos, ya no con ese amor casi estudiantil que tuvimos en Lima, No. Que nos necesitábamos para construir algo diferente, algo duradero, un auténtico compromiso. Y New York, era nuestra prueba de fuego. Dios nos había juntado en esa maravillosa ciudad, para darnos la oportunidad, a los dos, de entender “su señal”. De esta manera, dimos nuevamente, rienda suelta a nuestro amor, y no podíamos celebrarlo de otra manera, que en un “karaoke”, así que buscando, encontramos uno muy bonito, en el edificio del “Citibank”, que curiosamente, era el banco que me estaba financiando el viaje. El “Karaoke” tenía una gran ventanal, por el cual, mientras uno cantaba, se podía observar los magníficos “Skyscrapers”, con el fondo de una noche estrellada. La imagen eran inigualable, así que la canción perfecta para la ocasión era: “Strangers in the Night” del gran Frank Sinatra:

La Costa Este

El punto cumbre de nuestra locura de amor, fue viajar por la costa este de Estados Unidos. Cogimos nuestras mochilas, y sin importarnos el escándalo familiar que se suscito en la familia de “Nefertiti”, fuimos a la “Penn Station” y nos subimos en un “Greyhound” y nos escapamos con dirección a Philadelphia y a Washington, en un primer viaje, y a New Haven y Boston en un Segundo viaje. Lo que vivimos en esos viajes fue sencillamente inolvidable.

De Washington, conocimos el Capitolio, La White House, la “Congress Library”, que es la Biblioteca más grande del mundo, en la que me inscribí como lector internacional, la “Suprema Court”, el obelisco, el monumento a Abraham Lincoln, la tumba de J. F. Kennedy en el cementerio de Arlington y la George Washington University. En Philadelphia nos hospedamos en la casa de uno de los críticos literarios y uno de los poetas latinoamericanos más importantes radicado en USA, quien nos paseó por el barrio bohemio de la ciudad, hablando de todo hasta altas horas de la noche, entre vinos y quesos. Conocimos en la Campana de La Libertad, el Salón de la firma de la Independencia americana, el Museo de Arte de Philadelphia donde están las huellas de la película “Rocky”, y nos sentamos a lado de Benjamín Franklin y conversamos amenamente con estudiantes de la Penn University. En New Haven, Connecticut, visitamos el campus de la Yale University y el centro de la ciudad. Finalmente, llegamos a Boston, y conocimos el Museo de la Familia Kennedy, en el cual nos quedamos completamente dormidos, de cansancio, dentro del museo. Hicimos un tour completo por todo el campus de la Harvard University, así como por a la Boston University. A pesar de todo lo maravilloso que lo estábamos pasando, “Nefertiti” seguía fastidiada conmigo, y yo me di cuenta que en el fondo, estaba evidenciando su molestia porque yo aparentemente, estaba haciendo un tour universitario, con la finalidad de buscar una beca de estudios, pero no veía en mí, una decisión respecto a ella. El mensaje que expresaba su rostro era más o menos, el siguiente: “Ah qué bueno, o sea, tú te vienes a hacer turismo universitario, para seguir con tu carrera, y yo después me quedo sola, con mi corazón roto”. Pero lo que ella no imaginaba era que yo ya había tomado varias decisiones personales, que las mantuve en secreto, decisiones en las que obviamente, ella formaba parte, pero que por eso que se llama “el juego del amor”, no se las decía. No quería arriesgarme a sufrir otra vez, como me sucedió a mi llegada en el aeropuerto de New York. Había aprendido rápidamente. Ahora era yo el que la observaba a ella. Ahora era yo el que quería estar seguro, si ella también estaba dispuesta a comprometerse de verdad conmigo. Todo era parte del “juego del amor”.

La despedida

Dos días antes de regresar a Lima, y como despedida, nos fuimos, muy elegantes a cenar a un muy bonito restaurante bohemio de moda, en aquella época, ubicado en la Quinta Avenida, llamado “El Torito”. Luego, nos fuimos a caminar de la mano por el Greenwich Village, para retornar finalmente a Flushing a pasar nuestra última noche en New York. Esa noche fue intensa y a la vez triste. “Nefertiti” estaba sufriendo una vez más. Yo por mi parte, también estaba triste, pero a la vez, seguro de mí mismo, respecto a las decisiones “secretas” que había tomado. Al día siguiente, nos dirigimos al aeropuerto John F. Kennedy, registré todo mi voluminoso equipaje, guitarra nueva incluida. “Nefertiti” estaba vestida con un hermoso abrigo de paño negro, con botones plateados y un pañuelo muy fino de seda blanca con bordes dorados. Parecía una oficial de la US NAVY. Estaba hermosísima. Milagrosamente, el cabello le había crecido de nuevo en New York en menos de cinco meses. El amor fue el milagro. Por los altavoces anunciaron la salida de mi vuelo a Lima. Ahora era yo el que partía. Nuestro amor, una vez más, estaba siendo probado por la prueba de la separación. Siempre será cruel, la separación de dos seres que se aman, pero, muchas veces, es el precio que exige el amor, y la separación es una fría moneda que muchas veces hay que pagar, para ser admitido en su fantasía. No hay amor sin dolor y yo estaba dispuesto a pagar ese precio, a apostar por nuestra felicidad, aunque eso significara separarnos de nuevo. Si antes decidí dejarla ir a “Nefertiti” para que sea feliz, ahora decidí partir yo, para poder ser felices los dos. Era una ecuación matemática compleja. Uno más uno no era dos, sería cuatro. Y así, me despedí con una sonrisa, y con esa absoluta seguridad, que solo otorga Dios cuando uno interpreta correctamente su “señal”. “Nefertiti” me acompaño hasta la misma puerta de embarque. Allí estaba parado un moreno policía de migraciones, inmensamente grande y gordo, perfectamente uniformado. Nos miraba con asombro cómo “Nefertiti” y yo, nos abrazábamos, acariciábamos y besábamos con infinita ternura. Luego, “Nefertiti” me mira a los ojos, llorando de dolor, y me pregunta con su dulce y suave voz de niña-mujer: ¿Nos volveremos a ver?, y yo le respondí, con una total seguridad: “Yo ya te demostré que te amo, viniendo a New York. Ahora te toca a ti, demostrarme cuanto me amas y si estás dispuesta a regresar a Lima, y dejar todo, absolutamente todo por mí, para ser feliz, para siempre, a mi lado.” Nos dimos un fuerte abrazo, la besé en la frente y entré a la sala de embarque. Caminé unos pasos, voltee a mirarla, y recuerdo como si fuera ayer, su imagen a través de la pared de vidrio, con el sonido de una fuerte tormenta que se desató en ese momento, la lluvia envolviendo sus lágrimas inagotables, su bello rostro con el sello del sufrimiento y el desconcierto. La vida, nos estaba sometiendo a una nueva prueba. Nuestros caminos se separaban una vez más, y solo Dios sabría, si era para siempre.

El retorno

Cuando llegué a Lima, empezó mi tortura nuevamente. Las noches se hicieron crueles e interminables. Mi alma necesitaba a “Nefertiti”. La llamaba todos los días para soportar. Todo era una tortura de amor. Recordaba cada momento que vivimos en New York. Cada noche en ese “basement”, teniendo como fondo musical de mi angustia la canción "Have I Told You Lately That I Love You" de Rod Stewart, que tanto le gusta escuchar a “Nefertiti”:
“Nefertiti” pasaba por lo mismo. Llegó a su casa después de despedirse de mí en el Aeropuerto, y cayó enferma con fiebre durante varios días. Se había enfermado de pura pena. En medio de tanto dolor, tomó “la decisión” de su vida. Decidió regresar a Lima, y dejar todo lo que tenía ya asegurado en New York. Después de quince días de haber regresado, “Nefertiti” me llamó por teléfono, y me da la feliz noticia: “Ya arreglé todo aquí. Me voy a Lima para estar juntos. No importa lo que pase. No importa si te casas o no conmigo. Solo voy a tu lado. Te necesito y eso es suficiente. No puedo vivir sin ti y tú tampoco, sin mí, así que, sigamos con ésta locura, te amo.” Yo sentí que tocaba el cielo. Mi corazón explotaba de felicidad. Mi arrojo y valentía de amor había dado sus frutos. Como dije, “el amor será dado solo para los valientes”.

“Nefertiti” regresó a Lima, a mediados del año 1997, y no tenía a ningún familiar en Lima. Solo me tenía a mí, y era suficiente. Estaba arriesgando todo por su amor hacia mí, sin condiciones. Cuando la fui a recibir, y la vi a lo lejos, en la cola de revisión de maletas, comprendí, en toda su inmensa dimensión, que “Nefertiti” me amaba profundamente. El amor solo se demuestra con hechos, no con palabras, y ella, me lo estaba demostrando con su retorno, renunciando a su “Green Card”, que tantos años de sufrimientos le había costado, su contrato, sus planes de la U.S. NAVY, en fin, estaba renunciando a todo, por mí, y yo, en ese instante, tomé la decisión de casarme con ella, pero no le dije nada, solo la contemplaba y la amaba más que nunca.

El tsunami

Como “Nefertiti” no tenía a nadie en Lima, asumí totalmente su protección y cuidado. Por primera vez en mi vida, estaba asumiendo la responsabilidad y el compromiso “real” con una mujer. Dejé de ser un adolescente, para convertirme en todo un hombre. Asumiendo mis propias decisiones y acciones. La decisión de comprometerme con “Nefertiti”, fue la primera decisión madura de mi vida, y me sentía feliz de haberla tomado.

Le alquilé una impecable y blanca habitación, de estreno, en pleno Miraflores, muy cerca del mar. A través de unos amigos de ella, consiguió un trabajo, más o menos bien remunerado, en un Banco chileno recién instalado en Perú. Todo iba bien, hasta que apareció el “tsunami”. A los pocos días de haber llegado “Nefertiti” a Lima, la empresa exportadora en la que yo trabajaba, quebró, por la crisis asiática que llegó al Perú, justo cuando el fenómeno del Niño azotaba a las exportaciones. Todo se nubló, y al final, “Nefertiti” se halló sola en el Perú, con su pareja sin trabajo y con muchas deudas, muchas de ellas derivadas del viaje a New York, porque nunca hay que olvidar que “las tarjetas de crédito se pagan”. El panorama era oscuro e incierto, y como se da, en las épocas de oscuridad, los golpes siempre vienen seguidos, como las olas de un “tsunami”, y la última ola siempre es la más fuerte. Y así sucedió. En diciembre de ese año, tres días antes de la Navidad, muere en un terrible accidente mi querida sobrina “María Eugenia”, hija de mi hermano Félix. “Queñita” era una carismática y dulce niña que escribía poesía y pintaba maravilloso. El golpe que sufrió toda mi familia, fue indescriptible. La muerte de “queñita” cambio mi forma de ver la vida y la muerte. Ese fue el segundo gran trauma de mi vida, el del campamento de “Atila” fue el primero. Un mes antes de partir al lado de Dios, “Queñita” me envió una cartita que hasta ahora la guardo. Ella no conocía a “Nefertiti”, solo habían hablado unos minutos por teléfono meses antes. Lo hermoso de su carta, es que me deseaba mucha suerte en la vida, y sobre todo nos deseaba a “Nefertiti” y a mí, que seamos felices, sin saber si quiera, que nos casaríamos después. Se estaba despidiendo y nos daba su bendición. El “tsunami” había pasado y causó desolación y destrucción en mi familia.

El amanecer

Después del paso del “tsunami”, vino el amanecer. Los primeros días de Enero de año 1998, recibí una cabalística llamada de un amigo de la maestría, ofreciéndome un puesto como asesor legal en el Estado. Acepté sin pensarlo dos veces, y recuerdo que la llamada la recibí cuando estábamos en la habitación de “Nefertiti”. Le di gracias a Dios. Mi relación con él se había fortalecido a raíz de la muerte de “queñita”, ya que esa muerte me enseñó que nada de lo que ocurre en éste mundo, se hace de acuerdo a nuestra voluntad, sino a esa voluntad superior, que Dios manifiesta a través de “señales”. Yo le había pedido que me consiga un trabajo para poder casarme con “Nefertiti”, con tranquilidad. Y me lo concedió, como todo aquello que me concede a diario en mi vida. Lo más importante de ese trabajo, era que Dios me estaba llevando después de diez años de estar en el sector empresarial, a un sector en donde iba a tener injerencia directa con los asuntos sociales, pero sobre todo, con los más pobres del Perú. En ese año mi vida cambio bruscamente de rumbo, ya que pasé de un mundo absolutamente crematístico y práctico, a un mundo de compromiso social. En otro spot hablaré sobre ese cambio de trabajo. El hecho es que el panorama mejoró notablemente, se me abrieron muchas puertas en el sector público, y comencé a vivir nuevas y refrescantes experiencias en mi nuevo trabajo. A “Nefertiti” también le comenzó a ir bien en su trabajo, tanto así que, la premiaron como la empleada estrella del banco durante varios meses. Así las cosas, pensé que el ambiente era el adecuado para formalizar mi compromiso con “Nefertiti”, y así fue.
Un domingo, le llevé a la Iglesia Virgen de Fátima de Miraflores, una de las más hermosas iglesias en el Perú, regentada por la “Orden de los Jesuitas”, que queda frente al mar de nuestro querido Miraflores.

Estábamos sentados, escuchándola la misa, cuando le pasé la voz con mi mano. Ella volteó a mirarme, y le enseñé un papelito blanco doblado, y susurrándole al oído, le pido que lo lea. El papelito decía: “Frente a Dios como testigo, te pido con todo mi amor, que seas mi esposa ¿aceptas?”. “Nefertiti” lo leyó, y volteó rápidamente su cabeza hacia mí, me miró fijamente, con sus hermosos ojos llenos de felicidad, y dejó caer dos gruesas lágrimas por sus mejillas, y conteniendo el llanto, me dice con voz entrecortada: “Si mi amor, claro que acepto. Te amo”. Yo sentí que era el hombre más feliz del mundo. Le cogí la mano y le dije que le demos gracias a Dios, porque se había realizado su voluntad. Y así, empezó nuestro camino al altar.

El aniversario

Nos casamos un 10 de Octubre del año 1998, un día de sol radiante, es decir, hoy cumplimos diez felices años de casados. Ese día fue un día especial, no solo porque fue nuestro matrimonio, sino porque realmente fue un día hermoso. Recuerdo el ingreso de “Nefertiti” a la Iglesia Virgen de Fátima. Estaba bellísima. Le había crecido el pelo, y le permitió hacerse un peinado hacia atrás, mostrando su rostro perfecto, con esa pequeña nariz de princesa, y esos seductores ojos almendrados. “Nefertiti” vistió un hermoso, elegante y simple vestido blanquísimo, de chantu francés, que mostraba su espigado y delicado cuello de reina egipcia, y de la mano, un ramillete de rosas blancas y rosadas. Lo más emotivo del matrimonio fueron nuestros votos de amor, que hasta ahora los conservamos en sus amarillentas tarjetas, junto a todas nuestras fotos y recuerdos.

Después de la emotiva ceremonia, tuvimos un sencillo pero significativo, almuerzo en un restaurant de comida peruana, entre familiares directos y amigos muy cercanos. No hubo baile, porque la familia todavía estaba de luto, pero hubo mucha alegría y romanticismo, y en medio de ese cálido ambiente, “Nefertiti” y yo, no pudimos evitar, bailar nuestra canción “La Boheme” de Charles Aznavour:

Recuerdo que uno de los comensales del lugar, se paró a un costado, y nos miró embelesado, cómo bailábamos, “Nefertiti” y yo, mirándonos fijamente a los ojos. Diciéndonos todo el amor que sentíamos el uno al otro, nos besámos, y en medio de ese hipnótico momento, el comensal grito con el corazón: ¡Eso es amor!. Nunca olvidaré, ese instante, porque, sin conocernos, ese comensal, extraño a nuestra vida, pudo apreciar, con suma naturalidad, cuán grande era nuestro amor. La felicidad, inundaba nuestra vidas.

Con nuestro matrimonio, cerramos con broche de oro, el clímax de una historia de amor que comenzó diez años atrás, con ese relámpago de amor que sentí en esa esquina de mi barrio. Todo lo vivido, todo lo soñado se revelaba en medio de ese baile mágico. Ese día fue nuestro, corrimos como niños por un hermoso parque, entramos a un “market” porque nos olvidamos comprar película para nuestra cámara fotográfica, todos nos aplaudieron, y el gerente nos regaló una caja de finos bombones de chocolate, estábamos embriagados de amor, y así entre champagne y fresas tuvimos nuestra “mil y una noche de amor”. Éramos felices, lo habíamos logrado.

Los frutos del amor

Dios coronó nuestro amor con la venida de “Manzanilla” y “Manzano”, nuestros dos queridos hijos. Los dos fueron un milagro, ya que “Nefertiti” fue diagnosticada con problemas para el embarazo. Lo intentamos como dos años, y nada. Cuando creímos que ya no pasaría nada y habíamos ingresado a esa difícil resignación de los que no pueden tener hijos, floreció primero “Manzanilla”.

Una mañana “Nefertiti” me llamó al trabajo, y me dijo que vaya urgente a la casa. Cuando llegué asustadísimo por ella, me esperaba echada en nuestra cama, con una cajita de zapatitos tejidos de lana, color celeste, y con lágrimas en los ojos me dijo: “Llegó nuestro bebé”.

Yo no pude aguantarme y sentí que dos ríos se salían de mis ojos, nos abrazamos fuertemente, le dimos gracias a Dios, y fuimos los esposos más dichosos. Nuestro más grande deseo se había cumplido. “Manzanilla” llegó al mundo un 05 de Junio del año 2002, e iluminó nuestra vida con toda su luz al ritmo del "Aserejé", alegre canción de moda en esa época:

“Manzanilla” es hoy, un dulce y precioso niño de seis años, que toca piano con partitura y todo, y canta “Let it Be” en Karaoke, frente al público y sin vergüenza alguna.

El segundo milagro de nuestra vida, fue la maravillosa y sorpresiva llegada de “Manzano”.

Digo sorpresiva porque nos enteramos de su llegada en un examen de rutina de “Nefertiti” a los pocos meses de haber dado a luz a “Manzanilla”. Recuerdo cuando el ginecólogo, mientras pasaba el ecógrafo, por el vientre de “Nefertiti”, y conversaba conmigo, me dijo:"¡Que abusivo eres, Ojoavizor, tu esposa está otra vez embarazada, y en menos de un año!". Yo seguí conversando como si no hubiera escuchado nada, y “Nefertiti” no sabía si llorar o reírse. Cuando reaccioné, la abracé y le dije: “Es la voluntad de Dios”, y el ginecólogo, amigo nuestro, me dijo: “Oye, oye, Ojoavizor, un momentito, no metas a Dios en esto, lo que ha pasado es que no te has esperado a que “Nefertiti” se recupere de su primer parto, y ya diste en el blanco otra vez, eres bravísimo, Ojoavizor”. Bueno, nos reímos todos, y lo celebramos con infinita alegría. Esa noche nos fuimos a un centro comercial y le compré un osito con abrigo amarillo y un paraguas que cuando cuando se presionaba la patita izquierda, sonaba la canción "Raindrops Keep Falling On My Head":

“Manzano” nació un 19 de Julio del año 2003, un año después de “Manzanilla”, y hoy es un bello y coqueto niño, que conquista a todos con su gracia e inteligencia, sobre todo cuando baila “Be-Bop-a Lula”:

“Manzanilla” y “Manzano” son todo en nuestras vidas. Ellos son el fruto más genuino de nuestro amor, y esperamos con todo nuestro corazón que sean hombres de bien en la vida, respetando la sensibilidad de los demás. Algún día ellos seguirán su camino, y lo único que les dejaremos, es esa formación de amor y decencia tan necesaria en estos tiempos. Estamos orgullosos de ellos, y yo en particular, me siento el padre más feliz del mundo, y le doy gracias a Dios, todos los días de mi vida, habernos bendecidos con estos preciosos y dulces hijos, con el especial encargo de cuidarlos y formarlos para su plan divino. Estoy seguro que, “Nefertiti” y yo, cumpliremos a cabalidad nuestra responsabilidad de formar en amor, a nuestros amados hijos, y aspiramos, que algún día le den muchas alegrías al mundo.

El amor

El amor es la máxima expresión de nuestro "lado claro". El orgullo, el rencor y la traición son sus enemigos más peligrosos. Ellos acaban con el amor. Con “Nefertiti” hemos discutido un millón de veces, pero nunca hemos dejado que ninguno de ellos ingrese para quedarse en nuestra vida. Mi amor a "Nefertiti" es un amor comprometido, y así se lo he demostrado, en cada caída y en cada levantada. Por eso, es que a pesar que, en el último año, hemos sufrido tanto, nuestro amor sigue intacto, fuerte, inmenso, incólume y digno. Esa es nuestra victoria de vida, mi amada "Nefertiti", haber resitido a todo, y a todos aquellos que no querían que seamos felices. No tendremos riquezas, ni oropéles, pero tenemos lo más importante que puede tener un ser humano: amor. Nuestro amor nos hizo libres, "Nefertiti", y esa libertad será la mejor herencia que tendrán nuestros hijos, ya que ellos, algún día, verán el mundo con sus propios ojos, y cuando amen a su pareja, sabrán, así como hoy, lo sabemos nosotros, que el amor, es la cosa más esplendorosa que existe. Ojoavizor