lunes, 25 de agosto de 2008

Los diálogos con Platón

Cuando era estudiante en la Universidad, tuve la suerte de ser alumno del excepcional filósofo peruano, el maestro Juan Antonio Russo Delgado. Era una persona malhumorada y pocos entendían porqué. El fue un filósofo cultor de la filosofía fenomenológica alemana (hizo una traducción inédita de una de las obras del gran filósofo alemán, Martin Heidegger). Cada vez que hablaba o se cruzaba con personas indisciplinadas o de pensamiento flojo, montaba en cólera, mal temperamento que le generó, no muy pocos, detractores y críticos, no de su magnífica obra filosófica (plasmada en varios libros), pero si de su mal carácter.
A pesar de su complicada personalidad, el maestro despertó en mí, una extraña necesidad de ser su discípulo. Eso implicaba que debía prepararme mucho, antes de acercarme a él, para no despertar su enojo por mi indisciplinada juventud. Para esto, lo primero que hice fue comprarme un librito, muy bueno por cierto, que contenía la traducción de todos los escritos de "Los presocráticos", en una edición de bolsillo del Fondo de Cultura Económica de México (FCE). Poco a poco, fui formando una pequeña, pero sustancial, biblioteca personal de las obras de los más importantes filósofos. Paso siguiente, me matriculé en su curso sobre filosofía antigua en el famoso pabellón de Letras y Humanidades de la cuatricentenaria Universidad Mayor de San Marcos, Decana de América, en la que el maestro Russo enseño desde el año 1957 hasta el año 1987. Habían muy pocos estudiantes, ya que el maestro tenía fama de reprobar (en el Perú le decimos "jalar") a más del 80% de los alumnos matriculados en su curso, ya que para el maestro Russo, "el conocimiento exige mucha disciplina y pasión", virtudes que eran y son, cada vez más escasas en la juventud de todas las épocas. En resumen, ser alumno del maestro Russo, era un gran reto académico que desanimaba a la mayoría de los estudiantes, que preferían escoger profesores "light" y aprobar sus cursos sin contratiempos innecesarios.
Tuve mi primera clase con él, una tarde del año 84, que nunca voy a olvidar, ya que llegué tarde a su clase por haberse cruzado con el horario del examen de otro curso. Me recibó con una frase filosóficamente lapidaria, que si mal no recuerdo, decía lo siguiente: ¡Alumno, tenga mas cuidado con el tiempo, que a pesar de ser relativo, nos ayuda a saber qué hemos dejado de vivir un presente. Tome asiento y trate de vivir lo que queda del presente!. Lo que en realidad hizo el maestro, fue darme una clase introductoria del pensamiento de Heráclito, que puede resumirse en la máxima: "nadie puede bañarse dos veces con las mismas aguas de un río". El río es el tiempo que transcurre inexorablemente en nuestras vidas. Todo es un eterno presente, con aspiración de futuro. En suma, el curso fue una exigente experiencia académica en la cual solo aprobamos "dos" de los "diez" alumnos matriculados. Uno de ellos, por talento natural a la reflexión filosófica, y el otro, por persistencia.
Pasaron los años y un día de otoño, caminando por la calle Schell de Miraflores, que durante muchos años fue uno de los distritos más hermosos de Lima, avizoré a unos metros de mí, al maestro Russo que iba caminando pausadamente y meditabundo, entre bellos árboles repletos de moras, que cuando caían al piso, se maceraban entre los pasos perdidos de la gente, emanando un agradable olor a bosques silvestres. Me acerqué con respeto, pero con fundado temor a que me rechaze con su acostumbrado mal temperamento. Doble fue mi sorpresa cuando al saludarlo, me miró con una amplia y sabia sonrisa, reconociéndo inmediatamente a su persistente ex-alumno del curso de filosofía griega de años atrás. Disipados mis antiguos temores, me atreví a preguntarle qué comentarios le merecía un verso del poema "Vuelta" del gran poeta mexicano Octavio Paz (Premio Nobel de Literatura en 1990), que entre varios versos, había uno que me gustó sobre manera y se lo mecioné al maestro con mucho interés, decía: "Elegir, es equivocarse". Se quedo inmóvil, y fijando la mirada en un punto perdido, con sus manos entrelazadas hacia atrás, me dijo: "Hijo, estoy de acuerdo con Octavio Paz (al que dijo conocer en un Congreso de Filosofía en México, allá por los setentas), elegir es un error, ya que elegir divide. Unifique. La verdad es demasiado compleja como para elegir. Todos tenemos una parte de la verdad, por minúscula que sea. Sume, no divida. Elegir siempre divide, y la división siempre es un error."
Después de algunos años de ese diálogo, atesoro esas palabras y he hecho de ellas la base de mi actual pensamiento sobre el poder del diálogo, y en consecuencia, hago un gran esfuerzo por practicarlo en mi vida diaria. En general, siempre recomiendo buscar soluciones negociadas ante una controversia o conflicto. Los juicios siempre implican elegir. Gana uno, pierde el otro. No busquemos ganar a costa del otro. Apostemos por el diálogo. Busquemos que todos los involucrados en un conflicto, sean ganadores. El diálogo equilibrado es el camino hacia la solución de los conflictos. El diálogo es lo que nos diferencia de los animales. Nos libera de la ignorancia, ya que siempre podremos aprender algo del otro. El diálogo es lo opuesto a la reacción instintiva, tan propia de los tiempos actuales, pero que nos causa tanto daño a nuestras relaciones interpersonales y nos impiden desarrollarnos como personas y como sociedad.
A los once años de la muerte del maestro Russo, recuerdo vivamente su rostro reflexivo, su cuerpo torcido, su terno oscuro de los años cuarenta oliendo a naftalina y su cabello canoso que revela el inexorable paso del tiempo. La calle Schell ya no es la misma. Ya no están las moras ni su exquisito aroma silvestre, pero en mi mente, quedará grabado para siempre el diálogo de esa hermosa tarde en la que el maestro Juan Russo dialogó conmigo, como Platón.
Que descanses en paz, maestro.
Ojoavizor.

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