sábado, 14 de febrero de 2009

Las palabras



Igual que una flor bella y de brillante color, pero sin perfume, así son de estériles las buenas palabras de quien no las pone en práctica.
Verso 51, El Dhammapada



Soy un hombre de muchas palabras. Necesito expresarme a través de las palabras, ya sea habladas, cantadas y hasta hace unos meses, descubrí que también necesitaba escribirlas. En realidad, siempre cargo con mis palabras, las produzco profusamente, ya que las necesito para afirmarme. Me apoyo en ellas como un inválido se aferra a sus muletas. No tengo alternativa, soy abogado, y no existe abogado en el mundo, que no sea esclavo de sus palabras. A pesar que asumo, avergonzado por cierto, este inevitable defecto personal de vertir palabras como cataratas, siempre he creído que más importante que la cantidad de palabras que uno diga, es que seamos conscientes de “la calidad” de nuestras palabras, es decir, si en la práctica, cumplimos con nuestra palabra empeñada, si nuestras “buenas” palabras son coherentes con nuestras acciones o si nuestras palabras pueden dar esperanza, ayudar y hacer felices a los que nos rodean.
La promesa
¿Cuántas veces nos han prometido, o hemos prometido algo?. Y cuando lo hemos hecho, ¿hemos cumplido nuestra promesa?. Cumplir promesas es muy difícil, ya que exige una gran dosis de sacrificio de nuestros propios intereses personales. En la práctica, implica un renunciamiento del propio interés, para satisfacer los intereses del “otro”, es decir, de aquella persona que espera el honramiento de nuestra promesa, con ilusión y confianza. La mayoría de las veces, en el instante mismo que estamos prometiendo, en nuestro interior, hay una voz que nos dice que es muy probable que no cumpliremos o, que en su defecto, hacerlo, nos costará mucho más de lo que creemos. Sin embargo, a pesar de todo eso, hacemos promesas, y experimentamos esa maravillosa sensación que significa “prometer”, ya que una promesa, siempre generará una sonrisa del que la recibe. Las promesas de amor, por ejemplo, son una de las más hermosas promesas, ya que cuando se dan, producen en los que las reciben, esa maravillosa sensación de saberse amados para siempre.


Es que las promesas, traen consigo una carga muy poderosa, transforman una realidad “existente” por una realidad “soñada”, es decir, una realidad que solo está en la mente del “prometido”. El ser humano necesita de las promesas para vivir. Sin promesas, el mundo sería un paisaje gris de realidades estáticas, sin sentido y sin futuro. Una promesa, es la llave del futuro. Nos garantiza que todo será diferente y mejor. ¿Porqué entonces, siendo la promesa un vehículo lleno de sueños por realizar, termina por perderse en ese oscuro y cruel bosque de la mentira y del incumplimiento?, ¿Porqué prometemos algo que, interiormente, sabemos que no cumpliremos?, ¿Qué es lo que nos impulsa a prometer una mentira?, ¿Qué oscura fuerza hay dentro de nosotros que nos lleva por ese camino inmisericorde, de hacer sufrir a otro ser humano, con nuestras falsas promesas, mentiras o promesas incumplidas?. Algunos dirán que es “la realidad”. Que la vida es dura y cambiante, y que hay que “madurar” para entender que mentir es de vital necesidad en una sociedad en la que la mayoría de seres humanos miente e incumple. Esa es la regla, la excepción estaría relegada a algunos seres “disfuncionales” o “ingenuos”, o cualquier adjetivo que le vaya bien a todas aquellas personas que creen en la palabra empeñada y que viven diciendo la verdad, es decir, una especie de ser humano en extinción. Estamos frente a una triste paradoja. Mientras los Estados y las familias, aparentemente, promueven valores ciudadanos en las escuelas de niños de todo el mundo, todos somos testigos, como en el “día a día”, aumentan las estafas en los negocios hechas por los padres de esos mismos niños, divorcios y separaciones por mentiras, violencia e infidelidades por el egoísmo y la inmadurez de esos mismos padres, así como los interminables procesos judiciales por incumplimiento de los contratos celebrados por esos padres, supuestamente éticos y escrupulosos, y en general, todas estas terribles historias, llenas de tristeza, causadas por millones de personas que alguna vez prometieron decir la verdad, ser fieles al amor o cumplir con sus contratos en los plazos convenidos. En medio de toda la desdicha que causan las promesas incumplidas, aparecen en escena, los actores más conocidos en nuestro “gran teatro del mundo”: los políticos (ver el spot: http://ojoavizorlimaperu.blogspot.com/2008/12/el-poder.html ). Ellos son unos vendedores patológicos de ilusiones, que se han encargado, a lo largo de la historia de la humanidad, de devaluar la palabra, a su mínimo valor. Pero lo más grave no es eso. Lo más delicado es que, con su reiterada conducta han establecido una “cultura de la mentira y del incumplimiento”, que ha llegado a niveles alarmantes de aceptación social, sin mencionar, el terrible efecto que tendrá en las nuevas generaciones que crecerán en medio de la mentira, patrón de conducta, que se va enraizando en nuestras costumbres, y termina asfixiando nuestros sueños y oscureciendo nuestro futuro.

Ante tan dantesco panorama de “involución” y deterioro del tejido social, las familias se ven obligadas a formar a sus hijos con un doble standard ético. Por un lado, les proveen los mejores valores “teóricos”, pero por otro, les enseñamos, con nuestros más viles ejemplos, todo lo que necesitan aprender para sobrevivir en la “maestra vida”. Uno de los más negativos ejemplos que se les puede dar a nuestros niños, es el incumplir nuestras promesas, olvidándonos que ellos, jamás olvidan las promesas recibidas. Para ellos, una promesa es un juramento eterno. Es el primer referente lógico-afectivo-referencial del futuro. Podrá pasar muchos años, toda una vida incluso, y cuando nuestros hijos sean padres de familia, seguirán recordando, una a una, todas nuestras promesas incumplidas, con cada uno de sus dolorosos detalles, recordarán la frialdad de la decepción y el impacto de sus sueños contra el frío y duro muro de la mentira, quedará grabado en un cuadro perpetuo colgado en la galería de su mente .

Incumplir las promesas a un niño, es la mejor forma de enseñarles a mentir y condenarlos a vivir en la mentira. La mentira tiene un efecto devastador en la frágil mente de los niños. Por eso, considero que una forma de evitar dañar mentes inocentes, es hacer nuestros mejores esfuerzos para nunca mentirle a nuestros hijos, y cumplir con cada una de nuestras promesas con ellos, ya que del fiel cumplimiento de nuestras promesas, dependerá que ellos aprendan a creer en el valor de la palabra.
La coherencia
Desde muy joven, he sentido la necesidad de ser coherente con mis palabras y pensamientos. Dentro de mí, hay una voz interior que, permanentemente, me dice: ¡Cuidado, no mientas, no dañes, di la verdad, se coherente!. Es una voz que me mantiene siempre detrás de la línea. Hay momentos que quiero pasarla, solo para saber cómo se siente. Pero confieso que no puedo. Soy absolutamente incapaz de ser incoherente con la mayoría de cosas de mi vida. Siento que si engaño a alguien, lo dañaré para siempre, y eso no puedo soportarlo. No puedo soportar el dolor ajeno. Cuando veo el sufrimiento de alguien, me mimetizo en su dolor, y lo asumo como propio. Muchos me dicen que eso no está bien. Que debo aprender a ignorar el dolor ajeno, ya que me puede arrastrar como un río descontrolado y hundirme en sus profundidades. Soy consciente de eso, pero no puedo hacer nada por el momento. Para contrarrestar cualquier efecto negativo de un eventual arrastre, tengo a mi disposición un salvavidas: la coherencia. Siento que mientras más coherente sea, más fuerte serán mis convicciones, mis palabras, mis pensamientos y finalmente, mi sencilla pero útil, filosofía de vida personal.

He encontrado en la coherencia, una isla segura en medio de un inmenso mar de mentiras. Todos los días tenemos que lidiar con mentiras como: ¡Te pago mañana! (no paga), ¡Mañana te entrego los documentos firmados! (no firma), ¡el Perú es el boom económico latinoamericano! (48% de su población vive en pobreza extrema), ¡Los corruptos serán juzgados con todo el peso de la Ley!(los corruptos son liberados), ¡Te amo! (no la ama), ¡Es la última vez que lo hago! (es la penúltima y lo seguirá haciendo), etc., etc. La mentira denigra al ser humano. No hay arma más letal que la mentira. Daña al espíritu en forma irreparable, ya que toca nuestra fibra más sensible: nuestra fe. Cuando se daña la fe, el ser humano se vuelve insensible y duro. El engañado pasa a formar parte del ejército de los dañados del alma, que dejaron de creer en sí mismos y en los demás. Reconstruir la fe en la gente, es una labor que no es imposible, pero cuando se logra, la persona ya no es la misma. Cuando alguien ha sido dañado con una mentira, pierde una de sus vidas. Las otras, solo pasan a ser copias tenues del original. Algunas personas logran nacer de nuevo, sí, claro que sí, pero solo si encuentran un amor sanador, igual o más grande, que el daño causado, y eso en éste mundo, encontrar una fuerza transformadora de ese tipo, puede llegar a ser una utopía. Por todo esto, es que me aferro a mi obsesiva coherencia, porque me da seguridad en medio de la tormenta, y sobre todo, me ayuda a seguir creyendo en la viabilidad de las relaciones humanas. Sin la coherencia, sentiría que las ideas y los pensamientos, serían solo palabras vacuas y sin sentido, como en la mayoría de los casos, terminan siendo.

La esperanza

Las palabras deben llevar esperanza a los demás. Cuando las palabras son veraces, los que las escuchan o leen, visualizarán una posible esperanza en el futuro, en la vida, en el amor, en la piedad, en la verdad, y en general, en todas aquellas virtudes del espíritu. Las palabras esperanzadoras liberan al ser humano de su pesimismo y del dolor. Las palabras salvan al ser humano cuando están llenas de sabiduría. La esperanza podrá realizarse, si logramos la coherencia entre nuestras palabras y nuestras acciones.

Todos los sueños que encierran las promesas pueden materializarse, si hacemos el esfuerzo por cumplirlas. No importa que tan difícil sea hacerlo, no importa cuánto nos cueste, no importa que perdamos en el intento, lo importante es querer y tener la voluntad de cumplir con nuestras promesas, darle valor a nuestras palabras, con cada una de nuestras acciones, que deben ser el espejo de ellas. Busquemos la verdad de nuestras palabras y acciones, como si buscáramos el agua en el desierto, porque cuando la encontremos y saciemos nuestra sed, nos miraremos en el reflejo del agua, y comprobaremos que somos nosotros mismos, es decir, que nos hemos encontrado.

Ojoavizor

Para ti Nefertiti, en éste día de San Valentín, te regalo estas sencillas palabras, renovándote una vez más, como todos los años en éste día, mi promesa de amor eterno.